Ochenta años del Paricutín

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Dr. Atl, Erupción del Paricutín, color sobre madera, detalle, 1943.
Dr. Atl, Erupción del Paricutín, color sobre madera, detalle, 1943.Fuente: munal.mx
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“L os volcanes que el hombre ha visto nacer, y de los cuales ha llevado un record [sic] son en número insignificante, y ellos mismos insignificantes también ante el Paricutín que los supera a todos”.

En 1950, el Dr. Atl publicó estas palabras en su icónico libro Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín, para describir al más joven del continente americano. Editado en ese año por Editorial Stylo, es más que sólo un registro de formación del coloso michoacano. Resulta casi una entrañable carta de amor a un hijo recién nacido y es que el pintor vulcanólogo fue más que un testigo de ese explosivo nacimiento: se convirtió también en su mayor estudioso y admirador. El 20 de febrero próximo se celebra el cumpleaños número ochenta de este volcán surgido en 1943, aniversario que nos remite de inmediato a lo que este acontecimiento significó para artistas e intelectuales como el jalisciense.

EL MISMO 20 DE FEBRERO, un sorprendido Dionisio Pulido avisó al pueblo de San Juan Parangaricutiro que la tierra que se encontraba labrando le había dado una sacudida. Como un relato de ciencia ficción, el campesino michoacano describió cómo la tierra se abrió ante sus ojos y comenzó a arrojar un vapor caliente del que rápidamente brotaron piedras y ceniza. De pronto, de aquel maizal se elevó un montículo de dos metros de altura; al día siguiente había alcanzado ya los diez. El pánico se apoderó del poblado, el cual fue rápidamente abandonado y sepultado bajo la lava. Mientras algunos habitantes de lo que pronto se convertiría en las faldas del Paricutín huían del candente espectáculo, otros corrían a observarlo desde todas latitudes del mundo. En México no se había atestiguado el nacimiento de un volcán desde 1763, cuando también en el estado de Michoacán se formó el Jorullo; en el orbe era un fenómeno que se observó por última vez en 1927 en las Islas de la Sonda, del archipiélago malayo, como lo narra el propio Dr. Atl en la introducción a su famoso libro.

No únicamente fueron los geólogos quienes se apresuraron al encuentro de la lava, sino también reporteros, escritores y artistas. Entre estos últimos destacan los de la lente, pues en el registro fotográfico se cuentan los nombres de figuras como Hugo Brehme, importante cronista visual de la vida en México durante la primera mitad del siglo XX, y Rafael García Jiménez, mejor conocido como Raflex, referente del fotoperiodismo mexicano. En el plano internacional, el nacimiento del Paricutín atrajo también a notables plumas, como la del mismísimo Isaac Asimov. Este interés global, combinado con el avance tecnológico en ámbitos como la fotografía y el cine, hicieron del Paricutín el volcán más documentado. Pero si bien muchos registraron su nacimiento, fue sin duda el Dr. Atl quien le rindió el mayor homenaje a través de sus trazos.

NACIDO EN 1875 en Guadalajara con el nombre de Gerardo Murillo, llegó a la Ciudad de México en la última década del siglo XIX para formarse en la Academia de San Carlos, donde se inició en la pintura de paisaje por la que sería tan reconocido. En una entrevista de 1962, Jacobo Zabludovsky quiso saber cómo nació su devoción por cerros y volcanes; con una voz que hace evidente su avanzada edad, el Dr. Atl responde: “Por pura ociosidad. Yo he sido siempre un caminante, me ha gustado mucho viajar y he recorrido casi todo el mundo a pie”. La afirmación podría parecer una exageración, pero sobran fuentes que aseguran que en los años que estudió en Europa, becado por el gobierno porfirista, caminaba de Roma a París para escuchar las ponencias de Henri Bergson y Émile Durkheim. Más adelante, en la misma entrevista, concluye: “La afición me viene directamente de la naturaleza”.

Fue quizá en sus años como estudiante de la Academia que descubrió el mundo del paisaje. El Dr. Atl puede considerarse una especie de heredero de José María Velasco, no sólo por el hecho de que el famoso mexiquense fue su profesor —igual que de muchas generaciones de artistas—, sino por las afinidades que los unen intrínsecamente. No sería descabellado asumir que fue con el paisajista porfiriano que el joven Dr. Atl —entonces aún no se hacía llamar así— se inició en el estudio de la fascinante geología mexicana.

Velasco destacó por sus representaciones de volcanes, sobre todo del Popocatépetl e Iztaccíhuatl, los cuales no únicamente son retratados en sus lienzos con precisión científica, sino que los convierte en símbolos patrios. Esa doble vocación, la de artista y científico, así como la convicción de hacer del arte una reivindicación de lo nacional, son aspectos de la vida y obra de Velasco que resuenan en el quehacer del Dr. Atl. Pero de ese maestro también heredaría aprendizajes prácticos; son famosas las excursiones que emprendía con sus alumnos a los cerros del Valle de México y no con menor frecuencia al rocoso Pedregal, único testigo vivo del antiguo volcán Xitle.

YA IMBUIDO CON ESA PASIÓN GEOLÓGICA, el Dr. Atl continuó estudiando y retratando volcanes a lo largo de su vida. Y no se limitó a lo local: en los años que pasó formándose en Italia exploró el Etna y el Stromboli. Por eso, en 1943 este hombre que creía fervientemente en las fuerzas místicas del universo entendió el nacimiento del Paricutín como un regalo que la madre tierra le ofrecía: “Gran parte de mi vida la he ocupado en escalar volcanes, en estudiarlos, en dibujarlos y, de repente, la Naturaleza puso a la puerta de mi casa un volcán nuevo”, escribe en Cómo nace y crece un volcán.

De ese explosivo encuentro surgió un cuerpo de obra que es riquísimo en lo documental, además de tener una poética muy particular. Resaltan, por ejemplo, los dibujos al carbón hechos literalmente al calor del momento con el material incandescente que rodeaba al pintor en el tiempo en que instaló su casa y taller sobre la tierra en erupción. A ochenta años de su creación vale la pena voltear la mirada nuevamente a la obra del Dr. Atl, en particular la que creó en torno al Paricutín.