Tres plagas y sus estragos

Somos testigos del ascenso de tres fenómenos globales que han erosionado el mundo contemporáneo.
Al debilitamiento de la democracia, con sus instituciones y certezas, de la noción misma
de la verdad, socavada por el prejuicio del populismo contra el conocimiento, se añade la pandemia
—un azote de consecuencias especialmente penosas para México—, que complementa la oscuridad
del horizonte actual. El nuevo libro de Raúl Trejo Delarbre reivindica el único antídoto posible: la vía de la razón.

Tres plagas y sus estragos.
Tres plagas y sus estragos.Fuente: sv.vecteezy.com
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Tres fenómenos universales han impactado la vida en común. Y sus puentes de comunicación, de mutua influencia, los agravan o atemperan. Se trata de la posverdad, el populismo y la pandemia. Raúl Trejo Delarbre los recrea y analiza con un lenguaje claro, analítico y pedagógico.* Recupera una amplia bibliografía que maneja con soltura, los desmenuza uno a uno, documenta y explica el impacto que cada uno de ellos ha tenido en nuestra convivencia. La posverdad ha enrarecido y envilecido el debate público, el populismo erosiona los cimientos de los regímenes democráticos y la pandemia ha dejado una cauda de estragos mayúsculos, pero además, atendida con negligencia en nuestro caso, los ha multiplicado.

VAYAMOS POR PARTES. La posverdad, nos dice Trejo, desprecia los hechos, construye realidades alternativas, rehúye la deliberación, suele recargarse de resortes excluyentes, racistas y fundamentalistas, ser maniquea y generar discursos de odio. Escribe: “con el término posverdad se ha designado la circulación de versiones falsas, presentadas como auténticas, que han influido en algunos de los virajes políticos más drásticos de los años recientes”. Eso por sí mismo debería llamar a alarma porque dinamita los puentes mínimos de comunicación que requiere el espacio público.

Pero el autor va más allá. Ilustra cómo la circulación de la posverdad en medios y redes sociales impacta la política. Esta última aparece en términos maniqueos, convertida en espectáculo, personalizando los problemas sociales, excluyendo la complejidad de los asuntos públicos y subrayando los aspectos negativos del quehacer político. Esa simplificación extrema, sin contexto ni análisis, produce una “comprensión” superficial de los fenómenos y si a ello agregamos la forma segmentada en que la “información” corre por las redes, retroalimentado a audiencias previamente convencidas de sus certezas, entonces el “debate” se convierte en una serie de monólogos que difícilmente pueden entenderse entre sí. Las nuevas redes sociodigitales además tienen una velocidad de propagación que hace que las patrañas puedan correr sin filtro como nunca antes en la historia, lo que multiplica su poder disruptivo.

El libro ofrece ejemplos de diversas mentiras (algunas son totalmente fantasiosas) que fueron asumidas como verdades, llamados a saqueos que lograron su objetivo; recrea la forma en que se suscitaron esas ondas expansivas, cómo en algunas redes se han tomado medidas (insuficientes) para contener la catarata de engañifas o cómo en algunas televisoras se han incluso interrumpido transmisiones porque el orador (Trump), como era su costumbre, decía una sarta de tonterías que podían tener un impacto en la salud pública durante la pandemia. Desentraña e incluso ofrece mediciones del fenómeno de los bots (cuentas automatizadas de personas inexistentes) y los troles (usuarios reales cuya misión es injuriar a sus adversarios), y destaca cómo las “ganas de creer” hacen que las mentiras se reproduzcan como un eco que refuerza las convicciones, porque “las creencias son más poderosas que las evidencias”.

Ello erosiona el discurso racional, pues “la verdad y la razón se han vuelto especies en peligro de extinción” (Michiko Kakutani). Parece exagerado, pero ante la asfixia de la verdad de los hechos, el clima de mentiras sofocante y de teorías conspirativas que transitan con su cauda de creyentes, más vale prender las luces de alerta.

