Warpig en su propio jugo

Parecería la vida de los otros, pero está lejos de serlo: en esta edición de El Cultural, algunas figuras del rock
urbano, que en principio es catalogado como alternativo o marginal, aparecen como el referente común
donde se reconocen multitudes de la megalópolis y su periferia. No se trata entonces de una minoría,
sino de voces representativas de una mayoría que comparte las condiciones y expectativas de vida
mencionadas en los relatos de este número. Su música —hoy disponible en plataformas digitales—, resulta
la mejor justificación para este elenco que toma la voz, los oídos, y comparte las estaciones que animan su trayecto.

El músico durante una presentación
El músico durante una presentaciónFoto: Archivo de Warpig
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Las urbes poseen la cualidad de engullir a sus habitantes. De sepultarlos bajo la masa. Pero en ocasiones las ciudades también se definen por sus rostros. La Ciudad de México tiene en el Warpig a uno de sus hijos más rebeldes.

Debe su apodo a Snaggletooth, la mascota que es el símbolo de Motörhead (una especie acuñada por el dibujante Joe Petagno, un animal con rasgos de perro, lobo y gorila con casco, cuernos, picos y cadenas). Banda de la que se confiesa fan from hell. Cuenta que conocer en persona a su máximo ídolo, Lemmy, le sirvió para percatarse de que después de veinticinco años en el medio todavía lo seguía emocionando el rock and roll.

Locutor de radio, baterista de Lost Acapulco (la banda surf en la que todos sus integrantes usan máscaras de luchador, menos él), glotón empedernido (a través del hashtag #soytufat comparte sus debilidades gastronómicas), columnista, tuitstar y padre de tres pomerianos que presume en Instagram todo el tiempo, Warpig es un incansable promotor de la música y la gastronomía. Su amor profeso por la comida es un rasgo plenamente reconocible de su carisma. Es uno de tantos ocupantes de la meca. Pero reniega del orgullo chilango. Para él, haber nacido en la Vieja Ciudad de Hierro no representa ninguna medalla pero tampoco un handicap. Más bien lo asume como un accidente del destino. Le parece falso charolear con el código postal. Se asume mexicano antes que chilango. Afirma que ser capitalino no está tan chido.

Desde la conformación de su primera banda, Atoxxxico, una leyenda del hardcore punk mexicano, toda su vida se ha proclamado por la independencia. De acción y pensamiento. Ya sea como miembro de una banda o frente al micrófono o en la página impresa. Fiel practicante de la filosofía del hazlo-tú-mismo, posee una personalidad controvertida. O lo amas o lo odias. Fue también miembro fundador del grupo 34-D. Asegura que ha perdido mucho tiempo en pendejadas, pero parece todo lo contrario. Da la impresión de que no ha parado de producir desde que nació: discos, fanzines, shows radiales. No sabe estarse quieto. Su proyecto más reciente es la plataforma radiofónica de autogestión salvameradio.com.

Warpig tiene la virtud de haber formado parte no de una, sino de dos bandas esenciales del rock mexicano. Pocos pueden presumir de lo mismo. A eso se le llama chingarse. Platiqué con él sobre su carrera.

Yo decía que pertenecía a la clase media. Pero cuando arribé a la Jardín Balbuena dije ni madre: somos jodidos. Hoy en día, si vas a la Balbuena parece una cárcel. En aquellos años se veían morras bien bonitas... estaba en otro planeta

EXISTIR AL MARGEN

La vida en el barrio era difícil. Para la familia, para mis papás. Era un barrio al oriente. A la salida a Puebla. Estuvo sin pavimento desde que era un asentamiento. Pavimentaron hasta 1980, hasta que ya era una colonia formal. México ya era un país hecho y derecho y nosotros seguíamos sin pavimentar. Mi papá y mi mamá vivían en un cuarto. Mi mamá era trabajadora social en clínicas del ISSSTE. Chambeaba sin parar. Mi jefe hizo la mayoría de su vida laboral en el rastro. En Ferrería. Hacía de todo. Estaba en el departamento de embutidos o le tocaban noches de matanza. Antes, trasladarse desde la colonia Tepalcates hasta el rastro era una distancia cabrona, se hacía eterno. Había que caminar hasta la Zaragoza para conseguir un tipo de transporte. O a la Agrícola Oriental. Había que caminar un chingo para ir al mercado. Al kínder al que yo asistía. Que estaba en Pantitlán. Mi crianza recayó en mi abuela. Mis papás trabajaban todo el día. En el caso de mi papá, toda la madrugada.

