La prueba de las promesas

Foto: larazondemexico

En el amor y en la política se ofrecen promesas que, por desgracia, rara vez se cumplen.

Para alcanzar el lecho o el trono, los enamorados y los políticos son capaces de prometer el cielo y las estrellas. Son pocos, sin embargo, quienes saben honrar su palabra. Esto lo sospechamos de antemano, pero ¡qué ganas tenemos de creer! Es muy difícil abandonar la ilusión de que “seremos felices para siempre” o de que “creceremos al 6 por ciento anual”. ¿Qué sería de nuestras vidas si nos negáremos a aceptar, de una vez y para siempre, esas dulces promesas?

Una de las comedias más conocidas de Juan Ruiz de Alarcón lleva el título de La prueba de las promesas. Un nigromante tiene una hija con dos pretendientes: Don Juan y Don Enrique. El mago no confía en Don Juan y, para demostrarle a su hija que le conviene elegir a Don Enrique, hace un encantamiento para que parezca que súbitamente Don Juan alcanza fama y dinero. Como era de esperarse, Don Juan trata mal a la muchacha –como quien dice, “saca el cobre”–. Entonces, el brujo hace que todo vuelva a la normalidad. Su hija, desengañada, elige a Don Enrique y se alcanza así, el final feliz.

El argumento de esta obra está inspirado en la novena narración de El Conde Lucanor de Don Juan Manuel, autor castellano del siglo XIV.

En El deán de Santiago, se cuenta la historia de un deán que visita a un nigromante llamado Don Illán. El deán le ruega a Don Illán que le enseñe los secretos de la magia, pero el nigromante le responde que teme que cuando el deán sepa todos los hechizos, se olvide de él. El deán le promete que eso nunca sucederá: que siempre que necesite algo, él lo ayudará. Entonces, Don Illán hace un embrujo para saber qué pasaría si el deán llegara a ser Papa y tuviese todo el poder, honor y riquezas que ambicionaba. En ese experimento mágico, Don Illán comprueba que el deán no cumpliría la promesa que había hecho de ayudarlo cuando se lo pidiera. Entonces, Don Illán termina el embrujo y despide al deán de su casa. Don Juan Manuel corona su fábula moral con la siguiente moraleja: “A quien mucho ayudes y no te lo reconozca, menos ayuda habrás de él desde que a gran honra suba”.

En la democracia, cada voto que damos a un candidato es como el certificado de una promesa recibida. Al final del periodo para el cual fue elegido, quien recibió nuestro voto debe ofrecer pruebas de las promesas ofrecidas.

No hace falta ser un mago para saber que es casi un milagro que alguien cumpla con su palabra en la política y en el amor. Pero ¡qué ganas tenemos de creer!, ¡qué ganas de creer!…

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