Volver a Angola, llegar a Cuba

La huella de la Revolución Cubana es evidente en la República de Angola. A casi medio siglo de la lucha armada
que independizó a este país de Portugal (1975), bajo el impulso de una promesa libertaria que sería usurpada
—y expoliada— por los nuevos poderes, el apoyo material y humano del régimen de Castro, entre 1975 y 1991,
fue un factor en la subsecuente guerra civil. Diego Gómez Pickering, cuyo nuevo libro, Cartas de Nueva York
(Taurus, 2020) circulará el próximo otoño, regresa a ese país africano y nos comparte lo que encontró en su visita.

Fidel Castro Street, en Windhoek, Namibia.
Fidel Castro Street, en Windhoek, Namibia.Fuente: world-adventurer.com
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Fidel Castro Street señala el letrero que indica el nombre de una de las arterias principales de la ciudad de Windhoek, Namibia. El rótulo y la calle rinden homenaje, desde el corazón desértico del Kalahari, al extinto líder de la Revolución Cubana y a la participación de La Habana en la historia de este rincón del África meridional.

“¿Castro? ¡Comandante Castro!”, me responde, con un sonoro y gutural inglés, la mujer a quien pregunto sobre el nombre de la vía, más por curiosidad de su respuesta que por falta de información sobre el otrora hombre fuerte de Cuba. “¿No lo conoce?”, me confronta la mujer de piel color arcilla. Cómo no lo voy a conocer, respondo con una sonrisa mustia pero sin decir palabra.

De Castro hemos escuchado todos, desde el asalto al cuartel Moncada hasta hoy. La exportación de médicos isleños a Europa, Oriente Próximo y América Latina para apoyar ante la epidemia de Covid-19, previos desembolsos millonarios a La Habana por parte de los países receptores, es uno de los muchos temas de conversación en estos días, al menos en México. Sin embargo, poco se habla sobre el rol que jugó Cuba, con Fidel y el Che al frente, en los conflictos postcoloniales en el África de los años sesenta y setenta. Épocas tan lejanas y tan distintas, en las que la ayuda cubana al entonces Tercer Mundo no implicaba pagos en dólares al presunto benefactor. Eran tiempos más de ideales que de objetivos políticos, ideológicos y militares, o no. Hoy, a más de medio siglo de la llegada de Ernesto Guevara a África, para “exportar la revolución y sumarse a la liberalización de los pueblos subyugados”,1 es fundamental preguntarnos: ¿cuál es el verdadero legado de Cuba en el continente negro?

¡VIVAN FIDEL Y EL CHE!

La independencia de Namibia ocurrió en marzo de 1990. Su autonomía no debe ser atribuida solamente a la lucha del SWAPO (Organización Popular de África del Sudoeste, por sus siglas en inglés), el principal movimiento independentista en la nación africana, sino al involucramiento logístico, militar, económico y también diplomático de La Habana, durante más de veinte años, en el proceso independentista y en la consiguiente guerra civil de la vecina Angola.

Para Cuba, más allá de una deuda histórica con los dirigentes del SWAPO, los acuerdos alcanzados en 1988 que pactaron la salida escalonada de sus tropas de Angola a cambio del retiro sudafricano de Namibia y su eventual independencia, significaron una salida digna, diplomática y políticamente explotable del laberinto angoleño. Aunque también un sesgo reivindicativo, consigo y para con África. Un sesgo que puede rastrearse en los meses siguientes al triunfo de la Revolución Cubana de 1959, el primer viaje del Che al continente en 1965 y el espejo que Fidel creyó ver en África, hasta el día de su muerte, como arguyen Cintia Barbagelatta y Gerardo Tassistro, en su trabajo El Che en África.2

La historia y el legado de la Cuba  revolucionaria en África no se limitan al proceso independentista de Namibia, sino que lo anteceden y lo trascienden. Los capítulos que conforman el entramado cubano-africano son innumerables y complejos. Incluyen desde la lucha de los nacionalistas argelinos contra la ocupación gala hasta los vínculos con Robert Mugabe y su confrontación con las fuerzas segregacionistas de la entonces Rodesia; desde los contingentes internacionalistas cubanos en Etiopía hasta la liberación de Nelson Mandela y el fin del apartheid en Sudáfrica, del que Fidel mismo aducía ser, en parte, artífice.

