Tarot mexicano

Carl Jung sostuvo que el lenguaje del inconsciente está hecho de símbolos. Esa es la razón por la cual cuando nos enfrentamos a ciertos arquetipos nos sentimos afectados en lo más profundo de nuestro ser. Eso sucede, por ejemplo, con las cartas del tarot, sobre todo, con los llamados arcanos mayores, que contienen figuras perturbadoras como la muerte o la torre, personajes inquietantes como el loco o el colgado y emblemas enigmáticos como la fuerza o la estrella.

Uno de los filósofos ingleses más destacados del siglo anterior, Sir Michael Dummett, catedrático de lógica en la Universidad de Oxford, fue también un especialista en la historia del tarot. Dummett escribió un libro de seiscientas páginas en el que intentó demostrar que el tarot nació en el sur de Europa como un juego de naipes común y corriente en el siglo XV y que no fue sino hasta el siglo XIX cuando se le atribuyó propiedades esotéricas.

Los juegos de naipes llegaron a México con las tropas de Hernán Cortés y muy pronto se hicieron populares en todos los estratos de la población. La primera prohibición de la baraja en la Nueva España es de 1525. Pero como era de esperarse, los decretos no tuvieron ningún efecto y se siguió jugando a las cartas para la diversión de muchos y la ruina de algunos.

Hace poco leí un interesante artículo de Ma. Isabel Grañén Porrúa (Hermes y Moctezuma. Un tarot mexicano del siglo XVI, Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, No. 27, 1995) en el que examina un pliego de dieciocho naipes resguardado en el Archivo General de Indias de Sevilla. Estas cartas fueron impresas en México en el siglo XVI y se distinguen porque algunas de ellas tienen en el dorso figuras vinculadas con la tradición indígena. Las figuras son: Moctezuma, Cuauhtémoc, el monstruo de Tulancingo, un indígena en trance, un indígena asociado a Quetzalcóatl, un malabarista, un macehual con un noble a cuestas, el juego de los voladores. Del lado de la baraja europea, hay cartas con los símbolos de la quimera, el mono, el ibis, Hércules, la caridad, la fuerza, el rapto de Europa, el dios Hermes y el dios Silvano. Como indica Grañén Porrúa estas cartas muestran una fusión de simbologías europeas e indígenas que nos habla de un tempranísimo mestizaje iconográfico. La autora también sugiere que en estos naipes se puede encontrar un mestizaje hermético. En su artículo propone correspondencias entre los símbolos indígenas con los de los arcanos mayores como una clave para entender su significado esotérico. Sin embargo, no ofrece evidencia concluyente de que esa baraja peculiar hubiese sido usada para las artes adivinatorias.

Como vimos, Dummett sostuvo que el tarot no nació como un instrumento de adivinación sino como un juego común y corriente. Lo que era una distracción se convirtió en una puerta a los misterios. De acuerdo con esa hipótesis, se podría decir que el verdadero tarot mexicano es el juego de la lotería con el que se entretienen niños y adultos desde que Don Clemente Jacques –el mismo que fundó la fábrica de conservas– estableció su patrón gráfico en 1887.

Podemos suponer que Jacques conocía el tarot de Marsella. Eso explicaría por qué en el juego de la lotería que él distribuyó por todo el país algunas figuras tienen equivalentes simbólicos con los arcanos mayores, como: el diablo, la muerte, la luna, la estrella, el mundo, la calavera y el sol. También hay cartas con personajes que denotan perfiles y destinos como: el borracho, el catrín, la sirena, el valiente y el soldado. Las imágenes de animales y plantas como, el alacrán, la rana, el pescado, el nopal, la palma y el árbol, también pueden recibir significados alegóricos.

Varias generaciones de mexicanos han jugado con esos símbolos que han quedado grabados en nuestro inconsciente. No sería difícil proponer varios códigos de interpretación para que esas figuras nos hablen desde lo más hondo de nuestra psique colectiva. Los gritones de las ferias ya han comenzado esa labor con las ingeniosas adivinanzas con las que cantan cada una de las cartas. Algunas de ellas son inolvidables, como: “Pórtate bien, cuatito”, “El que le cantó a San Pedro”, “Súbeme paso a pasito” y “El que por la boca muere”.

guillermo.hurtado@3.80.3.65

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