Niño poeta

PSICOGRAFÍA

Niño poeta
Niño poetaFoto: Könemann
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Voy en un camión rumbo a Morelia. A mi lado está Ana. Mi mamá le ha apodado la bella durmiente. Ella tiene la capacidad de pegar el ojo en cualquier sitio. La verdad es que desde que vivimos juntos duermo mejor. Dicen que la mala suerte del maldurmiente es encontrarse con una persona que nunca tiene noches en vela. Hasta ahora no he pasado una noche de desesperación o celo de su buen sueño.

El camión se detiene veinte kilómetros después de la última caseta. Afuera ya está oscuro. Por comprar los boletos tarde nos tocaron los últimos asientos. Pasan veinte minutos. Me impresiona que nadie se levante. Ana duerme con las piernas sobre mi regazo. Saco mi celular. La señal muerta. En la mochila tengo mi Kindle. Con extrema lentitud logro sacarlo. En realidad, da igual si me convulsionara. Ana no despertaría.

En el Kindle tengo doscientos libros. Todos sin portada, por lo que tengo que abrir cada archivo para saber cuál es cuál. Encuentro la biografía de Pessoa que estaba leyendo antes de subir al camión. La escribió Richard Zenith. El relato es muy parecido, al menos en los primeros pasajes, al de Robert Bréchon, que tuvo a bien titular Extraño extranjero. Bréchon afirma que no es muy atinado pensar en Pessoa como un poeta maldito. Es verdad que murió joven, que era alcohólico, pero sus letras no son precisamente cáusticas. En ambos libros se cuenta que Pessoa prácticamente no salió de Lisboa después de haber pasado y adolescencia en Durban, Sudáfrica. El camión sigue sin avanzar. Comienzo a imaginar lo peor al estar varado en la carretera michoacana. Pienso en las mil noticias, los normalistas, los narcotraficantes. Temo por la salud mental de los otros pasajeros. Vaticino que pasaremos allí toda la noche y en unas cuantas horas todos tendrán hambre. Será un desastre. El camión logra avanzar unos cuantos metros, lo suficiente para que mi teléfono reaccione. Una barra de señal. Llamo a mi madre y le cuento.

…creo que por Maravatío.

–Bueno, tengan paciencia. ¿Comieron algo?

–Una manzana. Tengo unos dulces en la mochila.

–Te escuchas triste.

–No, sólo estoy hablando con voz baja.

–Ay, Mauri, tienes voz triste.

Cuelgo el teléfono. Me da un poco de tranquilidad haber avisado del percance. Mi madre suele decir que me volví taciturno con los años, que de niño era muy feliz y que ahora siempre estoy callado y pensativo. Ella piensa que cambié mucho cuando me fui de Morelia. Me gustaría que no pensara en mí como alguien triste, pero no sé fingir efusividad. Vuelvo a la lectura. Cuando Pessoa tenía nueve años le escribió un poema a su madre que dice: Tierra de Portugal / ¡Oh, querido país natal! / Aunque lo amo de todo corazón / a ti te amo mucho más.

Un doctor de la Farmacia Similares me diagnosticó una vez “ansiedad por separación en la niñez”; aquel día había sufrido sólo un mareo. Yo no fui un niño poeta. Ni un adulto poeta. El camión aún no avanza. Y Ana no despierta.