"Material hospitalario"

El cuerpo como escenario de lucha, como encono, paisaje y delirio. A partir de estos ejes, Claudina Domingo
ganó el Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2022 con el libro Material hospitalario.
Fue inspirado por una experiencia de la autora: comenzó a desangrarse a raíz de un procedimiento médico,
sin que los doctores se dieran cuenta. Estuvo cerca de la muerte. La factura de la clínica donde
la atendieron tenía como encabezado las palabras que titulan su volumen, del que presentamos un fragmento.

"Material hospitalario"
"Material hospitalario"Foto: Pixabay
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hay una puerta entornada en la noche. los párpados me pesan como dos mundos de sal. pero un hombre se queja del otro lado de la mampara. y se cuela a mi pequeño universo de fatiga. ahí releo los símbolos. el embarazo engañoso, cuatro semanas más grande. la cita programada para el lunes en la sucursal de legrados, porque era tarde para usar las pastillas.

el tirón dentro del cuerpo la madrugada del lunes.

la ecografía misteriosa en la clínica. ¿es una placenta migrante? ¿es un algo invertido? el enigma que intentaban dilucidar era mi vida adelgazándose.

los ojos aterrados que me despertaron en el quirófano de la clínica. las palabras que parecían metales lejanos en mi creciente cansancio. “vamos al hospital, encenderemos la sirena de la ambulancia, no te asustes, tienes una hemorragia, te haremos una histerectomía”. ahora todo resulta muy lógico. pero nos dan las piezas del rompecabezas una por vez. cada tanto. y a veces no queda tiempo para armar el perfecto paisaje. esto es todo, como siempre. el dominio del tiempo sobre la materia. del otro lado de la mampara, los quejidos del hombre quizá sean un intento de que algo permanezca, además de huesos, de este choque constante entre los planetas del tiempo y la materia.

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hay cosas que se están cerrando, como heridas subterráneas. pienso en medio de la noche para apagar una luz que amenaza con dejarme ciega. me he cansado de preguntarle qué quiere. pero lo brillante no suele responder. quisiera quedarme bocabajo para siempre. no tener que volver a tenderme en supino y ser carne de quirófano. y decirle al abismo de luces: no me duele nada.

ya nada me duele. ahora soy una oscuridad perfecta.

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desde que amanece veo un rectángulo de cielo. en su azul pálido las aves de vez en cuando dejan una huella invisible del planeta Tierra. así recuerdo que no estoy encerrada en una colmena donde cada respiración tiene precio. sigo en el planeta y sigo siendo la misma persona. ¿me gustará tanto el gatorade de naranja cuando salga? en la clínica supliqué uno. también en la ambulancia. era la hemorragia la que me regaló esa sed que parecía un incendio. y ahí, en la cuerda floja de la ambulancia, apareció el primer Teotihuacan que vi. me sentía secretamente avergonzada de tener treinta y tres años y no conocer Teotihuacan, años antes, en mi otra vida. así que fui sola un día de primavera. no me deslumbró tanto la pirámide sino la Calzada de los Muertos cubierta de mayitos rosas. de todos los recuerdos de mi vida, me estaba hundiendo en la mera mera noche con Teotihuacan cubierto de una sábana de espuma rosada. era tan bella que daba pena ponerle encima los pies, así que caminé lento y con la mirada en el piso. buscando espacio entre los millares de mayitos. en ese mediodía algodonoso y nítido, una mano se hundió varias veces para arrebatarme de la última visita arqueológica. “no te duermas, sígueme platicando, a qué te dedicas ¡no te duermas! ¡no te duermas!” este es un planeta raro. algunas manos van disfrazadas de rostros con cubrebocas.