Julián Andrade
La locura en quien ejerce el poder puede generar graves estragos. Lo que ocurre en Venezuela forma parte de un esquema de descomposición que en buena medida responde a errores de Nicolás Maduro y a su peculiar forma de entender lo que está ocurriendo.
Barbara W. Tuchman en su libro La marcha de la locura explica: “Todos sabemos, por continuas repeticiones de la frase de lord Acton, que el poder corrompe. Menos sabemos que engendra insensatez; que el poder de mando frecuentemente causa falla de pensamiento”.
Estos desatinos son los que potencian las crisis y que inclusive las provocan.
Tuchman añade: “Todo mal gobierno es, a la larga, contrario al propio interés, pero en realidad sí puede fortalecer temporalmente a un régimen. Califica como locura cuando muestra una persistencia perversa en una política que puede demostrarse que es inviable o contraproducente”.
Venezuela vive uno de sus peores momentos. Hay escasez de productos básicos, los niveles de violencia y de crimen son de los más altos del continente y el régimen cierra las válvulas de escape a la protesta, dando paso a la represión.
Maduro, después de todo, muestra el peor rostro de una concepción del mundo que fue impulsada por Hugo Chávez hasta su muerte y que coloca a la dinámica política como un juego de blanco y negro, de amigos y enemigos, sin matiz alguno.
Por eso la insistencia en buscar culpables externos a problemas que surgieron, en buena medida, por falta de previsión o de diseño.
A ello hay que añadir la inquietud que produce un mandatario que habla con fantasmas y que confirma “apariciones” del ex presidente Chávez, como pajarito o como pordiosero en el Metro de Caracas.
El tema no es nuevo, el propio Chávez decía tener cercanía con Simón Bolívar y encarnar su legado a nivel histórico.
El problema es cuando los dislates afectan de modo severo a la población y comienzan a no tener equilibrio alguno, con todo lo que ello implica.
En esas circunstancias, el papel de la sociedad organizada, los poderes legislativos y los ejércitos se tornan importantes para corregir lo que está mal y garantizar el Estado de Derecho y la democracia.
Hay que recordar el caso de Abdalá Bucaram, el presidente de Ecuador que fue destituido por “conducta poco digna”, por su terquedad en una política de gobierno que conducía al desastre y por la enorme corrupción que empezó a aflorar desde los primeros meses de mandato.
Las protestas sociales, realmente masivas, culminaron con la determinación del Congreso de declarar a Bucaram “mentalmente incapacitado”.
En las últimas décadas diversos mandatarios latinoamericanos como Fernando Collor de Mello, en Brasil; Carlos Andrés Pérez, en Venezuela; Raúl Cubas Grau, en Paraguay, enfrentaron procesos de destitución.
Para que a Maduro le ocurriera lo mismo, tendrá que existir un poder legislativo fuerte, una oposición unida y un papel de distancia del ejército que permita que se pueda deliberar y discutir al respecto. El problema, sin embargo, apenas inicia.
julian.andrade@3.80.3.65
Twitter: @jandradej