La ruta infinita de Pedro Coronel

“La obra sobrevive al mercado y al museo. También sobrevive al creador: todo poema se cumple a expensas
del poeta. Me parece que ya empieza a ser visible este cambio en artistas jóvenes que trabajan en París [...]
les interesa la creación de un mundo dueño de su propia coherencia. Entre ellos se encuentra
Pedro Coronel”, escribió Octavio Paz en 1961. Veka Duncan nos acerca al cosmos personalísimo
del pintor y escultor, a propósito de la muestra que presenta actualmente el Museo del Palacio de Bellas Artes.

Canto sumergido, óleo sobre tela, 1960.
Canto sumergido, óleo sobre tela, 1960.
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En 1939, un jovencísimo muchacho abandonó su hogar familiar en Zacatecas para formarse como artista en la Ciudad de México. Había cumplido, apenas, la mayoría de edad y, quizá sin saberlo, emprendió más que un nuevo camino en su vida; comenzó una ruta infinita en la plástica. Bajo este título, una nueva retrospectiva en el Palacio de Bellas Artes nos guía por el derrotero de líneas, formas y colores que fue la trayectoria de Pedro Coronel.

TURBULENCIA Y CONFRONTACIÓN

La exposición conmemora el centenario del nacimiento del creador (1921-1985), pero es a la vez una vuelta al origen, cuando se consagró como pintor tras ganar el primer lugar del Primer Salón Nacional de Pintura; así lo explica su hijo y curador de la retrospectiva, Martín Coronel, en entrevista para El Cultural.

Era 1959 y el arte mexicano vivía una época turbulenta. Los pintores afines al muralismo y a sus postulados ideológicos formaron el Frente Nacional de Artes Plásticas que se oponía a los nuevos lenguajes, más abstractos y menos políticos, que aparecían a través de la generación de la Ruptura. Con un jurado integrado por Justino Fernández, Paul Westheim, Luis Cardoza y Aragón, Inés Amor, Rafael Anzures, Antonio Rodríguez y Enrique Gual, ese primer concurso significó una apertura del INBA a estas nuevas corrientes y, por lo tanto, implicaba una confrontación con quienes buscaban seguir por el “camino único” que dictaban los muralistas, como decía Manuel Felguérez.

Sala de la exposición en el Museo del Palacio de Bellas Artes.
Sala de la exposición en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

Pedro Coronel resultó vencedor con La lucha; el segundo lugar fue para Luis Nishizawa; el tercero, Jorge González Camarena y el cuarto, Leonora Carrington. Gracias a ese reconocimiento, el zacatecano fue invitado en 1960 a montar una exposición individual en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

A partir de entonces comenzaría una larga relación entre Coronel y este recinto. En 1975 participó en un homenaje por la muerte de Justino Fernández, con una obra que forma parte de la muestra actual, y en 1981 presentó ahí su colección de arte universal, en la cual manifiesta una de sus facetas más vigentes, pues esa misma colección se encuentra hoy muy viva en el Museo Pedro Coronel en su natal Zacatecas. Finalmente, en 1985, sus restos fueron velados en el mismo Bellas Artes. “Mi idea era cerrar este ciclo en lo que yo llamo su segundo hogar y fue así como le propuse al INBA hacer esta exposición a cien años de su natalicio”, resume Martín.

Se acercó al universo de lo prehispánico, que será una referencia constante a lo largo de su carrera, pero se dio cuenta de que su camino debía ser distinto

ENCUENTRO CONSIGO MISMO

A lo largo de cuatro salas (Siqueiros, Camarena, Orozco y Tamayo) el público podrá hacer un recorrido cronológico por su carrera artística, principalmente por su faceta como pintor. Sin embargo, la exposición nos lleva más allá de fechas e hitos; se trata de un recorrido íntimo que nos acerca a sus búsquedas estéticas y, más aún, personales. “En el arte vemos al artista encontrarse a sí mismo cada día y creo que eso es justamente lo que hacía mi padre: tratar de encontrarse en su propia expresión”, explica Martín.

