La rocola interna

El corrido del eterno retorno

La rocola interna
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Mi silencio es la música.

La escucho todo el tiempo. Lo primero que hago al despertar es poner un disco. Después me subo al carro para llevar a mi hija y strimeo el spotify. Cualquier actividad que realice tiene soundtrack. Escucho música cuando me baño. Soy el obseso que coloca la bocina junto a la regadera (como si se tratara de un tótem). Cuando tengo sexo. Cuando trapeo. Cuando me alimento. Pocas cosas me resultan más estimulantes que una cena solito, acompañado por discos como In The Wee Small Hours, de Sinatra. Me levanto y me acuesto con música. Antes de dormir siempre me arrullo con un disco de Brian Eno.

Se podría decir que los únicos dos momentos en que no escucho música es mientras nado y mientras duermo. Si dormimos veinticinco años durante nuestra vida, se podría decir que esas dos décadas y media las pasamos en silencio. Sin embargo, ocurre lo contrario. Porque aunque nos desconectemos de la realidad no nos desconectamos de las melodías. Somos susceptibles a la música de los sueños. Y no se trata de una metáfora. Soñamos con el universo musical. Cada cierto tiempo alguien me cuenta que soñó con Bowie. Mientras dormimos escuchamos música. Y no una abstracta o absurda, como es la mayoría de lo que soñamos. No, son canciones que conocemos bien. Melodías que nos llevamos al mundo de los sueños. Ése del que desconocemos casi todo. Fragmentos de rolas que nuestro cerebro se lleva al fade out. Que no es otro que un fade in.

No pocas mañanas despierto con una canción en mente. Y lo primero que hago, antes incluso de salir de la cama, es escucharla. No busco descifrar algún mensaje oculto. Sólo el placer de prolongar la sensación. Varios estudios afirman que escuchar música mientras dormimos afecta la calidad del sueño. Sin embargo, el cerebro no necesita el sonido del exterior. Es capaz de reproducir la música por sí mismo. Entonces ¿cuántos de esos veinticinco años que supuestamente pasamos en silencio en realidad transcurren mientras escuchamos música?

No pocas mañanas despierto con una canción en mente. Y lo primero que hago es escucharla

EXISTE UNA FIGURA llamada síndrome de la música pegadiza. Que se dispara en la vigilia. Ocurre cuando escuchamos una melodía pegadiza y, como los pensamientos repetitivos provocados por la ansiedad, no podemos dejar de escucharla. Lo intrigante del asunto es que gran parte de la música que suena en mi cabeza de manera involuntaria no es pegadiza. Poseo una rocola interna. Y no es selectiva ni mucho menos. Se me han pegado melodías tan bules como “No no no al coco no, al coco no”, pero en general siempre se trata de música que proviene de mi acervo personal.

Lo mismo me ocurre cuando voy a nadar. Se supone que es un momento para no pensar. Para poner la mente en blanco. Una especie de meditación. Pero apenas entro al agua se enciende la radio de mi cabeza. Y a propósito de la meditación. Hace unos años acudí a unas clases a Casa Tíbet con el propósito de reunir material para escribir un cuento. Nunca obtuve progresos. Siempre que el guía me preguntaba por el estado que había alcanzado le respondía lo mismo: no pude dejar de tararear. Dejé de pensar en lo que iba a cenar acabando la sesión. En cuánto me dolía la espalda por tratar de mantener la posición. En los malditos viniles que me quiero comprar. Pero no conseguí dejar de tararear un solo segundo. La música se infiltraba como un virus.

En una ocasión leí una entrevista donde Fogwill hacía hincapié en su hábito de canturrear. Lo que de inmediato me remitió al tarareo. Como le sucede a muchas personas, Homero Simpson, por ejemplo, dentro de mi círculo de amistades hay mucha gente que tiene el hábito de tararear. Es un momento de abstracción, que podría equipararse con la meditación misma, en el que el cerebro se desentiende de la realidad y hace que de la boca brote el tarareo. El silbar melodías es parte del mismo fenómeno. En cuanto la mente no registra actividad surge la música. Por el canturreo, el tarareo o el chiflidito.

No es que me preocupe o esté asustado. Pero entre el tinnitus y mi rocola interna estoy cayendo en cuenta de que hace no sé cuántas décadas no he estado en silencio ni un solo segundo. Que una mano invisible o divina le ha estado echando monedas a mi rocola interna para que no se detenga. Entonces, no puedo evitar que me surja la pregunta: ¿es posible el silencio absoluto?