Soy chilango

Foto: larazondemexico

Nací en la ciudad de México, ergo soy… ¿defeño?, es demasiado feo ser hijo de unas siglas, e inexacto: la ciudad de México supera y desborda al D. F.; ¿capitalino?, es demasiado genérico: un parisino y un caraqueño también lo son; ¿mexiqueño?, nooo, jamás me acostumbraría, y además suena a conserva, a producto enlatado. Soy chilango.

Pero esta afirmación, que suena satisfecha e incluso ligeramente orgullosa (“soy chilango”), no la hubiera podido hacer hace treinta o incluso veinte años. Chilango era entonces un término despectivo –y en ciertas zonas aún lo es. Las razones son perfectamente comprensibles: las periferias le guardan resentimientos al centro, histórica y universalmente, por su imantación y acumulación de poderes. Y más en México, país que todavía padece taras centralistas (es cierto que no tantas como antes).

Además, el personaje surgido de ahí, de la capital, en muchas ocasiones confunde el centro de un organigrama político con el centro del universo, y resulta odioso. Es normal, pues, que se le busque un mote para señalarlo con desprecio. En Sonora nos dicen “guachos”, en Yucatán “huaches” y en el resto del país “chilangos”. No obstante, desde hace algunos años la carga peyorativa de “chilango” se ha perdido casi del todo, debido a la insistencia y naturalidad con que el término se ha usado, sobre todo por parte de los mismos chilangos. ¿Queríamos un gentilicio? Ahí está uno.

Pero José G. Moreno de Alba, director de la Academia Mexicana de la Lengua, ni más ni menos, ya dictaminó que “chilango” no puede ser un gentilicio por la sencilla razón de que los gentilicios son palabras derivadas formadas por una raíz y un sufijo. Veamos: el gentilicio “panameño” está conformado por una raíz (panam) y un sufijo (eño). En la raíz está la información del lugar y en el sufijo el concepto “originario de”. Si, forzando la nota, deconstruyéramos “chilango”, les aseguro que alguien acabaría albureándonos. Es sencillamente imposible.

¿Entonces qué es “chilango”? Un apodo. ¿Y cómo nació la palabra? Nadie se pone de acuerdo. Hace diez años, Gabriel Zaid hizo un interesante rastreo lexicográfico y dio con un primer registro en 1954, en donde se menciona que es el gentilicio con que los veracruzanos designaban a los habitantes de la ciudad de México. Poco después apareció en el famoso Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría, en donde dice que es una variante de “shilango”, que a su vez proviene del maya xilaan, que significa “pelo revuelto o encrespado”, y que era un apodo despectivo que en Veracruz se daba a los pelados del interior. Pero otro estudioso afirma que es un nahuatlismo que proviene de chilan-co, “en donde están los colorados”, aludiendo al color de piel de los habitantes de la ciudad de México. Con ese mismo argumento se ha explicado que a los originarios del Altiplano se les llame “guachinangos”, por sus cachetes colorados. Hay que decir que ninguna de estas teorías etimológicas ha dejado satisfechos a los expertos. En Wikipedia hay otra propuesta de raíz, también de origen veracruzano, que no carece de encanto: “En tiempos pasados, la mayoría de los delincuentes condenados eran enviados al Distrito Federal para concentrarlos y posteriormente enviarlos a la cárcel de San Juan de Ulúa.

Al llegar al puerto, los presos eran atados de manos y formados en hilera en forma similar, decían ellos, a una chilanga, conocida en ese entonces como un atado de chiles. De ahí que el chilango se asocie con aquellos ‘delincuentes’ provenientes del DF”. O sea que nuestro apodo tiene su origen en una panda de criminales. Muchas gracias. ¿Y qué dice la Academia de la Lengua en su versión más actualizada? Se hace bolas.

Dice que es un adjetivo coloquial que significa “natural de México” o “perteneciente o relativo a esta ciudad o a este Distrito Federal, en México”. ¿Que qué?

O sea que seguimos careciendo de gentilicio. Deberían pandearse las reglas de la Academia y aceptar “chilango” como tal, que por pura presión y naturalidad de uso es el gentilicio que nos toca y corresponde. A estas alturas, no nos vamos a inventar nada que de verdad adopten los hablantes. ¿Ciudademexicanos? ¿Urbameshicas? ¿Metropolinacos? No hay manera, seríamos la botana del banquete nacional. La culpa habría que echársela a la propia ciudad de México, es decir a todos nosotros juntos a lo largo de la historia, pues la hemos hecho crecer y desbordarse de tal manera que ya no cabe ni en su propia definición. Hoy tiene más habitantes que ayer pero menos que mañana, y su delimitación, como la de un expansivo goterón de aceite, es imposible de fijar. ¿Cómo vamos a tener un gentilicio si la raíz, llena de nudos, se confunde con el tronco?

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