Mirreyes, juniors y señoritos

Guillermo Hurtado

El concepto de mirrey circula por la red para referirse a los jóvenes más o menos ricos, más o menos guapos y más o menos bien vestidos, que aparecen en las secciones de sociales de algunos periódicos. Se trata de un concepto reciente, que todavía no tiene una connotación bien definida.

Yo me acuerdo de los juniors , quienes, por lo que alcanzo a ver, no eran iguales a los mirreyes. Me parece que no cualquiera que hoy pasa por un mirrey hubiera pasado antes por un junior, ni viceversa. El junior, como lo indica su etimología, es un hijo de Alguien. El mirrey, en cambio, puede ser un hijo de Don Nadie o incluso de Ninguno (para utilizar la distinción trazada por Octavio Paz). Basta con que alguien parezca un mirrey para que lo sea.

En los años setenta los juniors viajaban en bólidos deportivos y llevaban un auto de guaruras atrás. Pero no tenían que verse tan bien como los mirreyes, les bastaba con ser hijos de papi. Tampoco tenían que ser exitosos o simpáticos o fotogénicos. Disfrutaban de su posición económica y social sin mayores preocupaciones. Se podía ser un hippie harapiento y ser junior. Algunos de ellos lograron heredar la fortuna de sus padres sin dilapidarla. Entre los hombres más ricos del país, no pocos fueron juniors en su juventud.

Muy distinto es el concepto de señorito. A decir verdad, ese concepto es propiamente ibérico, pero el tipo humano al que hacía referencia sí existió entre nosotros. Un señorito también es un hijo de alguien, pero a diferencia del junior, no tiene que ser rico. Se puede ser un pobretón y, sin embargo, dárselas de señorito con todo derecho. No obstante, el señorito cuida mucho su apariencia. Cuando sale a la calle, nunca temprano, siempre va de pipa y guante. Pero cuando sale, nunca lo hace para trabajar o para aparentar que trabaja, como a veces lo hace el junior. No, el señorito no mueve un dedo.

Quienes trabajan son los demás, no él, que no se mancha las manos con el trajín de las faenas y, ni siquiera, con el sucio dinero.

Los señoritos, los juniors y los mirreyes tienen algo en común: carecen de sustancia. Pueden parecer simpáticos, incluso atractivos, pero en realidad son personajes patéticos. En vez suscitar admiración, deberían darnos lástima. ¿Quién podría querer ser un mirrey? ¿Qué chica inteligente podría enamorarse de uno de ellos? Sólo una sociedad con los valores muy retorcidos puede poner a los mirreyes en un pedestal mediático.

México no necesita mirreyes como tampoco necesitó antes a los juniors y mucho antes a los señoritos. En vez de distraernos con esa caterva de frívolos, deberíamos prestar mayor atención a los jóvenes que estudian y que trabajan sin esperar que nadie les aplauda. De ellos es el reino de este mundo.

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