La edad de la ansiedad

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Foto: larazondemexico

Hay un libro olvidado del gran poeta W. H. Auden (quien odió ser recordado por el poema “Septiembre, 1939”, sobre el inicio de la guerra y famoso hasta su hartazgo).

Se trata de La edad de la ansiedad, publicado en 1947 y que es su esfuerzo más largo en forma de poema por intentar capturar el sentido de una época, esos años posteriores a la Segunda Guerra.

El poema es un drama a cuatro voces, situado en un bar de Nueva York, y su tema (difícil de escribir en unos cuantos trazos) es el de la poca paz que ha traído la “paz” de la posguerra. Algo intuyó Auden que sobrevive hasta hoy, sintió una inestabilidad emocional que nos persigue, hija del belicismo y traumatizada en años de inquietante, posterior tranquilidad.

La ansiedad de la que habla Auden tiene que ver con un atisbo de artificialidad, de encajonamiento de los sentimientos en un deber ser, de precariedad cultural, de orfandad religiosa (espiritual, mejor) y, sobre todo, de un maltrato de la idea del tiempo, ese soberano que ha reinado desde siempre pero que cada vez parcelamos más y más. Atisbo genial: Auden no pudo ver la verdadera edad de la ansiedad (que hoy podríamos definir por la velocidad en que las rayitas de WhatsApp se ponen en azul) pero sintió, y representó a cuatro voces en un bar neoyorquino de la posguerra, que la paciencia, la quietud e incluso la soledad eran los grandes derrotados de la guerra.

Setenta años después, hay un enorme vacío de referentes y un miedo casi inverosímil a la autenticidad, al tiempo propio y a un goce que se salga de las tendencias. ¡Nos da pánico saber estar solos en nuestro cuarto, sentados en un sillón y en nuestra propia compañía, como profetizó Pascal! Parecería que la vida la certifican las redes sociales y nuestra sonrisa en Instagram. Y ése no es el peor de los miedos: campea entre nosotros la sospecha del otro, del que piensa diferente o tiene otro color, de quien podría (en ese universo mental) quitarnos nuestras comodidades y bienestar. La edad de la ansiedad de Auden se ha materializado y a mí me provoca, ay, mucha ansiedad.

Me da ansiedad  reconocer que la guerra continuó por otras vías, económicas y de clase, y que hoy el tiempo y el silencio son lujos que no sabemos darnos. Me da ansiedad el vitriolo arrojadizo de Twitter, la poca generosidad y nuestra disposición a pelearnos a la primera provocación. Reconozco que mi teléfono, como ventana del mundo, me da ansiedad, e intento callarme para escuchar mejor, detenerme para andar mejor, cerrar un poco los ojos para ver mejor. Los cuatro personajes del largo poema de Auden nos representan, y su inquietud es hoy nuestra condena. Dramatizar ese espíritu de época en un texto no es cosa fácil, sin caer demasiado en Freud o en Jung. Auden lo escribió bien, lo sintió, lo alcanzó a ver. Hoy nos toca releerlo y aprender las lecciones de una historia que se sigue redactando frente a nuestros nerviosos ojos. Desacelerar, quitar el dedo del renglón del instante, enfocar. Eso me digo a mí mismo en un día nublado del siglo XXI, mientras caminan como siempre los minutos.

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