El hombre que por tercera vez intenta gobernar a México insiste en poner epítetos a quienes no dicen lo que él quiere, exponiéndolos a la violencia de sus turbas, tal cual provocaron a través de la historia dictadores y déspotas, que hundieron en sangre y pobreza a sus países.
AMLO llamó ayer “prensa fifí” al diario Reforma, al que acusó de llevar una campaña en contra de Morena, por publicar notas críticas sobre el proceso interno de ese partido para elegir a Claudia Sheinbaum candidata a Jefa de Gobierno.
Apenas en junio pasado, en un solo día, llamó “calumniador” al conductor estelar de radio Pepe Cárdenas y “pasquín” a El Universal, denostó a Reforma y calificó de “prensa inmunda” a otros medios sin especificar.
Sin embargo, Pepe Cárdenas le tiene siempre abiertos sus micrófonos; mientras El Universal y Reforma divulgan encuestas que él encabeza y publican sus denostaciones casi diarias a adversarios, calificándolos de “mafiosos” y “deshonestos”.
Hay que insistir en la baja estatura de estadista que muestra AMLO al comportarse de esa manera y hay que dar la razón al columnista de Reforma Jesús Silva-Herzog Márquez, en su artículo del 28 de agosto, en referencia a AMLO: “El caudillismo se consagra cuando se vuelve incuestionable”.
Enrique Krauze fue igual de certero ayer en un tuit: “En Reforma publican Gabriel Zaid, L. Meyer, Aristegui, Silva-Herzog, Woldenberg, Bartra, Valadés. Prensa fifí, alquilada y deshonesta?” El historiador también escribe en Reforma.
Es imposible dejar de tenacear en que la relación de AMLO con la prensa recuerda a quien menos él quiere que le recuerden, a Hugo Chávez, quien en 2002, en la cumbre de su poder cuasi absoluto, enrolló en público un ejemplar de El Nacional y dijo que se lo metería por el ano a su dueño.
AMLO también es un símil de Chávez en su pasión por dividir a los ciudadanos y preparar el terreno social para que se enfrenten en la calle quienes lo siguen y quienes no: primero con ofensas verbales, después a golpes.
En su etapa de Jefe de Gobierno (2000-06) AMLO llamó “pirrurris” a quienes consideraba integrantes de la clase media, en tanto Chávez los nombró “escuálidos” y “oligarcas”. Son tristemente históricos los apedreamientos de las turbas chavistas a quienes tuvieran aspecto de ser apenas clasemedieros.
AMLO hace igual: mina el terreno para un enfrentamiento social de consecuencias incalculables. Vivimos en un país con altos índices de portación ilegal de armas, aquí cualquiera tiene una pistola y la usa: siete de cada 10 homicidios dolosos se cometen con armas de fuego ilegales.
Sobre ese polvorín baila AMLO con epítetos que mañana serán el grito de sus turbas en contra de mafiosos y fifís.
Es de espanto.