Desde que existe como entidad política, Ucrania ha sido un país en el que otros han decidido por él.
No se trata de un simple territorio en disputa, es un lugar donde imperios han proyectado sus ambiciones, trazando sobre sus fronteras el pulso de la historia. Su tragedia no es sólo la guerra actual, sino un pasado de dominación en el que su identidad nacional ha sido constantemente amenazada, fragmentada y, en muchas ocasiones, borrada por la fuerza.
Desde la Rus de Kiev en el siglo IX (Kiev existió antes que Moscú y Rusia en realidad le debe su nombre), Ucrania fue un centro de poder eslavo hasta que la invasión mongola en el siglo XIII destruyó su estructura política. Luego siguió un constante estira y afloja entre potencias extranjeras. Durante siglos, el territorio fue dividido entre el Gran Ducado de Lituania, la Confederación Polaco-Lituana, el Imperio Otomano, el Imperio Ruso y el Imperio Austrohúngaro. En el siglo XVIII, Rusia, con Catalina la Grande, llevó a cabo la “rusificación” de Ucrania, reprimiendo su lengua y cultura.

Importante reconocimiento a la SHCP
Pero quizás la agresión más brutal provino de la Unión Soviética. El Holodomor de 1932 a 1933 no fue sólo una hambruna, sino un genocidio por diseño. Stalin despojó a los campesinos ucranianos de sus cosechas, matando de hambre a alrededor de 5 millones de personas. Timothy Snyder, en Tierras de sangre, muestra que la hambruna no fue un efecto colateral de la colectivización, sino un acto calculado de exterminio. Stalin buscaba erradicar cualquier resistencia ucraniana y moldear la región para los intereses soviéticos. La Segunda Guerra Mundial sólo profundizó esta tragedia. El territorio ucraniano fue uno de los más devastados de Europa: primero bajo la ocupación nazi, luego en la brutal reconquista soviética.
Tras la independencia de 1991, Ucrania intentó definirse como un Estado soberano, pero su geografía la condenaba a seguir siendo una pieza clave en el ajedrez imperial. Rusia nunca aceptó su independencia real, y la invasión de Crimea en 2014 el preludio del intento de reintegrarla por la fuerza en 2022. Hoy, el conflicto se libra no sólo en los campos de batalla, sino en las altas esferas del poder global.
Lo que está sucediendo ahora es el eco de siglos de intervención extranjera. Pero lo nuevo es que el imperio que hasta hoy era garante —Estados Unidos— parece estar desmoronando las estructuras que sostienen la soberanía ucraniana. En la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente estadounidense JD Vance, en lugar de reafirmar el compromiso con Europa y Ucrania, se lanzó en una crítica incendiaria contra los líderes europeos, desviando la discusión y generando más caos. Con Trump debilitando a la OTAN y reduciendo el apoyo a Ucrania, Rusia ve una oportunidad. Ucrania ha sido abandonada antes, pero pocas veces con esta rapidez.
Si la historia enseña algo es que cada vez que Ucrania ha sido dejada sola, ha pagado el precio con sangre y territorio. Donbás y Crimea podrían no ser los últimos territorios que Rusia reclame. Y si sigue el repliegue de aliados, Ucrania no será el único país en descubrir que su destino no depende de sí mismo, sino de imperios que, una vez más, deciden por ella. Y tal vez por eso, es todavía más extraño que desde México se apoye al imperio invasor por sobre la nación soberana.

