Cada cabeza es un mundo

Foto: larazondemexico

“Cada cabeza es un mundo”: así dice el conocido refrán que se usa para explicar y, a veces, para justificar las diferencias en la forma de pensar y de actuar de nuestros congéneres.

Quienes hayan leído El Principito, recordarán que Antoine de Saint-Exupéry imagina una constelación de pequeños planetas.

En cada uno de ellos habita una persona que vive de acuerdo con una idea fija: un rey que sólo piensa en mandar, un vanidoso que busca que siempre le aplaudan, un borracho que bebe para olvidar que siente vergüenza por beber, un hombre de negocios obsesionado con adquirir posesiones y un farolero que lo único que hace es cumplir la tarea repetitiva de prender y apagar un farol.

Aunque el relato de El Principito podría evocar otro refrán: “cada loco con su tema”, me parece que también describe de manera muy gráfica la idea detrás del adagio “cada cabeza es un mundo”.

Se da a entender que el sistema de las creencias, los deseos y los valores de cada individuo es tan completo y compacto, que se basta a sí mismo. Llevada al extremo, la metáfora deriva en el solipsismo. Vivimos en el mundo creado por nuestras cabezas y no podemos salir de ahí para conocer, en verdad, otros mundos.

No obstante, vistos a la distancia, los mundos de nuestras cabezas se parecen mucho entre sí. Como si fueran pequeños planetas dentro de un gigantesco sistema solar, los seres humanos comparten las mismas fuerzas gravitatorias que los hacen girar alrededor de un mismo astro. Es cierto que algunos planetas están más cerca que otros de la estrella, que algunos se mueven más rápido, y cada uno lo hace a su propio modo y por su propia cuenta. Pero si hacemos abstracción de estas diferencias, los planetas —es decir, los seres humanos de acuerdo con nuestra analogía— son semejantes e incluso predecibles en sus trayectorias.

Para retomar esta metáfora planetaria, hablaré aquí de la órbita de lo humano. Si los planetas que conocemos giran alrededor del Sol, los seres humanos lo hacemos alrededor de nuestros principios, valores e ideales. En eso consiste, palabras más, palabras menos, lo que llamamos “la humanidad”. Para entenderla tenemos que descubrir las leyes que gobiernan ese peculiar sistema planetario.

Las ciencias naturales han logrado avances considerables en ese campo. La biología, la medicina y la psicología nos han permitido conocer las fuerzas que mueven nuestras acciones. Sin embargo, esas ciencias no bastan para entender a plenitud la órbita de lo humano. Sin la filosofía nos quedaremos cortos, porque sólo ella nos permite tener una comprensión de la totalidad del sistema y, principalmente, de su centro.

La existencia es dar vueltas alrededor de la estrella misteriosa que brinda sentido y valor a nuestros movimientos. En cada cabeza hay un mundo iluminado.

Temas: