Eros, Veracruz y El Nueve

Karla

Eros anda desnudo correteando en los linderos de esta prematura y provocativa canícula. Si esto es así, ahora en julio, qué será del agosto venidero y sus sopores. Qué será de mí que sudo como una vaca adormilada en rumia interminable. Qué será de mí en esta ciudad sin mar y sin un río que nos permita buscar el horizonte.

Qué será de mis preámbulos, si donde quiera que voy un muchacho exalta la codicia en medio del calor desorbitante: en los costados de la exaltación arrolladora. Allá en Veracruz era distinto: allá en la infancia inolvidable, el malecón me salvaba con su brisa húmeda, salobre en la tarde embaucadora frente a los puestos de helados, raspados y el Café La Parroquia.

Cómo extraño esos días de inocencia buscando conchas en la arena y mirando a los varones tostados por el sol, provocativos y procaces, en las crestas del apetito carnal: en la espera sin prejuicios ni perdones, en el aguardo de un cuerpo afanoso. Veracruz fue mi infancia y también la primera vez en un estío de tibia circunstancia en el que sentí esa mordedura adentro de saberse codiciado por otro, de saberse objeto de la fiebre de unos labios que te lamen: saliva que te enjuaga la sal y las transpiraciones. ¡Ay!, mi primera vez en un montículo de Playa Chachalacas mientras las sombras desalojaban los rumores de la tarde y la luna pedía un pedazo de cielo.

Otro día les cuento de mi infancia en el puerto. De mis incipientes manifestaciones travestis. De mi abuela paterna que lo supo siempre y me protegía de los miedos de mi madre, quien gritaba: “Primero muerta que un hijo mariquita en la casa”. En otra ocasión les develo el placer de ponerme una peluca y pintarme los labios de bermellón y maquillarme frente al espejo y ponerme las pestañas postizas de mi prima Lidia.

Tengo mucho que decirles de mi tío Macedonio —¿recuerdan?, el que me regaló la pantalla plana de 42 pulgadas, anzuelo para conquistar adictos a las carreras de F1, los partidos de la temporada futbolera y los jonrones de las Grandes Ligas—: imagínense nadie sospechaba: era el hermano de mi madre. Ahora somos cuates: soy su sobrina preferida: me cuida. Trabaja en la Policía Judicial de Hidalgo, de vez en vez pasa por mi depa y me advierte: “Cualquier cosa me llamas, ya sabes dónde localizarme, sobrinita”, me da una nalgada incestuosa y cómplice, y se va en su patrulla disfrazada de coche familiar con su cortejo y metralletas en el asiento trasero.

Pero, hoy quiero hablarles de un libro que leí la semana pasada, comentárselos: Karla de crítica literaria, ¿qué les parece? Las muchachas se burlan: dicen que me creo muy acá, muy intelectuala. Yo leo de pedazo en pedacitos, y nunca dejo a mi Lautréamont ni por nada. Me gustan los clientes poetas como aquel que les conté que se pasó las dos horas de contrato en un hotel de Álvaro Obregón leyéndome poemas románticos de desertes afectivos de una novia no correspondida que lo engañaba con un chofer de tráiler de la autopista Querétaro - Pachuca. Pero, ya. Hoy estoy muy dispersa: el calor me pone dislocada. El libro lo escribió un tal Guillermo Osorno: Tengo que morir todas las noches. Una crónica de los ochentas, el underground y la cultura gay. Tiene un prólogo sensacional: ahí Osorno confiesa que desde jovencito tenía inclinaciones gais, pero que en esos años la cosa no era tan fácil, como ahora que quien siga en el clóset es porque le da la gana de ser cucaracha de entrepaños.

Me enteré que hubo un bar gay en la Zona Rosa muy famoso, El Nueve; asistían Monsiváis y otros más que no menciono no se vayan a enojar. Un francés, prófugo de la justicia europea, lo fundó a finales de los 70: Henri Donnadieu; y escribe Osorno que ese lugar se convirtió en un “centro cultural donde se cocinó la modernidad artística mexicana”. Qué bonito, yo hubiera sido feliz en ese sitio. En otra parte cuenta el autor que el cadenero era un travestí de casi dos metros de tentadora belleza. Yo era muy chiquita, andaba por el puerto de Veracruz en desmanes embrionarios: pero, hubiera sido yo una portera sensacional.

Leí ese libro con placer, lo recomiendo. Dejen de Leer TVyNovelas, Vanidades y Hola. Entra la noche por el tragaluz: ya llega mi resguardo.

Hoy me visto de Lupe Vélez: a ver si me encuentro por ahí a mi Gary Cooper o, a la mejor, un Arturo de Córdova trasnochado que me diga, con voz aterciopelada y acento yucateco-rioplatense: Querida, eso no tiene la menor importancia.

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