Era barrio. Me da mucha risa cuando la gente dice: “es que yo vivía en el barrio”, refiriéndose a la Roma. Una colonia clasemediera. De chavito era una infancia que yo creía normal. Fui a la primaria Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A pesar de que era un barrio culero, llegó gente con deseos de hacer otras cosas. De nutrirse, no sé si de cultura. Yo tenía vecinos que tenían colecciones de viniles de rock. Albergaban el sueño de construir sus casas de poco a poco. Llegó la década de los ochenta y se les quitaron las ganas de superación. La onda era vivir y ya, a la chingada. A mis papás se les ocurrió que yo no asistiera a la secundaria por el rumbo, sino más al centro de la ciudad. Hice la secundaria en la Jardín Balbuena. Para un morrito de la Tepalcates, la Jardín Balbuena era de ricos. Fue un shock muy cabrón. Los teléfonos en las esquinas funcionaban todos. En la Tepalcates no había agua ni alumbrado. El único que funcionaba amanecía cagado. Cómo le hacía la gente para subirse y cagarlo es uno de los enigmas que me persiguen hasta el presente. Se requiere mucha fuerza física y muchas ganas de joder. Porque te podías cagar a un lado en la banqueta.

Cuando un foco funcionaba la gente de mi generación y de las anteriores le tiraba piedras con resorteras. Somos bien pinches raros los mexicanos. O muy pendejos. Yo siempre decía que pertenecía a la clase media. Pero cuando arribé a la Jardín Balbuena dije ni madre: somos jodidos. Hoy en día, si vas a la Balbuena parece una cárcel. En aquellos años se veían un buen de morras bien bonitas y bien guapas, estaba en otro planeta. Fue un cambiezote. Me daba pena decirle a mis compañeros que vivía en la Tepalcates. No era muy violento. Me peleé unas tres veces. Desde morrito mi papá me dijo: aunque te la haga de pedo un güey más grande que tú, rífate. Porque si no, te van a chingar.

La única visita distinguida que tuvimos en la colonia fue Valentina Tereshkova, la primer mujer astronauta. Una mañana, mi jefa me dijo: “tenemos que llegar temprano a la escuela”. Y pues cuando tienes seis años te vale madre. Pero a mí mamá no. Me bañó y me llevó. Llegó un carrote de la embajada rusa y se bajaron varios guaruras y una señora muy alta, era ella.

Nos echaron un choro. Y mi mamá llevaba un libro de ciencias naturales. Lo abrió donde estaban las páginas dedicadas al espacio y le pidió a Valentina que lo firmara.

Lost Acapulco
Lost AcapulcoFuente: lostacapulco.com

ADICTO AL ROCK & ROLL

Mi amor por la música nació por culpa de mis tíos. Los hermanos de mi jefa. Desde los cinco años escuchaba sus discos. Eran fans de los Creedence. Tenían todos los sencillos. Algunos de los Beatles, Rolling. Un disco que me gustaba un chingo era el sencillito de siete pulgadas de “Paranoid”, de Black Sabbath. Que en el lado B traía “Electric Funeral”. Era mi preferido.

Y esperaba a que se fueran a la escuela para poder escucharlo. Mi abuelita me tiraba el paro. Me decía: nomás los rayas y se enteran tus tíos y yo no sé. Y yo: los voy a cuidar un chingo.

Me nutría de lo que escuchaban en la radio. Que en esa época era Radio Capital, porque había una hora especial de los Creedence. Y también escuchaban Radio Éxitos y la Pantera. Rock había en la casa gracias a mis tíos. Mi papá era más tropical. Escuchaba a Celio González, que tiene unos boleros bien chingones. A mi mamá le gustaba la onda instrumental. Frank Pourcel y Ray Conniff. Yo no tengo hermanos más grandes. Los hermanos mayores de mis amigos sacaban los discos de Grand Funk, que fue muy importante para nosotros de chavitos.

