Desafío a una banda de ladrones

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Foto: larazondemexico

Olvídense de “La banda del coche gris” o de las “Poquianchis”: tendríamos entre nosotros a “Los decapitadores del bronce” o como quieran llamarse

Hace casi un año lamentaba en este espacio el robo del busto de Carlos Mérida que estaba en una plaza de la Guadalupe Inn. Me consolaba pensando que el segundo busto de la plaza, de Ricardo “El Vate” López Méndez, seguía ahí. Pues no más: hace unas semanas también se lo robaron. Esto ya es personal.

Yo crecí declamando el famoso “Credo” de López Méndez, y ganando de paso varios concursos de declamación mientras lo hacía, es decir que parte de mi autoestima depende de él, de haber sabido expresar sus palabras. Al llevarse su cabeza, el ladrón no podía saber que también se estaba llevando mis glorias infantiles. ¿Pero el ladrón sabrá quién fue “El Vate”, o extrajo el busto sólo para venderlo por kilo? Tengo mis esperanzas puestas en la primera opción: estamos frente a un caco letrado y el robo es un homenaje.

De no saberlo, tendría que explicarle al ladrón que “El Vate” no sólo es el autor del archideclamado poema “Credo” (“México, creo en ti, / porque si no creyera que eres mío / el propio corazón me lo gritara”), sino de muchos otros poemas patrios y de amor (malos, buenos y algunos que están más allá del bien y del mal: “Mi presupuesto de besos / se agotó en la plenitud / de tu silencio”). Tendría que decirle que López Méndez no sólo fue poeta, sino periodista, ensayista, locutor y radiodifusor. Y tendría que decirle que muchos de sus poemas fueron musicalizados por grandes compositores, como Ricardo Palmerín, Guty Cárdenas, Alfonso Esparza Oteo, Manuel Esperón, Gonzalo Curiel y Agustín Lara. Tal vez incluso tendría que cantarle alguna de sus letras, para que le cayera el veinte:

Amor, amor, amor,

nació de ti, nació de mí,

de la esperanza.

Amor, amor, amor,

nació de Dios, para los dos,

nació del alma.

Espero, pues, que estemos frente a un admirador del “Vate”, o incluso más: que sea un delincuente culto y tenga, junto a la cabeza del poeta yucateco, la cabeza de Carlos Mérida. Esta idea se refuerza con una noticia recientemente leída: ¡se robaron el busto de Cri-Cri que estaba en la Plaza de los Compositores, en la colonia Condesa! Esto hay que repetirlo: se llevaron la cabeza de Cri-Cri. Se requiere de cierta crueldad (y medios: el busto pesa más de cincuenta kilos) para descuajar la cabeza del “Grillo Cantor” y así decapitar, simbólicamente, al ratón vaquero y la muñeca fea…

La teoría de la conspiración se robustece: estamos frente a una banda serial de ladrones de bustos. Esto debe ser un manjar para un novelista de mediano pelo. La banda (es evidente que es más de uno) tiene que trabajar de noche y tomarse su tiempo, tiene que usar herramientas pesadas y requiere de un vehículo en el cual transportar su botín. ¿Tendrán un espacio escultórico donde exponer los bustos, un jardín de cabezas? ¿Habrá un misterioso cliente detrás de todo esto? Ignoramos todo al respecto, pero desde este espacio los reto a que sustraigan la cabeza de Einstein del Parque México.

El desafío tiene un triple valor: supone elevar el rasero delincuencial de la banda, ya que la cabeza del físico alemán debe pesar más de cien kilos; entraña una metáfora colosal, hermosa, perfecta: serían dueños de una de las cabezas más valiosas del siglo XX, la cabeza de un genio en cuyas concavidades se gestó la teoría de la relatividad; y se legitimarían como una banda con un credo y una ideología, no sólo como una punta de pepenadores de bustos. Hay, por supuesto, un cuarto beneficio: se harían famosos. Olvídense de “La banda del coche gris” o de las “Poquianchis”: tendríamos entre nosotros a “Los decapitadores del bronce” o como quieran llamarse. Se me ocurre un quinto punto en el que todos (salvo el Parque México y el escultor del busto, claro está) saldríamos ganando: el ejemplo podría permear y llegar hasta los capos del narcotráfico, que abandonarían la práctica medieval de cortarle la cabeza a sus enemigos y se entregarían al arte de las decapitaciones simbólicas. Podríamos ofrecerles, como sociedad, esculturas ad hoc para ese propósito: políticos odiados, autoridades policiales, sicarios enemigos. Los narcos desahogarían así su grotesca pulsión de violencia y todos nos ahorraríamos mucha sangre. Creo que incluso a la industria del bronce le vendría bien este pacto, pues tendría que estar reponiendo cabezas constantemente. ¿Qué les parece?

Si la propuesta no les convence, se las cambio por otra: llévense la horrorosa cabeza de Colosio que está en Avenida Reforma. Nos harían un gran favor.

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