Iggy Pop

Viejo punk con ideas nuevas

Cumplir 75 años no implica renunciar a la música. Dejar de pegar saltos en escena. Volverse aburrido.
No lo implica si eres Iggy Pop. A cincuenta años de Raw Power, disco que le dio una estocada mortal
a lo que hasta entonces se escuchaba, el cantante de los Stooges regresa a su quintaesencia: el rock crudo.
Y lo hace desgañitándose con el viejo punk en temas como “Modern Day Ripoff” o sonando
melancólico en “New Atlantis”. Daniel Herrera revisa las entretelas del nuevo disco del estadunidense: Every Loser

Iggy Pop and the Stooges en concierto en el Festival Sziget.
Iggy Pop and the Stooges en concierto en el Festival Sziget.Fuente: Northfoto / shutterstock.com
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Como buen adolescente de los noventa, llegué a Iggy Pop a través del grunge que inundaba MTV y la radio. Fue raro, porque lo primero que recuerdo de él fue la canción nada punk de título “Candy”. No podía escuchar mucho más de él. Ya sabemos que antes de Napster, conseguir música en este país era caro y complicado. Además, tenía trece o catorce años; comprar un caset significaba invertir horas lavando autos o ser paciente al juntar las pocas monedas que podía robar cada vez que me enviaban a comprar la leche y el pan. No fue Iggy mi primera opción ante tantos discos que deseaba tener. Preferí comprar Nevermind, de Nirvana o algo de Soundgarden.

Por eso, mientras hoy escucho su más reciente álbum pienso qué gran época para estar vivo. Sí, el cambio climático es inminente y siguen existiendo dictadores y fascistas, pero puedo escuchar toda la discografía de Iggy en línea cuando se me antoje. Parece consuelo de tontos, pero me es suficiente para atravesar un día complicado.

TODAVÍA RECUERDO que en 2016, después de grabar Post Pop Depression, andaba despidiéndose de medio mundo. Llegó a afirmar que le costaba mucho trabajo meterse al estudio a grabar algo nuevo. Luego hizo un disco acompañado de músicos de jazz y algunas otras colaboraciones.

Cuando parece que a Iggy le falla la energía para seguir creando música porque tiene 75 años, esa edad no significa nada y decide darnos un nuevo álbum en enero de este año: Every Loser. He notado que después del tropezón que significó Free, álbum del 2019, Iggy Pop regresó al lugar donde se nota más cómodo: el siempre noble rock crudo. No lo hace solo, como es su costumbre. ¿Cuántos más pueden jactarse de comenzar su carrera solitaria de la mano de David Bowie y no detenerse durante más de cuarenta años, casi siempre acompañado de distintos músicos y productores?

En el nuevo disco lo siguen viejas glorias de los años noventa: Chad Smith de los RHCP, Duff McKagan de los Guns e integrantes de Jane’s Addiction y Pearl Jam, además de Tay-lor Hawkins, en la que tal vez sea la última grabación del baterista de Foo Fighters. Pero lo que llama más la atención, tanto a críticos como a fans del cantante, es la presencia del productor Andrew Watt, quien ha trabajado tanto con Ozzy Osbourne como con Justin Bieber.

Watt, productor de pop antes que de rock, comprendió qué debía hacer con Iggy. Se necesita una gran inteligencia musical para permitir que la estrella se desenvuelva en un ambiente que parece casi caduco. Hay que aceptarlo, en una época de monótonas fórmulas musicales y exceso de autotune, no suena como una opción lógica que un productor pop se ponga a trabajar de la mano de uno de los más importantes artistas del rock. Aun así, exceptuando el primer single (que no es tan bueno), Watt hizo un gran trabajo guiando a Iggy a través de su propia historia musical. Es como si decidiera entregarnos todas las habilidades que tiene el cantante, desde lo más punk hasta la vocación crooner en el mismo disco.

Llama la atención la presencia del productor Andrew Watt, quien ha trabajado con Ozzy Osbourne y Justin Bieber

ABRE “FRENZY”, un rock que parece de los primeros dosmiles, bastante tradicional y el punto más bajo del álbum. Si esto lo hiciera cualquier otro grupo de rock actual sería una obra maestra, pero con Iggy es apenas aceptable. Tanto ese coro con respuesta como el riff de guitarra constante hacen que uno piense en conciertos de nostalgia rockera.

Por fortuna aparece “Strung Out Johnny”, sobre la drogadicción y con reminiscencias al Iggy Pop que se juntaba con Bowie por las calles de Berlín. Con “New Atlantis”, Iggy le canta a la ciudad donde ahora vive. No lo hace desde el enamoramiento paradisiaco que Miami podría exigir. En lugar de eso, nos dice que más que una ciudad es una prostituta, que el paraíso está lleno de puchadores colombianos, que es un extraño lugar donde sus habitantes buscan amor desesperadamente. Todo lo anterior va acompañado de una música que recuerda al Iggy más melancólico y pop.

El viejo punk de siempre se puede escuchar en “Modern Day Ripoff” y “Neo Punk”. No suena a The Stooges en sí, pero ahí están las guitarras agudas distorsionadas y el bajo machacón con la misma línea repetitiva. ¿Qué falta? Pues el crooner, el Iggy de “La vie en rose” y “What Is This Thing Called Love”, sin perder la personalidad. En este álbum lo hace con “Morning Show”, canción que habla sobre la mejor forma de ocultar la depresión. El álbum completo nos recuerda que Iggy no es un cantante más, sino alguien que ha construido un estilo personal irrepetible.

Cuando los viejos rockeros comenzaron a envejecer, Bowie se preguntaba cómo debía actuar a sus más de cincuenta años. Algunos terminaron siendo una parodia de ellos mismos y cada vez que intentaban reinventarse se hundían más en el ridículo. Por otro lado están algunos, como el mismo Bowie justo antes de morir o su amigo Iggy, que pueden revisar su propia historia musical para crear un nuevo disco que eleva un escalón más su propia obra.

Los álbumes de Iggy Pop pueden ser irregulares. De un lado están las obras maestras, otros apenas cumplen y unos más son tropezones. Lo que no se le puede criticar es que sea repetitivo o no sepa sorprender a su público. Que a los 75 años lo vuelva a hacer me lleva a creer que, aunque los noventa ocurrieron hace ya treinta años, la creatividad y el asombro ante el mundo sólo terminan con la muerte.