Esa generación, la que me precedía, se sacaba de onda porque me sabía todas las canciones de los Beatles. Había un güey que era bien fan y me decía, “a ver, cántate tal”. Yo no sabía inglés, pero la cantaba. Se les hacía cagadito. Pinche gordito sings The Beatles. Pero eso también pasaba en casa. Mis papás tenían el disco de “In a Gadda da Vida”, de Iron Butterfly. Esa canción me gustaba un chingo. Tenía cuatro años. Y mis papás se dieron cuenta que cuando empezaba la rola yo hacía playback y simulaba que tocaba los teclados. De dónde sacaba yo la mímica no lo sé. En la TV no había rock. La onda es que se hizo una cosa muy cagada. Llegaban las visitas, los compadres y pedían que pusieran “In a Gadda da Vida” y yo simulaba estar bien mariguano y alucinado tocando.

En la primaria nunca encontré alguien que tuviera la misma adicción que yo. Una vez en el recreo un maestro puso “Low Rider”, la rola de War, la banda que formó Eric Burdon, y me acuerdo que cuando la empecé a oír me fui a las bocinas, pinches bocinas Radson reculeras, porque me gustaba un chingo, y el maestro llegó a preguntarme si me gustaba. Fue una infancia chida. Por fortuna conservo todavía a mis padres. Mi jefe me decía: “Siempre que alguien te diga algo, miéntale su madre y dime”. El apoyo desde ahí empezó. Cuando alguien me hacía bulin, le mentaba su madre y salía corriendo. Y le decía a mi papá. Y cuando le reclamaban preguntaba qué me habían dicho. Porque yo no les iba a mentar la madre así, de güevos. Luego se abrían. Fue una de las enseñanzas de mi jefe.

MAN IN THE BOX

De chavito, mi papá llevó a la casa una batería de juguete. En chinga la agarré a patadas. Descubrí que tenía facilidad para seguir el ritmo, como mucha gente. Tenía habilidad para escuchar un disco de Rush y me clavaba mucho en las combinaciones entre bombo y tarola. Tuve una relación muy estrecha con el Museo del Chopo, con el intercambio de discos, el boom de la oleada del metal. Y ya me gustaba el hard rock, el heavy, Sabbath, Purple, Zeppelin. Compraba casets piratas. Lo que hacía era quitarles a los ganchos de madera el alambre, agarraba los palos como baquetas y me imaginaba que tocaba la batería en varias bandas de metal. Y me salían unos callotes.

Lo más importante musicalmente en mi vida fue tener contacto con el punk y el hardcore. Te abre una gama bien cabrona de posibilidades. No podré tocar como Nick Mason o Ian Paice, pero eso no quiere decir que no puedo hacer una banda. Con la explosión punk te dabas cuenta de que podías tocar: culero, pero puedes tocar. Me junté con nuevas amistades que hice en el Chopo y de repente ideamos hacer una banda. Mentí, dije que tocaba la batería. Empezamos a ensayar como trío. Donde ensayaba Masacre 68. El Yuli me prestaba su batería para ensayar. Y empezamos a sacar rolas. Y luego llegó un vocalista y luego otro y luego otro, hasta que por fin se formó la alineación de Atoxxxico.

Tocar tres veces a la semana en las mismas condiciones. Si se me rompía un platillo tenía que sacar de mi varo. No teníamos patrocinadores... Bandas así ya no hay 

PUNKS DE MIERDA

Mi primera batería fue una Yamaha. Vintage. Que un tío vio en un tianguis en Santa Cruz Meyehualco. Mi papá me prestó varo y la compré. Después la vendí, porque yo andaba metido en el hardcore y necesitaba algo más cabrón. Mi segunda batería fue una Pearl plateada. Y hasta la fecha es mi batería. Con Atoxxxico fueron diez años de conciertos, giras, discos. Esto lo hice antes de empaparme de la filosofía punkera del hazlo-tú-mismo. El punk me abrió el panorama. Y quién te va a regañar. No hay reglas. Fue todo un descubrimiento. De pasar del fanatismo por Kiss pasé al mundo del punk, de la anarquía, del straight edge. La escena creció mundialmente. Una banda como Atoxxxico no necesitaba un gran presupuesto para tocar. Sólo un lugar donde dormir. Así recorrimos todo el país y parte de Estados Unidos.

