Piel de cinco estrellas

Ojos de perra azul

Piel de cinco estrellas
Piel de cinco estrellasCortesía de la autora
Por:

Durante las 24 horas que pasamos juntos no te comí nada, sólo la piel de tus dedos. Ninguno de los dos tenía hambre, es tan grande la carencia que no fue necesario el alimento. Bebimos agua, té y café. Yo, además, unas gotas de tu sangre. No hizo falta más, nos nutrimos de otras cosas.

Nos sentamos a un metro de distancia. Parecíamos gemelos que habitaron en tiempos lejanos el vientre de una madre ajena que nos parió, separó y abandonó al nacer. ¿Qué había en medio de nosotros, además de un lugar vacío en el sillón para tres? Deseo o temor, si es que éste puede separarse de aquél, tan parecidos uno del otro; tal vez nuestros fantasmas persecutores que pronto desaparecimos para poder acercarnos. Llenamos el espacio de palabras, historias, nombres. Algarabía que no cambio por nada. Jodidos antes, afortunados ese día. Mañana quién sabe.

Las horas se detienen, tomo tu mano, pregunto dónde está la molestia. Me enseñas el anular y ahí hay un padrastro. Sin preguntarte (¿o sí lo hice?) llevo tu dedo a mi boca, con la lengua toco la tirita de piel levantada, suavemente. Es como mirarla con los labios. Percibo la textura, el grosor, el tamaño. Me gusta el sabor. La saliva ablanda el área, mis dientes afilados son el más delicado cortauñas. Secciono el cuerito justo en el borde, me lo como. Tomo el índice, hago lo mismo, el pellejito se desgarra. Sangra. ¿Duele?

Sin preguntarte llevo tu dedo a mi boca, con la lengua toco la piel levantada, suavemente  

ESA MADRUGADA ME PARECIÓ la más fría del año. Por la ventana viste un elefante blanco arriba de un basurero, juntos observamos el hongo nuclear de Hiroshima, mon amour.

Yo miraba tus pestañas. A los dos nos creció el mismo ojo, el izquierdo, nos veíamos raros. Fuiste un pirata y yo fui Yo. Eres el único que me ha dicho que no estoy bizca y que mi nariz no es tan grande; me hiciste saber que nadie te había acariciado de esa forma. Te enredé entre mis piernas por horas, te libraste, y ya no sé cómo acomodar tu ausencia en mi cabeza. Reeditaste mi más temprana angustia de separación.

Se llora también por uno mismo, me dijo mi psicoanalista al día siguiente. ¿Qué vas a contarle a la doctora N. cuando vayas a consulta? ¿Me colaré en tu discurso? Dile que quiero seguir devorándote por los dedos de tus pies que escondes, que me faltaron muchas partes por comerte. No me pidas perdón, es mi voracidad la que lo complica todo. Tú mi plato fuerte, yo la que soy.

*** Soy una bala encontrada.