La posverdad, nos dice Trejo, desprecia los hechos,
construye realidades alternativas, rehúye la deliberación, suele recargarse de resortes excluyentes

Raúl Trejo Delarbre, sin embargo y con razón, no se resigna. Apela a poner en acto un periodismo de hechos, a elevar la calidad de las investigaciones, a la necesaria verificación de las noticias, a la profesionalización del oficio y a la regulación de las propias redes (preservando, dice, la libertad, la apertura, el acceso abierto e incluso el anonimato). Coincido con él, salvo en el último enunciado. Creo que, si se suprimiera el anonimato en las redes, mucho se podrían abatir las amenazas, los insultos e incluso las mentiras.

Y eso, dar la cara, identificarse, no vulnera la libertad de expresión. Pero en fin. Las redes, afirma,

son escasamente propicias para suscitar la deliberación pública. Lo que abunda en ellas son la emotividad catártica, la descalificación simplista y las supercherías de toda índole... Son formidables instrumentos para enlazar intereses, difundir noticias, replicar emociones o acuñar estereotipos, pero no disponen del espacio ni de la cadencia que requiere la discusión de ideas... No pretendamos que son capaces de sustituir las rutinas tradicionales del quehacer político porque el debate, la negociación y la gestión de los asuntos públicos no pueden resolverse sólo en intercambios de tuits o en muros de Facebook.

EN ESE AMBIENTE ha florecido aquí y allá el populismo. Es una fórmula que tiende a erosionar los principios, valores, normas, instituciones y relaciones democráticas. No sólo por ese enviciado espacio público. El populismo no se podría entender sin “las promesas incumplidas de la democracia” (Bobbio), sin la crisis de representación, las profundas desigualdades, las crisis económicas o los masivos flujos migratorios (según los casos), pero todo parece indicar que los populismos suelen montarse, irradiar y explotar muchas de las fórmulas de la posverdad.

Los liderazgos populistas, nos dice Trejo, aprovechan el desencanto con las instituciones y los abusos de los poderosos, para presentarse como los representantes auténticos de un pueblo sin fisuras. Su obsesión plebiscitaria, el permanente estado de movilización, el desprecio a las instituciones y a las mediaciones sociales, explota retóricamente una relación directa (imposible) entre el líder y el pueblo que se funden como si a través del primero se expresara sin obstáculos la voluntad popular, lo cual justifica todos sus excesos.

Hace un repaso panorámico y una comparación entre los populismos de ayer y los de hoy, para acercarse al fenómeno a través de veinte características elocuentes y descriptivas. Yo las agruparé en tres grandes apartados.

Tres plagas y sus estragos.
Tres plagas y sus estragos.

1. El líder. “El dirigente populista es el eje de la actividad política”. En él encarna la virtud y la voluntad del pueblo. Si ello es así, sobra la representación de la diversidad, la deliberación e incluso las instituciones. El protagonismo es el del líder y los alineamientos, con él o contra él. Celebra al pueblo, pero realmente se elogia a sí mismo. Se trata, según esa percepción, de alguien excepcional para el cual el diseño republicano, la división de poderes, los límites de la ley, resultan estorbos. Por ello, en términos fácticos, más que el representante del pueblo es su suplantador.

2. La mecánica. El líder requiere construir un antagonista para generar polarización. Nada de matices, de gradaciones. La adhesión debe ser contundente y los adversarios (enemigos) conforman un bloque indiferenciado. Deben ser descalificados incluso moralmente, utilizando las crisis, los problemas, las inconformidades, los rezagos, no para realizar diagnósticos ni propuestas medianamente funcionales, sino para alentar el hartazgo con las élites que lo antecedieron. El populismo no es una ideología sino una fórmula de comportamiento, no aprecia la diversidad de corrientes de pensamiento que modelan la sociedad, sino más bien reniega de lo diferente, de lo que no es idéntico a sus certezas. El credo que pone a circular es el de la antipolítica que arremete contra todos los políticos para presentar a su líder como un outsider (aunque no lo sea) impoluto y enfrentado a aquellos. Inyecta una gran carga emocional que suplanta a cualquier ideario medianamente racional y complejo y no duda en inventar una realidad alternativa. Puede falsear la historia, mentir sin rubor, de tal suerte que la posverdad y el populismo se alimentan mutuamente y para todo ello se requiere de una exhibición mediática y una utilización de las redes de manera intensiva.

