El mexican dream

Alicia Alarcón

“¿Vistes que ganó el América? Es que hay muchos equipos a los cuales irles güey, sólo es cosa de escogerle pues, dude. Como nosotros en la liga que tenemos el weekend. Todos los que jugamos hasta apodos nos ponemos, te tienen que dar la hoja y te inscribes. Yo me puse en la camiseta Blanco y cada que meto gol hago la cosa que hacía él con los brazos así ¿no?, como que lo homenajeo cada vez”.

Al escuchar esta conversación en un diner en la 48 y Lexington en Manhattan, no puedo evitar colarme en la conversación. No se necesita mucho para que estos dos cocineros hablen acerca de su vida “de este lado”.

Rodrigo tiene 6 años trabajando en Manhattan. Le gusta que lo llamen Ronnie, así se siente más local. Vive muy cerca del Bronx y organizó una liga de soccer —dice que muchos han perdido ya la costumbre de decirle el fut— para recordar la vida que tenía antes de llegar al gabacho: la cancha polvosa en el pueblo polvoso que nunca les ofreció nada, de donde algunos salieron por la violencia, otros por la falta de oportunidades.

“Pos lo más difícil fue dejar a mi mujer con los chamacos, pero ya merito los traigo.” Para Ronnie una de las preocupaciones que tiene es que su familia logre adaptarse. No es fácil, desde el idioma hasta el clima. “El frío no perdona, es como la migra, se esconde uno de ella.”

Junto a Ronnie, conozco a Hilario. Él ya tiene a su familia viviendo aquí, y nunca ha pensado en regresar a México, el más pequeño de sus hijos es gringo y se siente orgulloso de que por lo menos tendrá sus estudios completos. Eso sí, siente mucha pena por su mamá que no podría hacer el viaje tan complicado hasta acá, así que le manda su dinerito todos los meses sin falta.

“Aquí se viene uno a romper la cara. Es el american-mexican dream. ¿Qué sería de los güeros éstos sin sus migrantes? Hay muchos que dicen que venimos a atender gringos, pero es que para los güeros estos trabajos son como tomar cerveza con popote. Dicen que trabajamos de sirvientes. Pos allá en México seríamos albañiles sin nada de todas maneras, acá por lo menos lo que ganamos sí nos alcanza”.

No puedo evitar notar a todos mis compatriotas turistas alrededor. Porque nos hacemos notar a fuerzas. He visto nuestro comportamiento en muchos lados del mundo. Pero no sé por qué aquí somos especialmente mamilas. Debe ser porque sentimos que debíamos vivir igual que de este lado.

Fanfarroneamos y gastamos. Hablamos fuerte para que oigan que nos la pasamos padrísimo. Así vivimos. Que se nos note lo pudientes.

Obedecemos las reglas de tránsito y de comportamiento que en México ni por equivocación acataríamos. Porque de regreso a nuestra casa la realidad es otra: violenta, triste, pero también apática, de poco respeto y cero tolerancia.

Y estos migrantes, que son víctimas de polleros que los pasaron en tráilers escondidos o abandonándolos en el desierto a su suerte, que se escondieron de la migra, que están luchando contra las leyes racistas y contra el subempleo, viven mejor que nosotros. No es nada más por dinero: es calidad de vida, desarrollo. Por eso luchan para quedarse aquí, porque nadie lucha por ellos en su país.

No es esperar una reforma migratoria que por fin parece que verá la luz. Es que nadie ha pensado en que tengan las mismas oportunidades que tienen aquí. Entre eso que deberíamos ofrecer, incluye el civismo del que carecemos. Y nos quejamos de las leyes que los deportan, porque en realidad no los queremos de regreso. Cuántas veces llega el pensamiento de que ya somos muchos, que mejor se queden allá, porque no hay que ofrecerles, sólo la miseria a la que estaban condenados antes de irse para el otro lado, o la delincuencia organizada que los espera para reclutarlos.

Ronnie me ve directamente a los ojos cuando sirve mi desayuno en la barra. “El chiste mija, no es cambiar de amo. Para nosotros, es dejar de ser perros.”

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