Tengo miedo torero

El corrido del eterno retorno

Tengo miedo torero
Tengo miedo toreroFuente: rockandpop.cl
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Querer vincular cualquier expresión travesti a la estética almodovariana evidencia un claro transnochamiento cándido.

Si algo se le ha señalado a Tengo miedo torero (2020), versión cinematográfica de la única novela de Pedro Lemebel, es fallarle a dicho enfoque. Pero se olvida, sobre todo para aquellos turistas de lo trans, que la vestida fue la primera en montar su identidad en esos símbolos que ahora se le adjudican a lo almodovariano.

En la cinta de Rodrigo Sepúlveda el humor y el silicón de las transformers de Almodóvar no tienen cabida. Lo que prospera es la visión de Lemebel. La vestida pobre, fea, deformada. La versión latinoamericana pues. La revolucionaria. Para la que el sexo es política y la política es sexo. Nunca mejor encarnada que en La Loca del Frente, un personaje memorable desde la novela y que en la pantalla resulta arrebatador en los zapatos de Alfredo Castro.

Tengo miedo torero no se salva del escepticismo inherente que sufre toda película basada en un libro tan querido como éste. Pero a pesar de todos los reproches y objeciones, la visión del director logra escapar a los límites naturales que impone la novela y crear una versión libre centrada en la historia de amor entre La loca del Frente y Carlos, el guerrillero. El marco idóneo para contar la historia de un homosexual que condensa en sí mismo a todos los homosexuales. Es decir: el representante fiel de la minoría.

Si en algo Lemebel fue un adelantado es en darle, si no voz, sí presencia a la minoría como protagonista del activismo. Porque como bien afirma La Loca del Frente, para los gays da igual si el partido que gobierna es de izquierda o de derecha, ellos sólo compartían una misma suerte: la del oprobio a causa de su condición. Resulta un tanto desconcertante que desde Tengo miedo torero, el libro, la filiación política de la comunidad LGBT no haya sido explotada en otra obra de ficción.

La película se la roba Alfredo Castro. La Loca del Frente es difícil de olvidar

“Si algún día haces una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila”, le espeta La Loca del Frente a Carlos. A esta conclusión llega después de que su corazón ha sido atravesado por la guerrilla y el amor a un hombre, Tengo miedo torero arranca con el asalto a un bar travesti: los soldados disparan a quemarropa contra la concurrencia. La Loca del Frente huye y otro asistente la intercepta, es Carlos, y desde entonces su vida, que como ella afirma era la noche, se convierte en la militancia.

La película se la roba Alfredo Castro. Es un asalto en despoblado. El papel de La Loca del Frente es difícil de olvidar. No así el de Carlos, el guerrillero, quien es pobremente interpretado por Leonardo Ortizgris. Alfredo Castro se lo traga. Lo borra por completo. Y entonces uno sí se pregunta qué película habría resultado con otro actor que estuviera a la altura de Castro.

Uno de los defectos de la cinta radica en que da por sentado el contexto de la historia. Arranca en el antro travesti pero para quienes no conocen a Lemebel les costará trabajo situarse en la dictadura de Pinochet. Sin embargo, conforme avanza la cinta se va develando la época y las circunstancias de la trama.

Minuto a minuto asistimos a la transformación de La Loca del Frente, quien de encontrarse por completo al margen se inmiscuye a tal nivel con Carlos que termina por transportar armas. Armas con las que supuestamente se realiza un atentado contra Pinochet. Desde la clandestinidad más pura a tener que abandonar Santiago por temer por su vida.

Si algo almodovariano existe en la cinta, y eso ya forzando las comparaciones, es edulcorar la música española. El cóver del Cigala de Tengo miedo torero, la canción, es la pasteurización del arrabal. Tan innecesario en la cinta. La música de Pedro Aznar también resulta por completo inane. El soundtrack de La Loca del Frente está en Lola Flores, no sé por qué se insiste en descafeinar el dramatismo de estas canciones.

Existen dos escenas gloriosas dentro de la cinta, esos pocos minutos en que La Loca del Frente baila con el mantel durante el picnic y la escena final en la playa. Aquí queda comprobado que Alfredo Castro es un monstruo. Nadie mejor para ponerse la piel de La Loca de Enfrente. Estoy seguro que a Lemebel le habría encantado.