Guillermo Hurtado
Cuando yo iba a la primaria todos los días se contaban chistes sobre el Presidente Luis Echeverría. “¿Ya se saben el último chiste de Echeverría?”, gritaba alguien en el pasillo. De inmediato se reunía una bolita y el niño decía: “¿Por qué Echeverría usa guayabera? Porque en el avión dice no smoking.” Todos reíamos. Luego alguien decía: ”Ah, pues yo me sé otro de Echeverría en un avión”. “A ver, cuéntalo”, decíamos en coro. “Pues ahí les va: Echeverría sube a un avión y se da diez topes en la cabeza.
Llega la aeromoza y le pregunta, ¿por qué hace eso, señor Presidente? Y Echeverría le responde: porque en la entrada de la nave dice DC-10.” Más risas. Entonces se hacía un silencio. Esperábamos a que alguien más compartiera un chiste. Un niño decía: “me sé uno que se parece al anterior”.
“¡Pues cuéntalo!”, le decíamos. El niño tomaba aire y contaba: “Un día llega María Esther al baño y ve a Echeverría colgado. ¿Por qué lo hiciste?, le pregunta entre sollozos. Entonces ve la pasta de dientes y lo entiende todo: la pasta decía Colgate.” No había risas. Un niño decía: “¡Ése ya lo había oído!”. Otro decía: “¡Está muy tonto!”. Se volvía a hacer un silencio. La bolita se desintegraba lentamente y cada quien jalaba por su lado.
Mientras los niños nos divertíamos con los chistes de Echeverría, el país se hundía: guerra sucia, devaluación, inflación, corrupción, dispendios. Pero no se perdía el humor, México era un país que todavía podía reírse de su Presidente pintándolo como un tarugo. Pero algunos adultos sabían muy bien que el Presidente no tenía nada de tarugo y que oponerse a su poder, en aquel entonces, podía incluso costar la vida. Por eso los chistes corrían de boca en boca. No se escribían, no se divulgaban en pasquines. No se sabía quién los inventaba. Los chistes políticos tenían un rol subversivo. Eran como bacterias que destruían poco a poco la salud de un organismo.
Hoy también se cuentan chistes del Presidente Peña Nieto, pero son pocos en comparación con los que hubo sobre Echeverría y, además, casi todos son muy malos. El humor político ya no tiene el mismo rol subversivo, ya no socava la suprema autoridad del gobernante, ya no quiebra la monolítica legitimidad del Estado. Por otra parte, el formato ha cambiado. En vez de los chistes tradicionales que se transmiten de persona a persona, lo que hay son memes que circulan por la red. Pero, a diferencia de un chiste, que tiene que ser contado con gracia e ingenio, el meme ya viene hecho y se comparte de manera automática y sin mérito alguno.
¿No le parece a usted, estimado lector, que ahora sí estamos en el hoyo? ¡Hasta la política perdió su chiste!
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