Taylor Swift y la NFL

AL MARGEN

Dave Adamson, Sin título, 2019.
Dave Adamson, Sin título, 2019.Foto: unsplash.com
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Este fin de semana se celebra uno de los espectáculos deportivos más esperados de cada año: el Superbowl. En esta edición, uno de los equipos que se disputarán el trofeo ha estado en la mira pública por cuestiones que nada tienen que ver con deporte. Se trata de la relación de Taylor Swift y el ala cerrada de los Jefes de Kansas City, Travis Kelce. En los partidos de la temporada, las televisoras no se han resistido a voltear las cámaras hacia la estrella del pop, quien asiste a los eventos para apoyar a su pareja. De esos escasos segundos al aire han surgido dos fenómenos igual de potentes, pero completamente contrarios.

Por un lado, la presencia de Taylor ha generado un renovado interés por el futbol americano, incluso, acercándolo a nuevos públicos. La prueba más contundente está en las cifras, que calculan que la presencia de la cantante le ha generado a la NFL ganancias de 330 millones de dólares. En el otro extremo, encontramos un acalorado debate que ha dividido a los fans sobre la pertinencia de otorgar tal protagonismo a una figura del pop. O, dicho de otra forma, hay un importante sector, mayoritariamente masculino, que no tolera la aparición de una mujer en pantalla durante el juego.

LA REALIDAD ES QUE el tamaño de la polémica no es proporcional al tiempo que la cantante ha estado al aire. De acuerdo con el New York Times, el tiempo dedicado a Taylor en las transmisiones de la NFL ha sido, en promedio, de 25 segundos. Si consideramos que un partido puede durar hasta dos horas y media, esto es realmente un porcentaje insignificante. En TikTok ha circulado un video de un analista deportivo que la compara con Jack Nicholson o Spike Lee, aficionados al básquetbol que continuamente son presentados al aire cuando asisten a las canchas para apoyar a sus equipos, sin que haya objeción por parte del público, como sí las hay ahora. Miles han desatado su furia contra Swift en redes sociales.

La violencia ejercida en contra de Taylor en estos días recuerda a aquélla que surgió en las postrimerías del siglo XIX y las primeras décadas del XX, la cual también permeó todos los espacios, desde páginas de diarios o lienzos de pintores, hasta las conversaciones en las calles. Entonces, como ahora, el debate se centraba en el lugar que debían —o no— ocupar las mujeres. Las similitudes entre aquella época y la nuestra no son fortuitas. La violencia de género suele brotar con mayor fuerza cuando las mujeres se rebelan contra el statu quo, por ello, en más de una ocasión, hemos visto que es un fenómeno que coincide con las olas feministas. 

El siglo XIX marcó el inicio del feminismo, pues si bien hubo algunos importantes antecedentes de mujeres que comenzaron a poner el tema de la igualdad de género sobre la mesa, fue hasta entonces que inició la primera ola, propiamente dicha. Enfocadas en la equidad legal, sobre todo política y, por tanto, en el derecho a votar y ser votadas, aquellas primeras feministas tambalearon al sistema patriarcal exigiendo ocupar espacios tradicionalmente reservados a los hombres. Este fenómeno global tuvo ecos en México, específicamente en Yucatán, donde un grupo de mujeres —encabezado por la escritora y pedagoga Rita Cetina Gutiérrez—inauguró en la década de 1870 la primera publicación editada y redactada exclusivamente por mujeres: La Siempreviva. Bajo ese mismo nombre abrieron también una escuela para señoritas y un club literario. Además, otras experiencias similares se extendían a lo largo del país.

Conforme ellas empezaron a transgredir el ámbito de lo doméstico, la respuesta de la opinión pública fue escalando en su indignación

Conforme las mujeres empezaron a transgredir el ámbito de lo doméstico, la respuesta de la opinión pública fue escalando en su indignación. Plumas masculinas se burlaban de estos primeros esfuerzos de liberación en editoriales y caricaturas. Los artistas, por su parte, repetían obsesivamente motivos de mujeres comehombres, las famosas femmes fatales, que traían consigo la muerte, a través de su sensualidad desenfrenada. A primera vista parecería una apología de la mujer liberada, pero si la miramos a detalle encontramos que representa una condena y, peor aún, pone el énfasis en la inferioridad de la mujer, dada su hipotética predisposición a rendirse ante sus más salvajes instintos.

A la par, el llamado ángel del hogar también comenzó a poblar cuadros y páginas de revistas. En pocas palabras, si no eras un ama de casa ejemplar, estabas condenada a ser una puta. Esta dicotomía se reproducía agresivamente tanto en imágenes como en discursos y tuvo un síntoma muy real, representado en los famosos crímenes que azotaron las calles de Londres bajo la mano de personajes como Jack el Destripador.

EL COMPARATIVO PODRÍA PARECER desmedido, pero hay una correlación bastante directa entre la violencia contra las mujeres sublimada en el arte y la ejercida en la realidad, como ya lo ha demostrado Fausto Ramírez, quien propone un vínculo entre las ilustraciones de Julio Ruelas en la Revista Moderna y las actitudes sociomorales frente al sexo imperantes en el porfiriato, así como la visión en torno a la criminalidad. No olvidemos que en México tuvimos a nuestro propio Jack, Francisco Guerrero Pérez, el Chalequero, cuyos asesinatos de trabajadoras sexuales aterrorizaron a la capital.

No hay, pues, una gran diferencia entre las representaciones de mujeres hipersexualizadas de los artistas decadentistas del fin de siècle y los ataques a Taylor Swift a través de imágenes generadas por IA, en las que aparece supuestamente desnuda. Es decir, en el fondo, opera la misma lógica: castigar públicamente a una mujer que se atreve a ocupar un lugar donde predominan los hombres, pues eso hace de su imagen, la de una mujer obscena. Y no hay mayor territorio patriarcal que el de un deporte como el futbol americano, que se ha convertido en un motivo patriotero, símbolo del Estado. Si a esta ecuación sumamos que se trata de una mujer que por sí misma vale millones, cuya fama supera con creces la de su contraparte masculina, y que ha librado sus propias batallas contra el establishment —disqueras y presidentes por igual—, encontramos la fórmula perfecta para la violencia machista.

Así fue antes y así es hoy. La historia a veces tiene ese efecto: al voltearla a ver nos convierte, al menos por un momento, en la profeta Cassandra.