Pensar pendejada

El corrido del eterno retorno

Pensar pendejada
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No pensar es un arte.

Uno que yo no domino. Podré ser muy bueno para robar rosas de la avenida de la muerte, pero poner la mente en blanco no es mi hit.

En ocasiones pensar se puede convertir en un problema. En uno muy choncho. El adicto y el pensamiento excesivo son una pésima combinación. Atroz. Decirle a un cocainómano que no maquine es como pedirle a un tiburón que no nade. Medita, me recomendó una señora budista fresa. Lo intenté. Pero es una trampa. Ahora entiendo por qué Pedro Lemebel decía que la meditación trascendental le producía vértigo. Me sentí peor. Mi trastorno obsesivo-compulsivo se agudizó.

Existe un abismo entre pensar y pensar pendejada. Pensar te puede llevar a cometer cada estupidez, pero casi siempre resulta inofensivo. Como también lo es no pensar, la mayoría de las ocasiones. Sin embargo, pensar pendejada es uno de los peores inventos de la humanidad. No existe un horario para pensar pendejada. Pero es por las noches cuando uno se vuelve cliente premium.

Me es imposible precisar a qué edad comencé a pensar pendejada. Seguro fue durante la niñez. Lo que sí recuerdo nítidamente es mi primera crisis de ansiedad. Que venía emparejada con el pensar pendejada. Mi jefa se ganaba la vida como comerciante. Viajaba a otro estado una vez al mes para comprar ropa que revendía en abonos. Una noche me asaltó la certeza inamovible de que moriría en un accidente. Que el autobús en el que viajaba se volcaría y jamás la volvería a ver. Me aterraba quedarme huérfano. Estuve histérico durante horas. No pudieron calmarme con nada. Me quedé dormido. Derrotado por el cansancio.

Desde entonces pensar pendejada es un deporte. Lo hago cuando nado, cuando tengo sexo, cuando paseo en bicicleta. Pero sobre todo cuando no puedo conciliar el sueño. Y especialmente cuando me excedo con la cocaína. Lo cual ocurre casi siempre. Pensar pendejada te llevará a somatizar más temprano que tarde. El dolor aparece como un truco de magia creado por ti mismo. Qué mente tan poderosa, diría mi psiquiatra. Sin embargo, es un poder que no puedes manejar. Y siempre termina por hacerte mucho daño.

Un jueves, sé que era ese día porque es cuando ponen la promoción de tortillones de bistec ranchero al 3 x 2, me acosté a media noche y me dolía todo el cuerpo. Y entonces comenzó el performance de pensar pendejada. Comenzó a molestarme la pierna. Luego el brazo. La espalda. Y el dolor no se largaba. Mi cabeza lo fue haciendo cada vez más intenso. Y lo sumé a todos los dolores que había sentido en la vida. Hasta que concluí que no era normal y me convencí de que sufría de fibromialgia. Por eso había batallado para levantarme de la cama al despertar. Por eso todo el día me había sentido como trapo. Me revolví en la cama sin parar. A las dos de la mañana comencé a paniquearme. Pero antes del ataque de pánico recapitulé. Hacía dos días que me acababa de bajar de una peda de fin de semana largo. Lo que tenía no era otra cosa que una cruda. Monumental. Que a los cuarenta pega bien sabroso. Y cuando me hice consciente de eso, los dolores fueron desapareciendo.

En ocasiones pensar se puede convertir en
un problema. En uno muy choncho

Pensar pendejada es un vicio. Y cuando lo combinas con el vicio de la coca, la combinación es explosiva. Otra noche. De orgía de coca. Una de tantas. Me atacó una sed mortal. Tomé agua, suero, como borracho que se precie siempre tengo cerveza en el refri. Pero mi boca continuaba seca. La resequedad maldita disparó el mecanismo de pensar pendejada y lo relacioné con mis dolencias. Después de descartar posibles padecimientos, decidí que tenía diabetes. Herencia de mi abuelo. La urgencia por conocer mis niveles de glucosa en la sangre me hicieron mantenerme despierto. A las siete de la mañana fui al laboratorio a hacerme un examen de sangre. A las cinco de la tarde me entregaron los resultados. No soy diabético.

Tengo otra enfermedad. Se llama pensar pendejada.

Y mientras escribo esto estoy pensándola. Me puse a teclearlo porque estaba en cama con la luz apagada pensando pendejada. Escuchaba los ruidos de la noche. Y antes de comenzar a fantasear con una pancreatitis o whatever, prendí la computadora.

Sé que mucha gente que no se droga también piensa pendejada. Los compadezco. Al menos yo tengo un pretexto.

A veces creo que me gusta la cocaína porque me hace pensar tanto.

En todas las ciudades, cada noche, ladra un perro.