Guillermo Hurtado
José Vasconcelos consideraba que la promoción de la lectura, a través de bibliotecas o de la distribución de libros, era tan importante como la creación de escuelas.
Es legendario su proyecto de publicaciones en la SEP. Se tiraron cientos de miles de libros que llegaron a todos los rincones del país e incluso del extranjero. Destaca la publicación y distribución de obras clásicas como La Odisea, de Homero, las Tragedias, de Esquilo, los Diálogos, de Platón, La Divina Comedia, de Dante y Fausto, de Goethe, entre otros.
El crítico uruguayo Ángel Rama ofreció la metáfora de la ciudad letrada para referirse al círculo de la alta cultura en las sociedades latinoamericanas. Esta ciudad “quiere ser fija e intemporal, como los signos, en oposición constante a la ciudad real que sólo existe en la historia y se pliega a las transformaciones de la sociedad.”
Para Rama, la alta cultura mexicana fue un paradigma de esa ciudad construida por las élites cultas sobre la base de una tradición intelectual con siglos de antigüedad. A principios del siglo XX, los intelectuales porfiristas, encabezados por Justo Sierra, habían planeado construir nuevos barrios en esa ciudad letrada, barrios afrancesados, cuyo palacio simbólico sería la flamante Universidad Nacional.
La hazaña revolucionaria de Vasconcelos fue tomar por asalto esa ciudad letrada. Como un Zapata de las letras, lo que hizo Vasconcelos fue un reparto de letras, por contraste con el líder campesino que, como sabemos, luchaba por un reparto de tierras.
Llevar en lomo de mula hasta los pueblos más remotos las grandes obras de la civilización occidental, a Platón, a Dante, a Tolstoi, era algo equivalente, en el campo de la cultura, a apoderarse de los latifundios para repartirlos entre los jornaleros.
El plan de Vasconcelos era destruir el control jerárquico del saber, el dominio de las letras, que primero había sido acaparado por la Iglesia y por la Corona, y que, después de la Independencia y de la Reforma, había sido asumido por el Estado y la intelectualidad que le servía.
La diferencia de este proyecto cultural y educativo con el del Ateneo de la Juventud es radical, aunque rara vez haya sido señalada.
Los jóvenes del Ateneo de la Juventud —como Alfonso Reyes, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña— lucharon para que la filosofía más reciente y la novísima cultura europea fueran recibidas en la ciudad letrada. Se puede decir que en 1910, Justo Sierra concedió a los ateneístas esta apertura en el campo de la educación superior, aunque dejó intacto el dominio positivista en la educación básica.
Luego, hacia 1911, cuando el Ateneo fundó la Universidad Popular Mexicana, se abrió una pequeña puerta en la gruesa muralla de la ciudad letrada para permitir mayores contactos con el exterior. Sin embargo, en ningún momento los ateneístas pretendieron destruir las murallas, tan sólo querían hacerlas más porosas.
Para Vasconcelos, una de las tareas de la Revolución era destruir la separación tajante entre la ciudad letrada y la iletrada, entre la élite y el pueblo. El proyecto vasconcelista de alfabetización y distribución de libros tenía como propósito que los mexicanos se educaran a sí mismos, es decir, que dejaran de ser dependientes de los gestores de la ciudad letrada. Se trataba de un proyecto democratizador de la cultura y, por ello, de empoderamiento popular.
Dicho esto hay que dejar en claro dos cosas. La primera, no por obvia menos importante, es que en ningún momento el pueblo se levantó en armas para exigir letras. Lo que quería eran tierras, no libros. Vasconcelos repartió los libros sin que nadie se los pidiera. La segunda es que él no destruyó la ciudad letrada sino que la transformó, la hizo revolucionaria. Demolió las murallas, pero como en las viejas ciudades europeas, lo que logró fue un ensanche. El rol de los intelectuales en el México posrevolucionario quedó marcado por esta expansión, ya que lo que antes había sido una pequeña ciudad letrada, se convirtió en la urbe cultural más vital de toda América Latina, es decir, se convirtió en su primera metrópolis letrada.
Vasconcelos ocupa un sitio central en la historia de la Revolución Mexicana. Su batalla por la lectura, entendida como un instrumento de emancipación, debe seguir siendo un ejemplo para nuestras autoridades educativas.
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