Una kisslandia en la mente

El corrido del eterno retorno

Kiss
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lA fascinación que produce la kissmanía no la tiene ni Obama. Así lo demostraron los ochenta mil fanáticos (según la banda) que se reunieron el pasado domingo en el Foro Pegaso para despedir al cuarteto. Kiss prometió por la virgen que se retira. Quizá sea taco de lengua y en menos de cuatro años los tengamos de regreso saqueándonos la cuenta bancaria. Por si las moscas, más vale hacer check in en el Hell & Heaven, en lugar de decir: chin, me perdí el último concierto de la kisstoria.

Al ver a los miembros del kissarmy peregrinar bajo el frío toluqueño era imposible no pensar en cuántas tarjetas de crédito, pensiones alimenticias y rentas se dejaron de pagar. Y es que sólo existe una manera de vivir la kissmanía: por todo lo alto. Quizá el sacrificio para asistir al End of the Road World Tour sea proporcional a todas las pastillas que deben de tomar el Demonio, la Estrella, el Gato y el Galáctico para combatir sus cientos de achaques. Cientos, como los fans que se presentaron con el rostro maquillado. Gente que de seguro no se disfraza en Halloween, que no decora su casa en navidad, pero que estuvo esperando varios años para pintarrajearse la jeta esa noche.

Los chingos de pomos, whisky, tequila y mezcal circularon de contrabando, de mano en mano, como la prueba irrefutable del contenido de miles de cochinitos que se despilfarrarían en honor a Kiss. Y también una manera eficaz de combatir el frío. Que invitaba a no beber chela. Que por otro lado costaba ciento ochenta varos, más sesenta del vaso conmemorativo. Ya sale más caro beber en un festival que en el Limantour de la Álvaro Obregón. Pero bueno, ni modo de atacañarse con el merchandising y salir con las manos vacías. Hay que salir hasta con una playera para la bendición.

A propósito, no es lo mismo ver a un cabrón cuarentón, calvo y panzón maquillado (no sabes si es Krusty o Platanito) que a un morrito. A diferencia de otros festivales, en que la edad promedio de asistentes oscila entre los 18 y los 29 años, en el Hell & Heaven la audiencia se repartía entre la vieja guardia y los pequeños disfrazados. Era imposible no emocionarte por tantas capitas, atuendos completos y minichamarras de cuero. ¿No que el rock está muerto? Pinches habladores.

Pinche Gene, qué envidia me produce. Es como
un aguacate maduro que nunca se pudre

KISS SUBIÓ AL ESCENARIO a las 11:10 pm. Y si antes habían sonado heavy, guitarras pesadas y furia metalera, en ese momento el Foro Pegaso se convirtió en una enorme discoteca. Sin cadeneros, pero sí con cadenas. Con bolas espejeadas. Y plataformas. Y muchos efectos especiales. Grandes bolas de fuego que escupía el escenario. Fuegos artificiales donde no pudo faltar un Paul Stanley que voló por los aires. Ojalá que no se caiga, Diosito, recé. A su edad ya no le suelda la cadera.

Pinche Gene, qué envidia me produce. Es como un aguacate maduro que nunca se pudre. Está más colgada Laura Bozzo. Gene surfea sobre las plataformas con la soltura de una teibolera. Yo, a mis cuarenta y cuatro, ya no puedo andar en patas de gallo más de media hora porque me duele la rodilla.

Por supuesto que hizo el show de la sangre. El truco de morder varias cápsulas de moronga, así como los luchadores de la triple a, y soltarlas por la jeta. Es un acto que hemos visto hasta el cansancio en YouTube, pero que en vivo es hipnótico. Sabes que es falso, pero no puedes quitarle los ojos de encima. Como en la lucha libre misma, donde sabes que los rudos no son los malditos que dicen ser, pero igual les mientas la madre de verdad.

Kiss tocó éxitos. No iba a salir con la mamada que hace The Cure de tocar pinches rolas que nadie conoce. “Detroit Rock City”, “Shout It Loud”, “Lick It Up”. Pero las que le prendieron fuego cabrón a la pista fueron el himno obvio de todos los metaleros corazón de pollo, “I Was Made For Lovin’ You” y “Rock And Roll All Night”.

Esta última nos legó una postal impagable. Mientras sonaba, un padre elevó a su hijo de cuatro años, disfrazado y pintado del galáctico. El morro cantó toda la canción y adoptó una postura como de miniefigie. Era (es) la estatua inmortal del rock & roll.

La imagen de esa escultura humana me va a perseguir hasta el final de los tiempos. Como también el grito de: “La taza, la taza, lleve la taza”.