“Si me pasa algo, ¿a quién le va a importar?”, pregunta una víctima entrevistada en Forbes México, “es como ser una turista porque te han echado de tu barrio. Te sientes extraña en tu propia calle.” La gentrificación es un tema polémico. Aunque significa un encarecimiento de los servicios y la vivienda que expulsa a los locales pobres a barrios marginales, también tiene el beneficio de generar recursos gracias a los nuevos inquilinos ricos. Sin embargo, para mí, la gentrificación actual no solo encarna un fenómeno económico con efectos desiguales: representa una amenaza (más) a nuestra democracia.
No me refiero a la integridad electoral, sino a la representación real de los intereses ciudadanos. Aunque no afecta directamente los procesos electorales, la gentrificación crea una crisis de representación democrática (si se entiende como el reparto del poder en la sociedad) y un enojo con muchas consecuencias. Ya que, al expulsar a los residentes de sus comunidades, también se fragmentan las redes sociales y la cohesión comunitaria. Y a medida que las ciudades se vuelven menos diversas y más desconectadas, y se empobrece la sociedad civil, se profundiza la desigualdad.
¿Por qué la gentrificación tiene estos efectos?, para entenderlo, pensemos que la red social humana se asemeja a unas raíces interconectadas a través de las cuales fluye el lenguaje, transmitiendo conocimientos y habilidades. Este conocimiento puede ser académico, como medicina o historia, o práctico, cómo saber qué empleos se abrirán debido a jubilaciones o que puestos creará una nueva fábrica local. Encontramos trabajo mediante nuestras redes sociales, pero también obtenemos bienestar y alegría. Además, nuestra comunidad es una fuente de confianza y cooperación. Entonces, su ausencia tiene un efecto devastador. Por ejemplo, el caso de la segregación de la vivienda en Estados Unidos del siglo pasado provocó: brechas del rendimiento educativo, falta de oportunidades de movilidad laboral, discrepancias de salud, distribución desigual de la riqueza e hiper segregación que inclusive afecta a minorías pobres hoy en día. Con esto no quiero decir que vivimos en una sociedad totalmente segregada, ya que la segregación en Estados Unidos es solo una representación más radical de la realidad que existe en la ciudad, y de muchas ciudades más.
La democracia, para ser verdadera, debe ser igualitaria. Eso significa reconocer la igualdad moral de todos. Las instituciones políticas no pueden funcionar plenamente cuando partes de la sociedad están segregadas por clase o acceso a oportunidades. Entonces, para dar frente a la situación, ayudaría que el gobierno creará viviendas públicas con alquileres a precios accesibles, construyera servicios comunitarios en las otras alcaldías y gravará con un impuesto alto a las propiedades vacías (no solo pensar que expulsar a los nómadas digitales resolverá el problema).
La gentrificación no puede seguir siendo vista solo como un mero problema económico. Sus efectos profundos sobre la cohesión social y la representación democrática exigen una respuesta urgente y equitativa.