Atoxxxico era una banda con kilos de actitud. En vivo sonaba bien cabrón. Era bien emocionante. Pero los discos suenan bien culeros, nunca lo reflejaron. Porque el productor no sabía a qué se estaba enfrentando. Quedan como documento. Todo lo pagamos con nuestro varo. Desafortunadamente nos tocó un tiempo en que no se sabía grabar a bandas de este estilo. Si Atoxxxico hubiera grabado con la tecnología que hay ahora: uta. No tuvimos esa suerte. Tocamos un chingo de veces. Ha sido una de las bandas chidas de la escena mexicana. Obvio, lo digo porque yo estuve ahí.

DEL DIVÁN TRUNCO AL APRENDIZAJE HARDCORE

Estuve un año sin estudiar. Y aproveché para perfeccionar mi inglés. Es lo que hacemos todos los malos estudiantes. Nomás que a mí el inglés sí me latía. Me sirvió un chingo. Porque era el momento en que me bombardeaban fanzines de otros países. Hice mi propio fanzine: Puro pinche ruido. Entrevistamos a bandas de Alemania, de Italia, gabachas. El inglés tehace un parote para leer los fanzines gringos. Me nutrí de información de bandas de hardcore.

Fui a una prepa de paga. En la Del Valle. Porque quería ser psicólogo. Llegué hasta segundo semestre de la carrera. Y me puse a vender pacas de ropa en los tianguis. Como siete años. Nunca fui deportista. Bueno, sí fui. La armaba para el volibol. Cuando no quería entrar a clases jugaba frontón. También en el barrio. Pusieron una fábrica de Bimbo. Teníamos muros a toda madre para jugar. Y echábamos reta de a varo. De ahí sacaba para los discos. Mi papá me enseñó. Jugaba muy cabrón. La técnica para ganarte un varo era jugar con pelotas de esponja y dejarlos ganar, luego sacabas las pelotas de tenis y como era a mano limpia no estaban acostumbrados y les dolía.

Qué chinga. Todas las horas invertidas en ensayos. De trayectos de la Tepalcates a la San Felipe de Jesús.

Tocar con Atoxxxico lo compensaba. Vi las entrañas de la escena hardcore mexicana, con sus excesos, su competencia, con toda su ignorancia, su arrogancia, su gandallez, su confusión. Los buenos años. La chinga que le paré a mis papás. Ensayamos un tiempo en casa de ellos. Atoxxxico duró una década porque era divertido. Tronamos porque no cobrábamos.

Nos invitaban a todos lados. Les abríamos a todas las bandas importantes que venían en esos años. Una vez, Rodrigo de Aranzabal nos preguntó: ¿no les gustaría vivir de lo que hacen? Conocimos todos los locales punks para tocar en la provincia. Y en el gabacho. En San Francisco, Los Ángeles, Oakland. Tronamos porque nos cansamos. Y luego por transas internas. De varo. En el rock mexicano siempre hay un güey que te chinga. Desde cincuenta hasta diez mil pesos o más. Conozco a todos los managers del rock mexicano desde principios de los ochenta.

Los otros miembros empezaban a faltar a los ensayos. A faltar al respeto. Hubo cambios de alineación. Ya no ibas a las tocadas. Ya sabías que ibas a llegar a un lugar en que el equipo estaba de la chingada. Y que para acabar iban a llegar los güeyes apestando a resistol cinco mil, a echarte su pinche aliento. Ése era nuestro público. Éramos culeros entre nosotros mismos. Cuando estábamos los cuatro juntos éramos cabrones socarrones. Nos burlábamos de nosotros mismos. Éramos ojetes. Pero para afuera se percibía diferente. Pasábamos mucho tiempo los sábados en el Museo del Chopo. Muchas bandas de metal no querían pararse porque pensaban que les íbamos a partir la madre. Nos hicimos de una pinche famita de violentos. Porque creían que los punks eran chingar-joder-madrear. Esa imagen nos gustaba. Ir caminando por la calle con el Rolo con sus picos, el Thrasher con sus rastas y Edson con el pelo largo, y que la gente se hiciera a un lado. Recuerdo la primera vez que Atoxxxico tocó en Monterrey. Yo salí y me formé en la fila para entrar al bodegón. Y se hizo el silencio. Era porque Rolo venía caminando con sus picos, un güey inmenso. La gente en la calle se quedó callada. Y eso era un shock cultural. Era muy intenso. Y se hizo insostenible. Sacamos un disco con dinero de mi mamá. Y nunca se le pagó.

