Zelaya y sus partidarios encerrados en la embajada brasileña

Zelaya y sus partidarios encerrados en la embajada brasileña
Por:
  • larazon

AP

El depuesto presidente de Honduras duerme sobre un colchón de aire. Sus "compañeros de cuarto" no se bañan, no se cambian de ropas ni se afeitan desde hace tres días.

Escasea el agua del grifo y la cena se limita a bizcochos secos o arroz con frijoles.

La vida cotidiana se ha tornado cada vez más ardua para el derrocado presidente Manuel Zelaya y sus partidarios desde que se refugiaron el lunes en la embajada de Brasil en la capital hondureña, el último frente en la lucha de Zelaya por regresar al poder.

"No me he lavado ni cambiado desde que llegué y he dormido sobre mis ropas en el piso", dijo Milton Benítez, de 32 años, un escritor que dice que no votó por Zelaya, pero que está aquí para apoyar su restauración.

Benítez, vestido con una camiseta ajada que luce un retrato del legendario revolucionario "Che" Guevara, dice que pudo lavarse los dientes una sola vez, con un cepillo que usaron otras nueve personas.

Bañarse ha resultado casi imposible, primero porque las autoridades cortaron el suministro del agua y después —una vez que restablecieron el servicio— porque se agotó el tanque de reserva de la embajada, agregó. Un camión trajo un nuevo suministro el miércoles tarde.

"Estamos viviendo en condiciones inhumanas", dijo Benítez a un reportero de la Associated Press, uno de un puñado de periodistas que pudo colarse en la embajada el lunes junto con una multitud de partidarios de Zelaya antes de que soldados y policías cercaran el edificio.

La misión diplomática está rodeada. Funcionarios del gobierno interino, que derrocaron a Zelaya y lo obligaron a partir al exilio en junio, dicen que respetarán la demanda brasileña de no atacar la embajada, pero juran que arrestarán a Zelaya si pone un pie afuera.

El suspenso crece con la incógnita de cómo Zelaya pudo entrar en el país sin ser detectado.

Según el presidente venezolano Hugo Chávez, firme aliado de Zelaya, el líder depuesto viajó en avión, en el baúl de automóviles y en tractores, con la ayuda de partidarios, inclusive militares hondureños.

Fue "una operación secreta, de engaño", dijo Chávez a la prensa en Nueva York el miércoles.

El líder venezolano dijo que él y Zelaya dialogaron telefónicamente —en caso de que alguien estuviera escuchando— y discutieron planes de asistir a la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York.

Chávez asistió. Zelaya en cambio voló a El Salvador, donde se reunió el domingo con líderes del partido izquierdista Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, dijo el presidente salvadoreño Mauricio Funes. Pero Funes, miembro del partido y también aliado de Zelaya, afirmó el lunes que su gobierno no ayudó a Zelaya a llegar a Honduras.

Chávez no quiso revelar más detalles y se limitó a decir que "Zelaya fue el que hizo el plan".

"Tú sabes que él es un vaquero, tipo Pancho Villa, valiente, tiene coraje", agregó.

Por ahora, el "vaquero" cuelga su famoso sombrero blanco en una oficina de la embajada que hace las veces de su dormitorio, donde duerme sobre un colchón inflable.

Habla regularmente con sus partidarios y los insta a "permanecer en calma y tener paciencia", dijo Benítez.

Pero las tensiones aumentan: desde la primera noche han circulado rumores de que los soldados hondureños van a irrumpir en el edificio de dos pisos para arrestar a Zelaya.

Cuando un petardo estalló cerca en la madrugada del martes, muchos saltaron alarmados creyendo que el asalto había comenzado.

Las autoridades cortaron brevemente el suministro eléctrico a la embajada y pusieron altoparlantes con música estridente, al parecer para hostigar a sus ocupantes.

Cuando Zelaya llegó aquí el lunes, unos 300 partidarios, diplomáticos y reporteros entraron con él. El jueves quedaban menos de un centenar, inclusive la esposa de Zelaya, Xiomara, y varios de sus ex ministros.

Después de tres días sin duchas y de dormir dos noches sobre el piso, los ocupantes temporales de la embajada se están acostumbrando a la situación.

Algunos de los residentes dicen que ni se dan cuenta del intenso olor porque las ventanas del edificio permanecen abiertas durante el día y, como dice Benítez, "todos estamos en la misma situación".

Las comidas consisten en bizcochos secos, agua embotellada, y arroz, frijoles y queso traídos por trabajadores de derechos humanos a quienes se permitió el acceso al edificio. Pero los receptores dicen que la comida está racionada y tarda en llegar.

Un reportero que consiguió una bolsa de alimentos traída por un policía entregó una manzana a un amigo, quien la cortó cuidadosamente por la mitad para que durase más.

"No sabemos cuándo llegará la próxima comida", explicó Jorge Ramírez, de 25 años, un estudiante alojado en la embajada.

La situación parece estar cobrando un precio también en Zelaya. El miércoles miró fijo a la lejanía cuando sus partidarios levantaron el puño y prometieron luchar por su reposición.

Pese a los desafíos, el presidente derrocado dice que no piensa salir de la embajada. Ha pedido reiteradamente dialogar con el presidente interino Roberto Micheletti, quien dijo estar abierto a conversaciones con la participación de la Organización de Estados Americanos, OEA.

Zelaya fue destituido en junio después que ignoró reiteradamente las órdenes judiciales de cancelar sus planes de un plebiscito para reformar la Constitución. Sus oponentes sostienen que quería anular una prohibición constitucional a la reelección, lo que Zelaya niega.

La Corte Suprema ordenó su arresto y el Congreso hondureño, alarmado por la alianza cada vez mayor de Zelaya con el izquierdista Chávez y la Cuba comunista, respaldó al ejército cuando lo obligó a exiliarse en Costa Rica.

Zelaya —y la mayoría de la comunidad mundial— insisten en que su derrocamiento fue ilegal y reclama ser reinstalado en el poder.

Ninguna de las dos partes cedió mucho pese a varias conversaciones mediadas por el presidente costarricense Oscar Arias.

Sin un desenlace claro a la vista, los partidarios restantes de Zelaya se preparan para una larga estada.

En una rutina improvisada, los nuevos compañeros de odisea se turnan para distribuir la comida, barrer los pisos y limpiar los baños.

"Pienso quedarme aquí hasta que restablezcan al presidente", afirmó Ramírez.

vms