Pascal Quignard

Sobre la muerte y el silencio

Entre las miles de actividades culturales canceladas en todo el mundo por la pandemia se cuenta la exposición
sobre el escritor galo Pascal Quignard, que iba a tener lugar en París. El volumen que reúne los ocho tomos
de Pequeños tratados, que el propio autor considera su casa y su nombre, apareció en español en 2016,
aunque su lanzamiento en francés acaba de cumplir tres décadas. Presentamos una selección de textos
de esa obra, suerte de autorretrato a partir de reflexiones breves o, como han sido llamadas, antidisertaciones.

Pascal Quignard (1948).
Pascal Quignard (1948).Fuente: arcs.hypotheses.org
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UN AUTORRETRATO INTELECTUAL

La exposición que la Bibliothèque Nationale de France dedicaría en 2020 a Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Normandía, 1948), alrededor de la cual se programaron lecturas y conciertos, fue cancelada por la pandemia. Un centenar de piezas debían presentarse en el recinto del quai François-Mauriac del 8 de abril al 7 de junio (Quignard legó a la Bibliothèque Nationale de France, en 2018, sus fotografías, pinturas, ediciones raras, como la de L’Amour conjugal, su correspondencia y un puñado de textos iluminados por él mismo y salvados del fuego, entre los que están las pruebas de Boutès).

No por ello se deja de ponderar al gran escritor francés. En 2020 se conmemoran treinta años de la aparición de sus Pequeños tratados (traducción de Miguel Morey, Sexto Piso/kurimanzutto, Madrid, 2016). Publicado por Maeght Éditeur de la Galerie Maeght en 1990, Quignard ha considerado durante mucho tiempo los Pequeños tratados como su firma, su casa y su nombre. El proyecto es una búsqueda apasionada, solitaria y melancólica. Las 56 “antidisertaciones” publicadas en ocho tomos forman una colección que resulta un gabinete de maravillas, afirma Stefano Genetti, profesor en la Università degli studi di Verona, en Studi Francesi. Rivista quadrimestrale fondata da Franco Simone (Turín, marzo, 2017).

Pequeños tratados es un autorretrato intelectual donde convergen la muerte, fragmentos de realidad y citas, que devienen nociones y recuerdos en un espacio en el que la condición del tiempo es una caída irreversible. Mireille Calle-Gruber, escritora y profesora de la Sorbona, dice —en el número de Studi Francesi dedicado a Quignard— que se podría esperar que un tratado exponga y exprese, discuta y afirme, pero en Pequeños tratados

... hay un poema. Algo sin resolver, algo que se retira, que resiste la lógica de dominio absoluto de la escritura. Nos acercamos a las grietas del tiempo, la cripta narrativa, la cojera de la sintaxis, las oraciones de los muertos. Silencio inefable y “ver negro”.

RECUERDO Y SILENCIO PARADÓJICO

Comenzados en 1977, acabados en 1980 y rechazados por varios editores, los ocho volúmenes de Pequeños tratados tuvieron que esperar hasta 1991 para aparecer íntegramente. Son la solución peculiar que Quignard inventa para romper con el discurso oral y la filosofía, para afirmar el silencio paradójico de la literatura.

Miguel Morey, traductor de Pequeños tratados y autor de libros fundamentales como Deseo de ser piel roja (XXII Premio Anagrama de Ensayo, 1994), Pequeñas doctrinas de la soledad (Sexto Piso, 2007) y Escritos sobre Foucault (Sexto Piso, 2014), entre varios otros, escribió en su “Nota del traductor”:

La de Quignard es una prosa de lector ante todo, surgida directamente de la puesta a prueba de sus lecturas: de ahí salen sus paisajes, sus argumentos, sus maneras y su saber, de la operación de leer. Leyéndolo, a menudo cuesta esfuerzo no suponer que trata de ofrecerle al lector páginas de pura lectura, de lectura pura, encadenadas —concediéndole a la palabra “pura”, como siempre ocurre en Quignard, el máximo de precisión, tanto en el sentido literario como en el conceptual.

Reexaminar las relaciones que los Pequeños tratados tejen entre ellos me permite vislumbrar un “Tratado 0. Sobre la muerte y el silencio”.

Los siguientes pasajes constituyen para mí ese texto que reafirma las interconexiones, el cual bien podría titularse:

Para protegerse del rencor de los ahorcados suspendieron de los árboles unas figuras humanas: los oscilla. Los muertos eran apaciguados por estas figuras que morían como ellos habían muerto

TRATADO 0. SOMBRAS QUE PROYECTA LA MUERTE

SE ME PERDONARÁN estos fragmentos, estos espasmos que sueldo. La ola que rompe toma prestada del sol una parte precipitada de su claridad. Esta brusquedad es como un sueño de ladrón. También la muerte quita deprisa y no restituye nada.

