Quizá pensamos que sólo quienes creen en Dios y en su plan divino, tienen fe en el destino, en el orden perfecto de las cosas y se tranquilizan pensando que todo lo que pasa, conviene. Pero pensar que todo pasa por algo no es monopolio del pensamiento religioso y sí un rasgo característico de los seres humanos.
Que todo pasa por algo, es una creencia enraizada en sesgos sociales y cognitivos. Lo aprendimos en la convivencia y así funciona nuestra mente, según investigaciones realizadas en el Laboratorio para la Mente y el Desarrollo de la Universidad de Yale (Banerjee & Bloom). Las personas tienden a preguntarse sobre las causas de los eventos significativos en la vida. Por ejemplo, por qué murió alguien que queríamos tanto, por qué se enferman gravemente los niños, por qué nos enamoramos de una persona y no de otra, por qué perdimos un trabajo para el que éramos tan buenos y una serie infinita de preguntas.
Las personas religiosas y los ateos se hacen estas preguntas por igual; los que creen en Dios se las responden apelando a la voluntad divina; los no creyentes creen en el destino, entendido como el orden subyacente que influye en todo lo que pasa.
Es común escuchar que la gente afirme que todas las cosas que pasan nos enseñan una lección o nos mandan una señal.
Pensar que el mundo está lleno de propósito, diseñado de modo perfecto, se convierte en una ilusión humana generalizada. Una fantasía para calmar el miedo frente a la incertidumbre y el caos.
Algunos se obsesionan sobre los motivos y las intenciones ocultas en los demás. Por ejemplo, alguien se pregunta por qué sus compañeros de trabajo lo invitaron a una fiesta cuando antes lo ignoraban. O piensan que quizá haya una conspiración para excluirlos.
Empatizar en exceso con los otros, hace que algunos usen demasiada energía para entender porqué los demás actúan como lo hacen, cosa que tiene algo de imposible.
Creer que todo pasa por algo puede tener dos efectos: Por una lado paz, porque si todo lo que pasa conviene y es parte de un plan, puede incluirse ahí el horror, el dolor, el absurdo, el desamor, la destrucción y la muerte. Por el otro negación, que impide aceptar una obviedad: si el mundo fuera un lugar justo, la bondad sería recompensada y el mal castigado.
Si todo pasa por algo, entonces es parte del plan perfecto que exista la pobreza, la desigualdad, la opresión, la enfermedad y la violencia.
La idea de justicia divina o de karma afirma algo insostenible: que la gente recibe lo que se merece, a pesar de que es evidente que la injusticia ocurre todo el tiempo, por corrupción o por falta de solidaridad.
Decir que todo pasa por algo o que todo lo que pasa conviene es un simplismo que solo refleja negación de las realidades injustas o dolorosas de la vida, que no siempre tienen explicación ni guardan una enseñanza.
No es Dios quien tiene un plan perfecto que incluye la desigualdad, la pobreza, la opresión y la violencia. Somos nosotros, los humanos, quienes trabajamos a favor o en contra de un mundo más justo, en el que la ética sea el modo único de definir las consecuencias de los actos.
*Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa desde hace 15 años. Este es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.
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