Aquí tenemos un buen ejemplo de como plantear con claridad las reglas de un concepto mezcla de comedia y de terror, además de respetarlas y mantenerlas durante todo el trayecto, para desarrollar así en el espectador tal complicidad hacia su absurdo impulsado por esa falta de pretensiones más allá de entretenimiento característico de las películas tipo función de media noche, que es irresistible pasar por alto los pequeños huecos en la trama, algún curioso chiste pero nada justificado -como el que se relaciona con unas porristas-, y hasta el que un llamativo preludio mala leche con referencias al logo con aire pop de la productora propiedad de James Wan -El Conjuro (2013)-, pese a ser efectivo como presentación, al final ya ni se molesten en conectarlo de manera contundente con el resto de la propuesta.
Esto gracias a que, teniendo como base un cuento corto del célebre escritor Stephen King, sobre un par de adolescente y un antiguo mono de juguete que provoca “accidentes” fatales en las personas a su alrededor; el otrora responsable de Longlegs: Coleccionista de almas (2024) se toma descaradamente en serio el humor mórbido, dejando que sea lo excesivo de conclusiones que juegan con el ridículo de diversas muertes, las que hagan detonar las risas tras situaciones que retoman temas como el de los núcleos familiares fracturados y el bullying que surge sin importar el género de víctimas y victimarios, mientras se burla de verdades incómodas sobre la paternidad, la indolencia, el inminente e impredecible final de la vida y las ceremonias funerales.
Por otro lado aunque no respeta del todo la temporalidad en el uso de algunos objetos, cuenta con una cuidadosa estilización retro donde las sombras solo reclaman el completo protagonismo durante las transiciones con los montajes como principal recurso, extendiéndose parsimoniosas sobre los colores cálidos para redundar en enrarecidas atmósferas de misterio donde encaja a la perfección el manejo de los efectos prácticos al elaborar y hacer lucir calcinamientos, decapitaciones y explosiones de cabezas e incluso de cuerpos completos, ante el contraste de lo impávido de los personajes y música con tintes nostálgicos y otras veces lúdicos, lo cual hace aún más retorcido todo el asunto.
Sin duda El Mono, dirigida por Osgood Perkins -Gretel & Hansel: Un siniestro cuento de hadas (2020)-, es una de las más divertidas y dignas adaptaciones que se han realizado en años recientes sobre una obra del siempre referido autor de novelas como The Shining y Carrie, y que dadas las bien aprovechadas libertades que permite el hacer un largometraje a partir de algo tan breve, para nada arruina la experiencia de luego acercarse a leer la obra original publicada por Peguin Random House en el compilado La Niebla.