Vale Villa
Amar no es sólo sentir deseo, ilusión, curiosidad o ganas de estar con alguien. Esta descripción corresponde más a una imagen ideal del amor: ese que no tiene grietas, en el que no hay desacuerdos y todo funciona.
El amor maduro es mucho menos deseable en apariencia, porque se define por la capacidad de pensar en el otro, de respetar su individualidad y su privacidad. Este tipo de amor se experimenta con humildad, con conciencia de que la duda y la incertidumbre son irremediables, entendiendo que el otro no
puede ser controlado.
Hay decenas de libros y talleres de autoayuda que pretenden enseñarle a la gente a amar sin depender. Error conceptual y altamente vendible, porque todos quisiéramos sentir amor sin el miedo a perderlo. Amar a alguien también es necesitarlo y volverse dependiente. Y odiarlo cuando nos frustra, porque existe de forma autónoma y más allá de nuestro control. Odiamos la imperfección y las diferencias; odiamos nuestra dependencia, pero el bienestar no consiste en eliminarla sino en hacer un duelo por el que se acepta que el amor ideal no existe, que el amor total es indeseable, que odiamos y amamos a la misma persona y que las ganancias de vivir el amor como una experiencia falible, son enormes.
Algunos evitan el dolor y la frustración deshaciéndose de sus parejas, convirtiéndose en abandonadores seriales. O quizá alejándose de cualquier relación amorosa. O aprendiendo a modular el odio con amor.
Cuando usted quiera controlar los pensamientos, las acciones y las decisiones de su pareja, está haciendo un torpe intento por controlar su propia angustia de abandono. Y la pone en el otro, que “malignamente”, no le da lo que demanda, ni siempre ni todo. Cuando usted quiere controlar a otro, no lo ve como realmente es, sino como a usted le gustaría que fuera.
Buscar una relación ideal es síntoma de “amor narcisista”, basado en la fusión: “tú y yo somos uno, nos conocemos perfectamente, casi nos leemos el pensamiento, nos
amamos como nadie se ha amado”.
El amor narcisista es una defensa contra la angustia. Se siente como envidia, porque el otro tiene algo que necesitamos y que no nos da. De ahí surge el resentimiento y el desenlace de convertir al objeto amado,
en objeto malo y odiado.
El amor real se construye a partir de la autonomía: “el otro ejerce su libertad al sentir, hacer, decidir. Y yo no siento mi identidad amenazada, invadida o eliminada”.
El dolor de la dependencia puede aceptarse o negarse. Si se niega, se vive alimentando la fantasía
del amor como fusión y control.
Si se acepta, se vive un duelo al ajustarse a la realidad; al abandonar la fantasía omnipotente, que nos hacía creer que nuestra pareja realmente podía ser controlada y tratada como una posesión. Si el amor sobrevive al odio, lo que sigue es la tranquilidad y la gratitud, puertas de entrada al amor maduro, al amor real.
*Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa desde hace 15 años. Este es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.
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Twitter: @valevillag