Así, el primer núcleo es el encuentro con lo propio: aborda su formación académica en la Ciudad de México y las casi dos décadas que tardó en depurar lo aprendido hasta definir su estilo. En ese periodo educativo, Coronel pasó primero por una escuela perteneciente a un sindicato y después por el Taller de Fundición y Talla del Estado, espacios quizá menores pero que tendrían un impacto en su forma de entender el arte, pues ahí estudió con Santos Balmori, pintor español que llegó a México empapado de las vanguardias europeas, y con Francisco Zúñiga, escultor de la Escuela Mexicana de Escultura, paralela formal e ideológicamente al muralismo. Fue bajo su ala que Coronel comenzó a desarrollarse en esa disciplina.

Pero para realmente comprender su obra habría que irnos más atrás, a la infancia, pues fue entonces cuando decidió ser artista. El entorno en el que creció resultó fundamental en ese proceso. “Para él, la Catedral de Zacatecas era como un museo vivo”, recuerda Martín, “con su estilo barroco y la característica cantera rosa de la zona. De hecho, sus primeros maestros en el arte fueron los canteros; se iba desde muy joven a ver cómo tallaban la piedra y les ayudaba en lo que podía. Otro espacio muy importante fue la pinacoteca del ex-Convento de Guadalupe. Contaba que ahí iba a deleitarse con todos los cuadros que encontraba.

Cuando era pequeño también se acercó a un titiritero y le ayudaba a moldear los muñecos para las funciones. Desde los seis o siete años él mismo comenzó a armar sus propios títeres para las funciones de teatro que daba”. No sorprende que su primer camino en el arte fuera el de la escultura y, si bien muy pronto se decantó más hacia la pintura, nunca abandonó su oficio original. Incluso, como pintor, los volúmenes y la textura estuvieron muy presentes en sus óleos, con el uso de polvo de mármol y el tratamiento que le daba sobre el lienzo, casi esculpiéndolo con su espátula.

La dama de las frutas, óleo sobre masonite, ca. 1949.
La dama de las frutas, óleo sobre masonite, ca. 1949.

SIN REPETIR FÓRMULAS

Eventualmente, Coronel llegaría a La Esmeralda. Ahí, bajo la dirección de Antonio Ruiz El Corcito, tuvo como maestros a Carlos Orozco Romero, Manuel Rodríguez Lozano, Agustín Lazo, Roberto Montenegro y Diego Rivera, entre otros. Su educación bajo esas figuras titánicas del arte mexicano va a convertirse en una tensión constante en su obra.

A través de su influencia se acercó al universo de lo prehispánico, que será una referencia constante a lo largo de su carrera, pero muy pronto se dio cuenta de que su camino debía ser distinto; la Escuela Mexicana de Pintura comenzaba a percibirse anquilosada. Comenzó entonces una lucha entre tradición y modernidad, en la cual va a intentar desprenderse de la influencia nacionalista sin abandonar del todo lo mexicano. “Él no quiso repetir fórmulas”, afirma contundente Martín.

En 1946 llegaría un momento fundamental en esa búsqueda. La guerra había terminado y el estudiante vio al fin la oportunidad de seguir su formación en Europa. “Cuando era joven iba a la biblioteca de Zacatecas pero ya habían arrancado las ilustraciones de las pinturas de los libros de arte, así que él los leía y se las imaginaba. Fue a Europa a conocer el arte de forma viva, ya no que se lo contaran o se lo imaginara en los libros, ya no a ver reproducciones, sino a deleitarse con las pinturas originales en Francia”, recuerda su hijo. Uno de esos encuentros frente a frente con la pintura europea transformaría para siempre al artista: en 1948 visitó la primera retrospectiva de Paul Klee en París. “Fue tal el impacto del descubrimiento y tan maravillosa la sensación que cuando salí, todo romántico y emocionado del museo, me dije: ¿Por qué no? Si este hombre me ha abierto las puertas, las ventanas, todo un universo nuevo, ¿por qué no? Ese mismo día comencé a pintar”, recordaría en sus memorias Pedro Coronel.

Epitalamio, óleo sobre tela, 1959.
Epitalamio, óleo sobre tela, 1959.

COLOR Y EMOCIÓN

El contacto con la obra de Klee no sólo lo inspiró a pintar, sino que lo encaminó hacia un nuevo horizonte: la abstracción. En los siguientes dos núcleos de la exposición presenciamos cómo experimentó constantemente deconstruir la forma. El segundo, titulado Figuración abstracta, nos muestra piezas en las que todavía reconocemos formas muy claramente, pero que ya están representadas de una manera por completo moderna.