En conversaciones con el periodista Ignacio Ramonet, convertidas en un libro que constituye uno de los testimonios más extensos de su ideario, Fidel Castro ahonda en su admiración por el primer gobernante de la República del Congo independiente, Patrice Lumumba.3 Un autoproclamado socialista, asesinado en 1961 por paramilitares y también, según revelan documentos desclasificados del Departamento de Estado Americano, por agentes encubiertos de la CIA y del otrora gobierno colonial belga; Lumumba era para Castro un referente fundamental. Ambos, a fin de cuentas, eran libertadores de sus respectivos pueblos ante la amenaza del imperialismo.

No sorprende que en su primera gira —clandestina— por África, el Che, alentado y arropado por Fidel, organice incursiones armadas desde el este del Congo, con antiguos combatientes proLumumba, para desestabilizar al régimen, sostenido por Estados Unidos, del brutal Mobutu Sese Seko en la capital congoleña de Kinshasa. Tampoco asombra que en Brazzaville, capital del otro Congo, bajo los auspicios de su entonces presidente, el socialista Alphonse Massamba-Débat, el guerrillero argentino departiese con Agostinho Neto, cabeza del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), una de las tres facciones que buscaban la independencia de la colonia lusa. Ahí, amparada por las aguas del caudaloso río que divide y da nombre a dos países, se gestó una alianza indispensable para entender el legado de Cuba en África: Angola, pieza clave ayer, y quizá hoy, para entender el rompecabezas africano y, de paso, a la nación caribeña.

De acuerdo con La Habana, en Angola fallecieron 2,077 de los suyos, una generación de cubanos marcada por la guerra africana

DE IMPERIOS E IDEOLOGÍAS

Desde que el navegante portugués Diogo Cão ancló sus carabelas en la boca del río Congo en 1482, la fascinación europea, occidental y blanca con el país que hoy conocemos como Angola se ha incrementado exponencialmente: tiene diamantes, minerales, petróleo, mano de obra. En el peor de los casos esa fascinación se tradujo en despojos territoriales, control político, explotación económica y tráfico de personas; en el mejor escenario significó un rico intercambio cultural que pintó a América de negro y nos trajo, entre otras, la danza kuduro (del portugués, “culo duro”).

De cierta forma, antes de Portugal no había Angola, sino múltiples reinos, cacicazgos e imperios. Todos fueron borrados de golpe para crear una colonia integrada que luego intentaría convertirse en país. Igualmente se podría decir que después de Cuba es que hay Angola. La intervención y permanencia del contingente cubano en suelo africano desdibujó las líneas entre las variopintas facciones políticas que buscaban la independencia y el poder, aunque implicase una sangrienta guerra civil, con el fin de dar preeminencia a una sola voz, la del socialismo personificado por el MPLA, que sigue siendo sinónimo de gobierno para los angoleños.

Según Paulo Lara, exguerrillero y miembro de la Asociación Tchiweka de Documentación, principal organismo a cargo de crear un archivo documental del pasado reciente del país,

si Angola salió victoriosa de todas sus afrentas fue en gran medida gracias al apoyo de Cuba y de sus fuerzas armadas. No hay país que contribuyese con igual empeño a mantener la soberanía angoleña... sin Cuba no sólo la historia de Angola sería diferente, sino la de todo el continente, en particular la del África austral.

El estrecho vínculo entre Angola y la isla es anterior a esas primeras conversaciones de 1965 entre un Che que estaba ávido de llevar la libertad a las últimas colonias europeas en África y un Agostinho Neto necesitado de legitimidad y de respaldo internacional para su movimiento de liberación, tras sufrir el rechazo de la administración Kennedy en Washington durante una furtiva visita en 1962. Nace quizá con la misma Revolución Cubana, con la convicción internacional de Castro y la impaciencia de Guevara, a quien el Comandante envía a África “para ganar tiempo, mientras se creaban las condiciones en Sudamérica”.4 Según el mismo Fidel, en sus intercambios con Ramonet, la “victoria de enero de 1959 estuvo muy lejos de significar el fin de los combates armados... muchos compatriotas tuvieron que continuar ofrendando la vida en defensa de la revolución tanto en Cuba, como en otras tierras del mundo”. Y en ninguna se registraron tantas “ofrendas” como en Angola.5

De acuerdo con La Habana, en Angola fallecieron 2,077 de los suyos, una generación de cubanos marcada por la guerra africana y para la cual la memoria angoleña sigue conjugándose en presente. Así lo atestiguan las decenas de miles de veteranos combatientes, cuyas vidas refleja el falso documental “Entre perro y lobo”, proyectado durante la reciente edición del Festival de Cine de Berlín. Como se cuestionan los exbrigadistas internacionales cubanos en el filme, hoy la pregunta queda en el aire: ¿valió la pena?