Tocar tres veces a la semana en las mismas condiciones. Si se me rompía un platillo tenía que sacar de mi varo. No teníamos patrocinadores. Despreciábamos a los medios de comunicación. Bandas así ya no hay.

Discografía de Lost Acapulco
Discografía de Lost AcapulcoFoto: Especial

#SOYTUFAT

Me gusta comer un chingo. No soy adicto a las drogas, algún vicio debía de tener. Por eso estoy bien gordo. Y he podido contagiar a muchos de mis radioescuchas para que manden fotos a mis cuentas de redes sociales. Envían fotos de mujeres tatuadas. También de tacos, de platillos chidos de la comida mexicana. Ha de ser bien culero vivir en otra parte del mundo y no poder chingarte una pancita en la mañana o un caldo de gallina con un chingo de garbanzo y arroz. No es que sea foodie. O un güey gourmet. Me gustan las carnitas. Los tacos de tripas. Un pozole chingón de cerdo. Siempre platicamos al respecto. Nos recomendamos lugares. Siempre hay controversia. Como con la música. Luego la gente te recomienda los tacos del Califa. Esos tacos están muy limpios. No es que me la dé de muy cabrón. Pero hay un chingo de taquerías al oriente donde se come muy bien y no muy caro. Pero sabroso. Hay que saber buscarlo. Y eso cómo lo consigues. Pues con años de experiencia. De recorrer la ciudad. Hay amigas que me han dejado de seguir porque publico fotos de mujeres con poca ropa. Y les parece antifeminista. Y jamás me imaginé que iba a tener detractores por subir fotos de tacos de tripa. Obvio, no lo voy a dejar de hacer. Es muy cagado ver las reacciones de la nueva sociedad mexicana-vegana. Hay unos güeyes que se sienten moralmente superiores. Y qué güeva. A mí me gusta debatir pero yo elijo con quién. No con todos. Soy un fan absoluto de la comida mexicana.

DEL PUNK AL SURF Y LA LOCUCIÓN

Gracias a Atoxxxico conocí a otras personas. Locutores de radio que nos invitaban a sus programas, a Damage, a Nacho Desorden y al Reverendo. Yo ya trabajaba en Radioactivo. Y nos empezamos a hacer cuates. Pasó el tiempo e hicieron Los Esquizitos. Yo alguna vez toqué con ellos. Una vez terminamos tocando en Acapulco, yo con mi otra banda, 34-D. Estábamos en la alberca, escuchando en una grabadora a Man or Astro-man?, y bajo el sol dijimos: “¿Por qué no hacemos una banda de surf?” Y así nació Lost Acapulco. Yo nunca había tocado surf. El panorama del rock era muy fresa. Ya estaba pasado el boom del rock en tu idioma. Yo he criticado mucho el rock mexicano. Y la verdad, creo que el noventa por ciento del rock mexicano es una cagada. Pero ése es mi punto de vista. A mí me pones rolas de La Castañeda y digo qué es esta pinche pérdida de tiempo. Siempre he sido honesto al decir cuando algo no me gusta. Las bandas lo toman a mal. Creen estás hablando de ellos como personas. Y te haces de un chingo de enemigos. Y qué güeva tener que explicar. Pero quiero aclarar que desde mi chamba como miembro de Atoxxxico y Lost Acapulco y como locutor, el hecho de que no te guste una banda no significa que los odies. Podemos ser compas, cotorrear de música, irnos a chupar, eso es aparte.

Cuántos locutores existen que no dicen la neta. Todo es public relations. La mayoría tiene la filosofía de llevarse bien con todos. Y así no se cierran ninguna puerta. Para mí es más importante tener credibilidad que ser el buena ondita. Pinche gente tibia. El punk no es así. La música que a mí me gusta tiene güevos. Y el panorama no ha cambiado. Sigue igual. Qué chinga para las bandas. La mayoría de las bandas no tiene autocrítica. Y aparece un gordo nefasto y les caga que uno les diga la verdad. Las disqueras siempre te van a decir que el pop es rock. No mames. El pop es pop. Y aparte, todo mundo les da por su lado. Sin embargo, hay bandas bien chidas, pocas, pero chidas. Y unos pocos críticos parciales. Qué pinche valor va a tener la crítica para que te dejen pasar al backstage.

