En El Nacional del 25 de febrero de 1896, Amado Nervo publicó un artículo con el título “Hacer un artículo”. El poeta afirmaba que “para escribir un artículo no se necesita más que un asunto: lo demás es lo de menos”. Nervo consideraba que la mayoría de los artículos que se publicaban en los periódicos era manufacturadas de manera mecánica. Decía así: “El periodista que es hábil en su métier, de nada, como Dios, hace un mundo de artículos, economizando con maestría laudable su sustancia gris para las grandes ocasiones, no de otra suerte que el tenor (…) economiza el caudal de su voz reservándolo para el do de pecho que el público aguarda con impaciencia”.
No deja de resultar irónico que Nervo escribiera un artículo sobre quienes escriben un artículo respecto cualquier cosa. ¿Acaso no es un tema anodino? Y usted podría suponer, estimado lector, que mi pecado es aún mayor, ya que éste es un artículo sobre un artículo de Nervo acerca de los artículos sin un asunto sustantivo. Pero créame que el tema posee un interés genuino y quizá, hoy en día, lo tiene más que hace un siglo.
Nervo consideraba que de un asunto insignificante un articulista con oficio puede escribir un texto redondo. Sin embargo, si se desplumara el texto, como se despluma una hermosa ave, lo que quedaría serían puros huesos.
Pero es el público quien exige las plumas multicolores, aclara Nervo. En el siglo XIX se pedían retórica, galicismos y florituras; hoy en día lo que se exige es velocidad, descaro, artillería. Desde que la gente usa redes sociales la intensidad de los artículos se ha incrementado. El articulista está obligado a ofrecer un producto que no tenga menos filo, menos condimento, que los documentos descarados que circulan por la red. Aunque, claro está, siempre existe otra opción: la de ofrecer una reflexión más ponderada, más compleja, de preferencia más profunda. Pero eso no es tan sencillo. Como diría Nervo, un articulista no siempre puede lanzar un hermoso do de pecho.
La ventaja que tenemos los columnistas es que podemos construir una voz propia en medio del ruido de los medios. Sabemos que el lector no siempre encontrará en nuestra columna un artículo deslumbrante. Pero lo que pretendemos es que encuentre el mismo tono. ¿En qué consiste ese tono?
Me parece que, más allá del estilo literario, el tono se asemeja a la tesitura de una larga conversación. Lo que se busca en ella es cierta coherencia en las opiniones —sin descartar que a veces haya exabruptos—, pero sobre todo lo que se procura es preservar una misma inclinación moral. Esa es, me parece, la marca que distingue a una columna: la percepción de que detrás de ella hay una persona y no, como diría Nervo, una mera máquina de escritura.
guillermo.hurtado@3.80.3.65
Twitter: @Hurtado2710