Franz Liszt: un cerebro sinestésico

Foto: larazondemexico

Viena, 1842, Franz Liszt (31 años) dirige un ensayo de la orquesta, cuando de pronto sorprende a los músicos al decirles: “un poco más azul, este tono lo requiere…” aquí un profundo violeta, por favor…. No tan rosa”, es evidente que él no sabía que los ejecutantes no podían ver la música en colores. Esta diferencia en el cerebro se conoce como sinestesia, el neurólogo Bruno Estañol, la describe en su libro La mente del escritor: como el poder de evocar sensaciones en otro órgano de los sentidos del que fue originalmente estimulado.

Liszt veía colores al escuchar sonidos, es decir, una sensación auditiva se acompañaba de una visual.

Un estudio llevado a cabo en 2010 por la doctora Daphne Maurer, de la Universidad de McMaster, Canadá, demostró que los bebés de menos de cuatro meses tienen fusionados los sentidos, porque el cerebro no ha realizado la especialización de las distintas áreas ante estímulos sensoriales y las conexiones sinápticas permanecen unidas.

Con el desarrollo sucede una “poda neuronal” en la que las áreas sensoriales se van especializando en la diferente índole de estímulos. Cuando no se lleva a cabo esta maduración, la activación simultánea de los distintos estímulos sensoriales dura toda la vida.

Es una condición que sucede en cada dos mil individuos, con una prevalencia mayor en artistas y músicos, como ejemplos, entre muchos otros tenemos a Kandinsky, Mozart y Rimbaud.

Paradójicamente esa “falla” en su desarrollo contribuye a su genialidad.

El niño prodigio Franz Liszt, se interesó en la música a los seis años al escuchar a su padre, quien no había logrado ser reconocido y se obsesionó con lograr el éxito a través de su hijo, forzándolo a dedicarse a la música, empezó a componer dos años después y hasta los 16, cuando murió su padre, tuvo que obedecer todas sus exigencias para además de triunfar con su talento, ganar fondos de la nobleza para mantener a la familia.

Pasó su adolescencia en París, donde lamentaba no haber recibido una educación normal esta carencia la cubrió siendo autodidacta; con gran facilidad para los idiomas, a los 18 años ya hablaba con fluidez alemán, francés, italiano, latín y algo de inglés. Le causaba tristeza no haber gozado de una infancia despreocupada, pues a la muerte de su padre renunció a viajar para ganar dinero; impartía clases desde las primeras horas de la mañana hasta la noche, sus alumnos estaban dispersos por toda la ciudad, por lo que recorría largas distancias para visitarlos. Todo esto lo llevó a sentirse inseguro y desarrolló el hábito de fumar y beber. Parecía que debajo de su éxito estaba una tristeza oculta.

Sin embargo, a los 21 años, tras asistir a un concierto del violinista Paganini, tomó la determinación de ser un gran virtuoso del piano. Pasó años estudiando, se convirtió en el mejor de su época y desarrolló su faceta como director de orquesta.

Fue el primer artista en tener seguidoras que sufrían de histeria colectiva cuando se presentaba; este fenómeno se llamó Lisztomanía.

No existen grabaciones, pero una descripción de una experta de su época nos lleva a imaginar: “obtiene del piano tonos que son más puros, suaves, enérgicos que los que nadie ha sido capaz de conseguir; su toque tiene un encanto indescriptible”.

Pasó a la historia como uno de los mejores pianistas de todos los tiempos.

Desde mi punto de vista, las diferencias en el cerebro de cada persona nos pueden dar resultados distintos, Liszt es un claro ejemplo de que la falta en su desarrollo neuronal sumada a su disciplina y genialidad dieron como resultado un legado para la humanidad.

Está sepultado en Baeyreuth, Alemania.

En sus palabras: “llevo una profunda tristeza en el corazón que de vez en cuando debe estallar en sonido”.

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