Ha de ser bien culero vivir en otra parte del mundo y no poder chingarte una pancita en la mañana o un caldo de gallina con un chingo de garbanzo y arroz. No es que sea foodie. O gourmet. Me gustan las carnitas

SÁLVAME RADIO

Tengo unos veinticinco o treinta años haciendo radio. Soy malo para las relaciones laborales. Para las relaciones sociales. Pero lo que más conozco es a mis radioescuchas. Trato de ser muy natural al aire. Trabajé varios años en la radio privada. Luego pasé por revistas. Y al final unos amigos pensaron que yo podría hacer un buen programa e ingresé a la radio del Estado. Estuve catorce años cobrando lo mismo. Porque soy un pendejo. Nunca tuve un aumento. En México los listos cobran bien y los pendejos mal. No se me hacía tan duro porque estaba haciendo algo que me gusta. Te empiezas a clavar en el varo y en las cuestiones laborales cuando ya no te gusta. A mí me gustó trece años formar parte de la radio del Estado. Había directores que no se metían en mi trabajo. Lo cual uno siempre agradece. Me daban libertad.

Trabajar en el IMER es como trabajar en el IMSS. No hay recurso. Entonces te la tienes que ingeniar. Para meter invitados. Es un pedo burocrático. Hay muchas carencias. Llegó un momento en que me cuestioné: “Qué hago aquí. No respeto a ninguna de las personas con las que estoy trabajando”. Es muy importante para sentirte parte de un equipo. Cuando estaba en Atoxxxico yo admiraba a los otros tres cabrones. En Lost Acapulco son mis amigos. Ahora, en Sálvame Radio, son gente que he admirado. De repente me vi rodeado de gente que no conozco. Que no tiene un background de actitud. Ganaba mal. Fue muy triste. Porque hubo tardes en que me preparaba para el programa y me enfrentaba a condiciones que no me gustaban. Era como jugar futbol en la calle y nunca en una cancha con pasto.

La radio estatal siempre ha estado en crisis. A mí nunca me invitaban a cubrir conciertos. Porque no les gusta la gente que dice la neta. Qué bueno que no me inviten. Si me piden definir en una palabra el tiempo que pasé en el IMER es precariedad. No siempre el staff es la persona indicada. No hay estilo. No hay esa mugre necesaria. Es el güey que está a la mano. Eso debería de cambiar. Debería estar ahí la gente que quiere hacer radio porque si no la hace se muere. Se da un chingo la onda de que era recepcionista y ahora es productora. Era mensajero pero ya se convirtió en locutor. Así es la radio estatal. No es una crítica culera. Estoy diciendo las cosas como son.

Amablemente, le dije al coordinador de radiodifusoras que si no existía la posibilidad de un aumento. Como era freelance sólo tenía que dar las gracias. Así que le di las gracias y me fui.

Fue cuando surgió el proyecto de Sálvame Radio, que es radio por internet. Me gusta hacer radio. No había de otra. Y pues con varo, tienes que poner tu varo. Muchas personas me ayudaron. Ahí vamos. Con un chingo de trabas. Hemos pagado la novatada. Y nos hemos hecho de una audiencia fiel. Y ya casi viene la aplicación. Para que sea realmente autogestivo. Hay que pagar renta. Y queremos que salga varo para toda la gente que laboramos ahí, para los locutores. Falta mucho que regular. Ahí tengo puestas mi fe y mis ganas. Mi paciencia. Y el esfuerzo de muchas personas. Se trata de una estación de radio las 24 horas, con tres canales gratuitos y uno de paga, dedicado casi enteramente al rock. Y con cápsulas que hacemos desde casa. Porque para acabarla de chingar se nos atravesó la pinche pandemia. Pero ahí vamos. El panorama no se ve muy claro. Pero somos muy necios. Con locutores con actitud, que tienen algo que contar. Que piensan. Y que tienen un punto de vista que pueden defender sin pedos. Eso es muy necesario en la radio. Son programas independientes. Cada locutor es responsable de lo que dice.

Y se va a poner más chido.