El pasado bajo tierra

Al margen

Francisco Eppens, Historia de la construcción en México, mural, 1964.
Francisco Eppens, Historia de la construcción en México, mural, 1964.Fuente: artsandculture.google.com
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En 1964, ICA le comisionó a Francisco Eppens un mural que representara la historia de la construcción en México, como parte del mecenazgo que la constructora había iniciado décadas atrás, al incorporar artistas plásticos a sus proyectos arquitectónicos más ambiciosos. Más que representar la historia de la arquitectura e ingeniería en el país, Eppens desarrolló una alegoría de la Ciudad de México, haciendo visibles las capas constructivas que hoy yacen bajo nuestros pies y se articulan en el espacio público, ahí donde los vestigios prehispánicos se encuentran con la ciudad virreinal y ésta, a su vez, convive con la megalópolis actual.

De esta manera, Eppens nos presenta una composición dividida en tres ejes horizontales que simbolizan los tiempos paralelos que cohabitan en nuestra ciudad. Primero, los basamentos piramidales como cimiento; luego las formas y tipologías que se impusieron sobre estos tras la Conquista, representadas por una iglesia y un acueducto y, finalmente, la ciudad moderna en construcción, que en el mural alude a la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco, inaugurada el mismo año en el que firma la obra y que fue todo un hito en la modernización del entonces Distrito Federal.

Tlatelolco también se configuró como una representación tangible de la historia mexicana, haciendo una síntesis de ésta en el espacio público a través del diálogo entre el sitio arqueológico, la parroquia con el contiguo colegio y el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, todos enmarcados por el multifamiliar; en resumen, la Plaza de las Tres Culturas. En este sentido, no sorprende que Eppens recurriera a Tlatelolco para reflexionar sobre nuestra historia constructiva, pues pocos lugares nos hacen tan conscientes de los distintos tiempos de nuestra urbe.

EN LOS AÑOS SESENTA, esta conciencia del pasado que permaneció bajo tierra a lo largo de los siglos cobró nuevas dimensiones. Además de Tlatelolco —que, a pesar de todo, conservó una parte de sus antiguas ruinas—, las obras del Metro recordaron a los capitalinos que aquí han existido otras ciudades, e incluso otros pasados ahora imposibles de imaginar (¿cómo conciliar la imagen de un mamut en las inmediaciones de lo que ahora son las avenidas Talismán y Eduardo Molina?). Como en Tlatelolco, el Metro fue integrando este pasado a través de su señalética y con la exhibición de piezas arqueológicas y paleontológicas (ya sea originales o réplicas), lo cual, a su vez, ayudó a consolidar el proyecto al darle un sentido de arraigo histórico y, por lo tanto, identitario. Pero la culminación de esta renovada conciencia sobre el pasado —y de su uso político— fue, sin duda, la creación del Museo Nacional de Antropología, inaugurado también en 1964 y a cuya colección se incorporaron las piezas halladas gracias a las ambiciones moder nizadoras del desarrollo estabilizador.

CADA TANTO TIEMPO, ese pasado brota de nuevo hacia la superficie y, con él, resurge esa conciencia. Los hallazgos y las excavaciones arqueológicas difundidas en las últimas semanas son un ejemplo más de que al transitar por nuestras calles caminamos sobre el pasado. En su libro En el espacio leemos el tiempo, el historiador alemán Karl Schlögel propone que los historiadores no sólo nos ocupemos de la cronología de los hechos sino del lugar en el que sucedieron. De esta manera, traza un camino para intentar darle sentido a problemáticas a las que nos enfrenta el espacio y que quizá sean más complejas que las del trabajo documental: a saber, que en el espacio nos enfrentamos a la simultaneidad, la yuxtaposición y la multiplicidad. Para Schlögel, la narrativa histórica es ante todo una crónica, es decir, “sigue el orden del tiempo”. Sin embargo, cuando describimos un lugar nos enfrentamos al problema de la yuxtaposición, pues a pesar de que busquemos narrarlo de forma cronológica, hay siempre simultaneidades temporales e históricas. En este sentido, en los últimos años las ciudades han sido frecuentemente descritas como palimpsestos, manuscritos que han sido borrados para escribir de nuevo sobre ellos, pero en los que permanece la huella erosionada del texto anterior. Si hay una ciudad-palimpsesto es, sin duda, la Ciudad de México.

Eppens desarrolló una alegoría de la Ciudad de México, haciendo visibles las capas constructivas que yacen bajo nuestros pies y se articulan en el espacio público

ESTAS SIMULTANEIDADES no sólo suponen retos para quienes historiamos las ciudades y sus espacios, sino para quienes las habitamos; los descubrimientos arqueológicos los hacen más tangibles. Por un lado, nos presentan la eterna pregunta de qué pasado priorizar, es decir, cuál se exhibe y preserva, y cuál queda discriminado. Esta pregunta se vuelve más compleja si agregamos el factor del presente, es decir, ¿se le debe dar más peso a las obras del pasado por ser históricas o a los cambios que harán más habitable el presente? A este mismo cuestionamiento se enfrentaron en los años sesenta.

Por otro lado, está la permanente tentación de patrimonializar; a pesar de ser lo preferible en la mayoría de los casos, debemos reflexionar críticamente sobre sus prácticas e implicaciones. Para François Hartog, historiador francés, la acelerada patrimonialización que comenzó en los años noventa nos habla de una nostalgia por los regímenes de historicidad1 del pasado y al mismo tiempo deja ver un propósito de preservación para el futuro. Sin embargo, para Hartog nuestra noción de patrimonio también demuestra que estamos en un presente que no puede, o no quiere, desvincularse del pasado. Esto de cierta forma lo ha abordado también el arquitecto Rem Koolhass en su crítica a París como una ciudad que, en su obsesivo afán conservacionista, se ha convertido en una caricatura de sí misma.

Así, al enfrentarnos al pasado que yace bajo nuestras ciudades debemos preguntarnos cómo conciliar la ciudad patrimonial con la ciudad actual. Hay quienes buscan dejar el pasado inamovible, pero debe haber una forma de seguir siendo una urbe dinámica sin perder de vista nuestra historia, pues el camino no debería ser priorizar a los muertos sobre los vivos.

Nota

1 Concepto que propone Hartog para abordar nuestras experiencias del tiempo y la relación del presente con el pasado.