3. Sus antivalores. Es antidemocrático porque amparándose en la democracia desprecia las instituciones y los actores que la hacen posible (políticos, partidos, congresos, prensa libre, asociaciones civiles, etcétera). En ocasiones explota un nacionalismo elemental, pero con altas cargas de emotividad, y en otras, no esconde su profunda misoginia, el negar o colocar en un lugar secundario las reivindicaciones feministas. Desprecia el conocimiento por elitista y se arropa en el sentido común, exaltando incluso supercherías que cree comparte la mayoría del pueblo. No duda en explotar la religiosidad popular y la fidelidad al líder debe ser absoluta, sin dudas, como si de un Dios se tratara. Y como cereza del pastel, no debe faltar la victimización del líder y su grey. El Elegido debe ser visto como mártir y figura heroica.

Para que líder, mecánica y antivalores prosperen, apunta Trejo, se requiere del “ciudadano populista”, aquel que “cuestiona mucho la democracia representativa”, el que teme a las argumentaciones sofisticadas, pero está dispuesto a reproducir en las redes “las acusaciones y denuncias que concuerdan con sus opiniones”.

El dirigente populista es eje de la actividad política . En él encarna la virtud y la voluntad del pueblo... sobra la diversidad, la deliberación e incluso las instituciones.
El protagonismo es el del líder y los alineamientos, con él o contra él 

Los contravenenos para ello son muchos, pero por lo menos hay que combatir la idea de un pueblo homogéneo que puede ser representado por una sola persona. Reivindicar la legitimidad de que una sociedad diversa pueda tener múltiples expresiones y representantes. Revalorar las propias instituciones y sujetos que hacen posible la democracia, para lo cual ellas y ellos tienen que tomar conciencia de su descrédito. Y ante las mentiras recurrentes, los datos, las evidencias, los conocimientos.

LA PANDEMIA ES LA TERCERA PLAGA. Universal, sorpresiva para los legos, aunque no para los conocedores, a todos sacudió. Y los estragos mayores, documenta Trejo, sucedieron ahí donde posverdad y populismo se nutrieron mutuamente. En pequeños apartados el autor ilustra las muchas caras de la pandemia: la solidaridad, el miedo, el egoísmo, la especulación, incluso los episodios de “narcos filantrópicos”. Nos recuerda algunas pandemias en la historia y lo frágiles que podemos ser ante su irrupción. Pero de cara a la emergencia global se detiene sobre todo a repasar y evaluar lo que sucedió en México.

Y no es para felicitarnos. Todo lo contrario. En un principio se le restó importancia a la pandemia y se dio la espalda a medidas sanitarias elementales que recomendaba la Organización Mundial de la Salud (como el uso del cubrebocas). Cuando el gobierno reaccionó fue de manera tardía y negligente. Si bien nuestro sistema de salud tenía muy profundos problemas, la reducción del presupuesto en ese ramo, la desaparición del Seguro Popular y la ocurrencia de sustituirlo por el INSABI agravaron las cosas. No sólo no hubo una política nacional para atender la pandemia, al Consejo de Salubridad Nacional apenas si se le reunió, no se adquirieron a tiempo los insumos necesarios (incluyendo las vacunas) y se desmanteló la red para abastecer medicamentos.

Trejo proporciona datos oficiales para dimensionar el impacto de la tragedia y los compara con lo que sucedió en otros países de América Latina. Repasa el impacto del Covid-19 en el personal de salud (mucho mayor que en otros países). Acudiendo a datos del INEGI y CONEVAL documenta la expansión de la pobreza, los casi nulos apoyos gubernamentales para intentar mantener empleos y pequeñas empresas, el duro impacto en la educación (5.3 millones de niños y jóvenes dejaron de ir a la escuela), el improvisado regreso a las aulas.

No deja de revisar, de manera breve, la ampliación de la conciencia ambiental, las novedades del teletrabajo, las versiones conspiracionistas o la “hegemonía” de plataformas como Netflix que crecieron de una manera espectacular mientras nos manteníamos enclaustrados en los hogares.

Es un libro necesario, informado, preocupante. Lo peor, sin embargo, es dar la espalda a nuestra triste y delicada realidad. 

* Raúl Trejo Delarbre, Posverdad, populismo y pandemia, Cal y Arena, México, 2022.