Gonzalo Celorio

Un puñado de retratos generosos

Tener recuerdos personales con Juan Rulfo, Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs, Julio Cortázar
o Umberto Eco implica haber estado en los ejes de la cultura del siglo XX. El escritor y académico
Gonzalo Celorio recupera en Mentideros de la memoria, su más reciente libro (Tusquets, 2022),
instantáneas deliciosas, y a veces chuscas, con esos personajes. Recientemente Verónica Murguía fue
presentadora del volumen en la Sala Carlos Chávez de la UNAM, con este texto que comparte en El Cultural.

Mentideros de la memoria
Mentideros de la memoria
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Me asomé al diccionario para saber con certeza qué es un mentidero. Me sonaba a lugar, pero también a algo impreciso. Pensé: ¿Se puede meter la pata en un mentidero? ¿Es el nido de las mentiras? Pues es un “sitio (sí) donde se reúne la gente para hacer tertulia”. Este libro es eso, una tertulia presidida por la memoria, donde se reúnen vivos y muertos, amigos y conocidos, escritores, libros y un presidente de Colombia. Reunión, repito, presidida por la memoria de Gonzalo Celorio, riquísima en afectos, ideas, anécdotas y lecturas. Aunque la memoria puede, a veces, equivocarse. Sabemos que inventa, es caprichosa, escoge detalles nimios y los atesora; miente cuando tratamos de evocar escenas y la sinvergüenza revuelve a los actores cuando se le da la gana. Por eso el autor aclara a lo largo del libro que su impecable recuento de tal o cual cosa puede no ser exacta. Yo respondería que si su memoria miente, lo hace bellamente y quizá eso, mentir bellamente, sea una de las principales potestades del arte.

UN DICHO ITALIANO APLICA a todo recuerdo impreciso pero bien contado: si non è vero, é ben trovato, “si no es verdad, está bien compuesto”. Puede justificar una anécdota que revela a un personaje, aunque tal vez no sea cierta. Y este puñado de retratos tiene la fuerza de lo verdadero y la sutileza encantadora de lo inventado, a partir de la generosa inteligencia de quien recuerda. No hay engaño; si acaso, errores. Gonzalo mismo reconoce: “Tantas veces he dicho que yo dormí en la cama de Julio Cortázar, que me lo he acabado por creer, aunque no lo sé de cierto”.

Este libro llega a tiempo para recordarnos que los seres humanos no sólo somos buenos o malos y que una opinión no debe ser, como se usa ahora, un montón de descalificaciones basadas en “otros datos”. Los trazos de Celorio tienen elegancia espiritual, hoy que está a la baja la cortesía, ese puñado de gestos que nos aleja de la brutalidad a la que estamos predispuestos por la biología. Es un libro generoso. No hay una página con veneno y sí las hay críticas.

El volumen abre con un capítulo conmovedor que muestra en ocho páginas un cuadro preciso de las crueldades históricas de las que participamos con vivir en México. “Algo sobre la muerte del menor Sabines” narra cómo Celorio y el hijo no reconocido del poeta Jaime Sabines cruzaron sus destinos en la Prepa 4.

Y cómo la pobreza, el pudor y el apellido pueden conspirar para destruir a un hombre. De este arranque sensible (que no sensiblero, la frase final es lapidaria) cito el esbozo de Sabines padre, que condensa parte de su capacidad para entender la pérdida, materia principal de sus poemas:

Alto, delgado, guapo, de pelo ensortijado, bigote fino y mirada transparente. Vestido con un traje color canela, estaba hincado sobre el polvo, alejado de Boni y los demás deudos, llorando en silencio la muerte de un hijo que llevó su nombre y que heredó su verbo.

Aparecen otras descripciones físicas. Arreola era “delgado, entre desastrado y elegante, de rostro afilado y pedigüeño y manos ávidas”. Ugné Karvelis tenía “voz ronca de fumadora permanente”; por Celorio nos enteramos de sus tobillos recios, resultado de la caminata invernal que debió emprender para huir de los nazis, en la que sus pies se congelaron. Muy elocuente es el texto dedicado a Natasha Fuentes Lemus. Platiqué unas veces con ella y sí, el vestigio que dejaba era la huella de su fragilidad, tan honda que era inapresable, como su trato huidizo y su belleza trágica.

CELORIO NOS REGALA pequeñas tesis. No lo puede evitar: tiene una mente, ante todo, literaria. Uno aprende sin darse cuenta cuando discurre sobre los destinos de Borges y Arreola; cuando reflexiona acerca de la melancolía en la obra de Luis Rius. La breve viñeta dedicada a Augusto Monterroso plasma su carácter risueño y el regocijo que sentía frente a una comprobación extremosa de que “menos es más”, como decía Tàpies.

Sobre su escritor favorito, Julio Cortázar, no calla esta verdad (se refiere a los setenta):

Había adoptado una inusitada posición política de izquierda radical que, si no repercutió favorablemente en su literatura (antes bien, en mi opinión de ahora y no de entonces, fue en detrimento suyo), sí le confirió la credibilidad del compromiso político que la juventud en esos momentos demandaba.

Asimismo aborda el problema del Premio Juan Rulfo, ahora Premio FIL, y el escandaloso affaire Bryce Echenique. En esas páginas conocemos al autor de Un mundo para Julius por vía de un amigo generoso, que busca explicar un abuso de confianza, un delito, el plagio. Y si no redime a Bryce —no lo intenta—, logra que el lector sienta compasión y el atisbo de las razones que éste tuvo para cometer actos ofensivos. No son sólo la avaricia, ni la búsqueda del renombre gracias al trabajo ajeno. Es algo más hondo y humano. No diré más de este pasaje. Bueno, sí: el final sobre todo dibuja a Celorio, quien ve el yerro y no lo justifica pero tampoco reniega de su amistad:

No se jodieron los que te incriminaron. Tampoco se jodieron del todo los que te defendieron, aunque los jurados pasaron un mal rato y algunos de ellos se sintieron engañados. El que realmente se jodió fuiste tú. Y no me cabe en el corazón, amigo querido.

Incluye un montón de aventuras divertidísimas: un robo de pasaporte en Colombia, el malentendido en un balcón madrileño, la opinión del presidente Pompidou sobre los vinos mexicanos y un etcétera deslumbrante que cierra con una aventura protagonizada por Celorio, guía de un pantagruélico Umberto Eco.

Hay un retrato que, por discreto, puede pasar desapercibido. El mejor reflejado es el autor: en su gentileza, su mirada de ternura por sus amigos, de asombro ante el talento de otros, ante la humanidad de todos. Celorio no se burla de nadie como no sea de sí mismo. Eso coloca Mentideros de la memoria en un lugar especial del librero y de los afectos.

Gonzalo Celorio, Mentideros de la memoria, Tusquets, México, 2022.

VERÓNICA MURGUÍA (Ciudad de México, 1960) es escritora, traductora, profesora de literatura. Ha escrito las novelas Auliya, El fuego verde, Ladridos y conjuros, Loba, El cuarto jinete, más los libros de cuentos El ángel de Nicolás y Cuatro talismanes.