Cartel de Agostinho Neto, primer presidente angoleño, y Fidel Castro, con motivo de la celebración de la Independencia de Angola, 1975.
Cartel de Agostinho Neto, primer presidente angoleño, y Fidel Castro, con motivo de la celebración de la Independencia de Angola, 1975.Fuente: twitter.com

HIJA DE TIGRE, PINTITA

En su edición de febrero del año 2012, la revista Forbes publicó los resultados de una consulta entre sus lectores africanos sobre los liderazgos más corruptos del continente. El entonces presidente angoleño, José Eduardo Dos Santos, figuró entre los gobernantes que encabezaron la lista. Además, la publicación lo describió en su comentario editorial como “alguien que ha gobernado Angola como si se tratase de una sociedad de inversión de fondos de su propiedad”.

Dos Santos asumió el poder en septiembre de 1979, a la muerte de Agostinho Neto; se convirtió, de la noche a la mañana, en el hombre más poderoso del país tras representar al MPLA en el exterior durante los años de la lucha anticolonial. Su formación como ingeniero especializado en hidrocarburos y su colmillo político le permitieron consolidar, sobre todo desde el fin del conflicto en Angola en 2002, un ambicioso plan para desarrollar el potencial energético del país y engrosar sus arcas personales y familiares. El otrora revolucionario dejó la presidencia angoleña en 2017, luego de casi cuarenta años en el poder. Entonces, las voces que lo acusaban de manchar el nombre del país, de sus tantos muertos y guerras, eran demasiado estridentes como para no escucharse, tanto dentro como fuera de Angola.

De acuerdo con Lara, quien es hijo de uno de los fundadores del MPLA, Lúcio Lara —figura esencial de la lucha independentista—, tanto en Angola como en el resto de África, “tras conquistar el poder, los liderazgos de los movimientos de liberación nacional, de quienes se esperaba un modelo ejemplar de gobernanza... terminaron por ser una desilusión”. En enero de este año, a raíz de una investigación comandada por João Lourenço, sucesor de Dos Santos, se hizo pública una serie de comunicaciones clasificadas que documentan el entramado fiscal y financiero ideado por Isabel Dos Santos, primogénita del expresidente, para transferir más de 115 millones de dólares de la petrolera estatal angoleña Sonangol, que presidió durante los últimos años del gobierno de su padre, a diversas cuentas personales en Dubái. La fiscalía angoleña, auxiliada por sus pares británicos y lusos, acusa a la otrora primera hija de malversación, blanqueo de capitales, tráfico de influencias y también administración fraudulenta. Al día de hoy, Dos Santos, considerada la mujer más rica de África, sigue prófuga y el legado de la lucha independentista, de la guerra civil, del MPLA, del ideario revolucionario socialista y de la intervención cubana siguen en vilo.

Quizá los más de 300 mil soldados cubanos y los cerca de 50 mil funcionarios castristas que pelearon en Angola a lo largo de quince años una guerra que no era suya, hablen más del régimen cleptómano de Dos Santos que de La Habana del Comandante. De igual manera sucede, quizá, con los ejércitos de médicos cubanos que hoy en día deambulan por el mundo: revelan más de los sistemas de salud de los países a los que van a auxiliar que del gobierno que les malpaga y los usa como propaganda.

Mientras Angola y el resto del África de habla portuguesa se alistan para conmemorar medio siglo de vida autónoma, sigue vigente tanto el legado como la influencia de Cuba en sus historias recientes, y quizá también futuras. Justo una de las últimas acciones de Dos Santos en diciembre de 2016, antes de dejar el poder y desaparecer de los reflectores —aunque no de los titulares noticiosos— fue firmar un decreto para renombrar una de las principales vías de Luanda “Comandante Fidel Castro Ruz”. La avenida tiene 27 kilómetros de longitud, lo que la convierte en la más amplia de la capital angoleña. Tan amplia como la historia entre Angola y La Habana.

Notas

1 Ernesto Guevara, Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo, Mondadori, Buenos Aires, 2005.

2 Cintia Barbagelatta y Gerardo Tassistro, “El ‘Che’ en África. Su influencia en Angola”, XVI Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, Universidad Nacional de Mar del Plata, 9 al 11 de agosto, 2017.

3 Ignacio Ramonet, Fidel Castro, biografía a dos voces, DeBolsillo, México, 2009.

4 Ibid., p. 325.

5 Ibid., p. 320.