NOS GUSTABA demasiado lo negro. Éramos hombres que se daban banquetes con las flores que brotan de las ortigas. Unos atracones, él de bosquejos, yo de garabatos, para poner distancia entre el miedo y uno mismo. A la chita callando. Era preciso que enredara la mirada algo como rostros tomados y devueltos a las ramas, y que la bestia de la angustia nos olvide cuando merodea. El vacío nos arrebataba, sin embargo. Si morimos, es que algo como la muerte está en nosotros.

PUEDE LLAMARSE escritor a quien se ocupa de la lengua que usa con un cuidado particular.

No el “cuidado del lenguaje”, en el sentido de lo que se cuida y se rodea de cuidados. Como vendar una llaga. Remediar un defecto. Tratar un sufrimiento. Curar una herida. Parar la muerte.

EL LIBRO es ese agente de contagio en el que el silencio en lo visible conquista lo visible a su propia invisibilidad, y (así como la vida vela, aterrada, ante la muerte) da testimonio del deseo de callar.

EL LIBRO convierte la voz en ese silencio.

La “pierde”.

Como la muerte se convierte en “silencio”.

EL SILENCIO no pertenece a lo vivo. No es un “atributo” de la muerte. El silencio no nace. El silencio no perece. Todas las épocas y las lenguas que el mundo pudiera contener no alcanzarían a agotarlo. Y las ganas que se tienen de callar son la imagen de la atracción por —del miedo a— la muerte.

SIENTO una verdadera satisfacción al cerrar los libros.

Los libros que ya no se leen, no reeditados desde hace dos o tres o cuatro siglos. Que la negligencia, o el desprecio o bien el abandono vencen. Que el olvido preserva. Leer conduce a la ausencia, obliga al cuerpo a un cierto parecido con la muerte. Pero una vez abiertos, la ausencia total de la muerte, la vida absurda y la mediocridad que están ocultas en su interior, que están “embutidas” en ellos, angustian.

Y por ello conducen a la muerte.

LA MUERTE: lo sin sentido: el electroencefalograma plano: lo real. Más agresividad, o deseo, que el espacio que ocupa mi cuerpo, que al momento se pierde en pensamientos, en libros, en angustias, en sueños. Demasiada vida que conduce a su destrucción, que busca perder sin tregua, sin descanso, el movimiento que la excede, que se expulsa en la muerte.

(ASÍ ES la muerte: es un nuevo pequeño espacio, a imagen de esas hojas simétricas, de esos pájaros multicolores, pero cuya particularidad es que concierne a la ausencia de espacio. Es un nuevo pequeño espacio cuando ya no hay espacio disponible, que el mantenimiento del volumen de la vida en general, en el espacio que ocupa, supone: es un “nacimiento de la desaparición”. Es una “construcción de destrucciones”.

Sea cual sea este rodeo, es esta página. Por más complicado que sea el rodeo. Por más oscuro.)

EL ESCRITOR, el lector son unos solitarios. El sueño de un contacto por soledad.

Arte de la soledad. Arte de una comunicación en la soledad. Arte de una comunicación que por nada del mundo rompa la soledad y el espanto del mundo cercado de muerte; una comunicación albergada siempre en la soledad. Sueño curiosamente inspirado.

NADA protege de la angustia de la muerte.

TODAS las lenguas del mundo parecen secundarias ante este lamento de hambre, de zozobra, de soledad, de muerte, de precariedad.

EN MI CABEZA, en cada cabeza, combustión, bocanadas agonísticas, rivalidades a muerte.

NO el silencio. Sino el deseo de silencio.

TAN POCO silencio. Incluso en quien muere el silencio da grititos.

El silencio “gorgotea” en el cadáver. Como un arroyuelo.

EL TIEMPO no es nada. La historia no es ninguna elección. El tiempo nunca se ha canjeado sino con la muerte.

LAS LENGUAS nos enseñan a equipararnos con la muerte, y por su mediación, consentimos progresivamente en nuestra desaparición. Cosas y hombres nos trasplantamos poco a poco en forma de lenguaje y nos suprimimos ya en la nada.

RECONOCE a la presa por la herida y al cazador por la presa. El lector es el mismo cazador y espía sin cesar a la víctima. Es Euriclea al acecho frente al cuerpo de su amo. Está de modo constante al acecho de la muerte que está al final de las páginas.

LO QUE NOS desprovee de repente, nos destituye de nuestros poderes, nos desnuda en el estupor y nos sumerge en lo real: en la depresión, en la ausencia de palabras, en la muerte. Hay una sombra cálida de sexo femenino detrás del seno que se desnuda. El primer signo clínico de la depresión: una persona no puede mantener la lectura de lo que lee. Comprende las palabras pero ya nada hace “página”.