El imaginario heredado del mundo prehispánico está muy presente, aunque va transitando “hacia una abstracción más refinada”, asegura Martín. “La figura está ahí: el hombre es animal, el animal es dios. Todo eso lo encontramos en la cosmogonía prehispánica. También hay un lenguaje muy mexicano, pero ya propio; lo vemos en su color, con raíces profundas en lo nacional”, señala. Como representación de esas raíces, en esta sala podemos encontrar también un motivo que se repite continuamente: el Quetzalcóatl de Xochicalco. Asimis-mo, en los rostros que aparecen apenas sugeridos en colores y líneas, se perfila otro de los intereses que lo va a marcar a lo largo de su vida, sobre todo como coleccionista: las máscaras.

Es probable que en París, Coronel conociera la obra de un contemporáneo de Klee, también miembro del movimiento expresionista el Jinete Azul: Vassily Kandinsky. Se aprecia en su uso tan particular del color un acercamiento a la teoría sinestésica de Kandinsky, en la que el creador ruso proponía un vínculo entre éste y las emociones. Al describir la obra de su padre, Martín comenta que “él encontró en el color una forma de expresarse. Cada tono nos evoca un sentimiento o una emoción. Los críticos incluso a veces dicen que no aguantan el color de mi padre porque es demasiado estridente, es chillante, pero eso lo hacía para despertar emociones. Creo que su obra era, ante todo, emocional”. El propio Klee, desde luego, también estaba completamente atrapado por éste: “El color me posee”, aseguraba categórico.

En 1948 visitó la retrospectiva de Paul Klee en París. Fue tal el impacto que me dije: ¿Por qué no? Si este hombre
me ha abierto puertas, ventanas, todo un universo nuevo, ¿por qué no? Ese mismo día comencé a pintar , recordaría

EL PULSO DE SU TIEMPO

Los pintores expresionistas fueron también precursores de la Abstracción total, título del tercer núcleo de la exposición. “Aquí encontramos a un creador francamente maduro, que más que presentarse como un pintor mexicano con un lenguaje moderno en la estética, es ya un pintor universal”, asegura Martín.

En esa universalidad se encuentra algo profundamente poético que, si bien ya no toma prestadas las formas de los mitos prehispánicos, remite de alguna manera a lo astral. “Sus referencias van hacia lo onírico del hombre frente al universo, frente a los astros. De repente nos guiña el ojo un sol o una luna, pero realmente son motivos para expresar el arte abstracto”, comenta el curador de la muestra.

Asimismo, en estas obras es evidente que comienza a alejarse de la textura y a explorar la bidimensionalidad de la pintura: “el color marca la forma, solamente los colores y los planos de color delimitan la profundidad en el cuadro”. Pero en esta sala vemos que el zacatecano no sólo fue un artista preocupado por la experimentación; también supo representar a cabalidad el pulso de su tiempo. Además de usar una paleta completamente inmersa en la estética de la psicodelia, con la serie Año Uno Luna, de 1969, explora un hecho trascendente de ese año: la llegada del ser humano a la luna.

La muestra cierra con el tema Pedro Coronel y la crítica, núcleo que explora su relación con personajes fundamentales para el arte y la cultura, como Juan Rulfo, Octavio Paz, Jorge Alberto Manrique, Justino Fernández, Luis Cardoza y Aragón, Paul Westheim, Juan García Ponce, Teresa del Conde y Raquel Tibol, entre otros. “Él despertó mucha polémica en la crítica y también interés por dar una interpretación a su obra”, afirma Martín.

Todavía quedan enigmas en la obra de Pedro Coronel y el Museo del Palacio de Bellas Artes nos invita a descifrarlos. La exposición estará abierta al público hasta el 22 de febrero y cuenta con un micrositio en la página del museo, para quienes quieran complementar su visita o explorar su ruta infinita desde casa. Puede consultarse en: http://museopalaciodebellasartes.gob.mx/pedrocoronel/

Piedra de soledad, óleo sobre tela, 1964.
Piedra de soledad, óleo sobre tela, 1964.
Los alucinados, óleo sobre tela, 1959.
Los alucinados, óleo sobre tela, 1959.Emilio Breton