Vuelvo a un tema sobre el que escribí hace algunas semanas: la epidemia de opiniones al vuelo en torno a las revueltas populares de Túnez, Egipto, Libia y otros países. Y vuelvo porque, aunque las revueltas hayan perdido ya buena parte de la atención que atrajeron en un principio (así pasa cuando las cosas se complican), creo que todavía queda mucho por aprender del episodio mediático suscitado en torno a ellas.
Pienso, por ejemplo, en el hecho de que ni siquiera los periódicos de mayor prestigio internacional fueron del todo inmunes al opinionismo, en que ni siquiera la comentocracia “global” supo darse la pausa necesaria, tomarse la distancia suficiente, para ponderar los hechos con un mínimo de perplejidad. Para muestra, dos botones.
Primero, un comentario de Timothy Garton Ash en The Guardian, digno de figurar en los abultados anales del etnocentrismo europeo. ¿Qué está en juego en la plaza Tahrir de El Cairo? El futuro de Europa. ¿Qué pasa si las revueltas evitan la deriva islamista? Una nueva modernidad permitirá a estos jóvenes árabes desempleados cruzar libremente el Mediterráneo para encontrar trabajo y así financiar los sistemas de pensiones de las envejecidas economías europeas. ¿Y si las revueltas fracasan y surgen nuevas autocracias? Habrá uno, dos, tres Iránes y decenas de millones inundarán Europa con sus patologías de la frustración. ¿Qué hace falta? Gente que haya estado ahí, que sepa el idioma, que conozca su historia; el hecho de que haya tan pocos corresponsales y especialistas en el terreno es una prueba de la indiferencia de los europeos para con su patio trasero. Es decir que, en el fondo, el norte de África y el Medio Oriente no son más que escenarios; el protagonista de la historia siempre es Europa.
Segundo, una columna de Thomas Friedman en The New York Times en la que se pregunta por las causas de los levantamientos en el mundo árabe. Las explicaciones que remiten al autoritarismo de sus gobiernos, al aumento en el precio de los alimentos o las altas tasas de desempleo entre los jóvenes no lo convencen del todo, por lo que nos presenta una lista de las “fuerzas-no-tan-obvias” (léase sacadas-de-la-manga) que, según él, han inspirado a los rebeldes: entre otras, que el presidente de Estados Unidos sea negro y su segundo nombre sea Hussein, que algunos bareiníes puedan ver las mansiones de los al-Khalifa en Google Earth, que prospere la lucha contra la corrupción en Israel o que China haya hospedado las Olimpiadas del 2008. A este paso, en una próxima entrega mister Friedman nos endosará una reflexión sobre cómo la permanencia de Muamar Khadafi en el poder es consecuencia del efecto desmoralizador que entre los rebeldes libios produjo la noticia del divorcio de Lucerito.
Ni hablar, en este espacio generalmente dedicado a la crítica de la comentocracia mexicana, esta vez no queda más que concluir que en todas partes se cuecen habas.
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