LO REAL no es ni interior ni exterior. No es “nada” más que “esto”, cuando todo el hielo simbólico se resquebraja y cae, cuando todos los edificios imaginarios, todos los puntales de voz, todas las sucesiones de signos quedan reducidos al estado de un vapor. Cuando toda la “decoración” ha caído. Cuando se cesa de amueblar, de amar, de pensar, de hablar, de echar el ojo a cuerpos, libros, sonidos. Lo real, “esto”, es lo asimbólico, la muerte, el electroencefalograma plano, el vacío.

LOS AFECTOS más vivos no se conocen sino con la muerte de aquellos que eran su objeto. Sentimos vivamente estas amistades tan fervientes o estos amores apasionados cuando ya no hay medio para dar testimonio de su vehemencia.

Pascal Quignard
Pascal Quignard

LENGUAS MUERTAS, dioses, amores personales, héroes de novela, nombres de la historia, vestigios de sueños, melodías de la infancia, rostros muertos, trinos sin palabras. Lenguas de las nodrizas. Acentos de las criadas. Órganos. Ancestros. Abuelos muertos.

EL NOMBRE del silencio. Al igual que el nombre de la muerte, una vez que ha muerto, este nombre en su boca se descompone en él. La lengua no se deshace de él. Se confunde con el resto testarudo de la tierra y cuando un mundo sobresalta al mundo en el terror, le gira la espalda.

HAY SILENCIO en el futuro. Hay “pasado imprevisible” en el futuro. Pero el silencio del futuro no está en el futuro.

Dice a la vez: “Hay en la muerte más silencio que muerte”.

UN TELEGRAMA le notifica a Émile Zola la muerte de Gustave Flaubert. Toma el tren en Mantes, tren en el que se encuentra con Daudet. En la estación de Ruan, cogen un coche. Antes de llegar a Croisset, se encuentran con la comitiva. Descienden del coche. Siguen a la carroza fúnebre en el frío. Como las gotas de sangre caídas sobre la nieve en la novela de Chrétien, como las pocas notas de la sonata de Vinteuil en el gran relato de Proust, un mugido de pronto les hace pensar en el muerto.

LOS ANTIGUOS romanos no conocían el auxilio de las voces muertas en el ritual de la lectura, ni las costumbres que se tejen poco a poco en su compañía. Había en Roma sólo una gran clase de muertos privados de sepultura, que comprendía a los supliciados y a los suicidas. A falta de conclamatio, y en ausencia de lectio, los antiguos romanos recurrían a la parentatio. Todo parentesco es funeral. Como todo amor es asesinato. Para protegerse del rencor de los ahorcados suspendieron de las ramas de los árboles unas figuras humanas: los oscilla. Los muertos eran apaciguados por el espectáculo de estas figuras que morían como ellos habían muerto. Para protegerse del rencor de los ahogados, ahogaron simulacros de hombres: los argei.

LARVAS, MANES, lémures, y argei. Esta última palabra está formada a partir del radical arg-. Es la blancura de los huesos de los muertos antiguos. Es la blancura de las páginas pulidas de los libros. Es el arg- que dio lugar a la palabra argent [plata, dinero]: que es lo que brilla como la muerte. El dinero no es nunca más que la renta [revenu] de los espectros [revenants]. Son los treinta denarios de Judas.

LOS ROMANOS, cuando la conquista, decían que la reina Cleopatra hacía cortar la cabeza de sus amantes en el instante en el que comenzaba a estar satisfecha para que las contracciones de la muerte ampliaran el estremecimiento.

EN EL LEER, el placer que hay en leer es escuchar hasta el final. Obedecer a la voz hasta la muerte. Escuchar hasta el extremo de su destino.

Escuchar la voz hasta el silencio de la voz.

EN EL CUERPO, el rostro es la parte de la vergüenza. Es el verdadero lugar de la rojez, el de las lágrimas, y el de la voz, el lugar del grito y del suspiro y del gemido. Es también el lugar de la agonía y, de toda la superficie del cuerpo, después de que un hombre ha muerto, es en su rostro donde se reconoce la muerte.

Incluso cuando vive es a veces visible.

EL SILENCIO máximo de la presa en la aproximación del depredador supone la conciencia de la muerte.

El silencio de quien lee.

(Diferente es el silencio del depredador, o sea, el silencio de quien escribe).

EL TIEMPO es un niño que juega a los dados y los pierde.

EL PASADO es el vestigio del tiempo. El vestigio del tiempo es el fruto de la muerte, de la violencia y del azar.

SI EL PASADO anticipara el porvenir, nada habría descarrilado nunca. Todo sería causa de todo. Pero todo es un incesante descarrilamiento en lo real y en la muerte. Nada está cosido. Estamos completamente rotos.

Llorar demasiado es olvidar demasiado.

NO SOMOS seres de luz. Sombras que proyecta la muerte.