POLITICAL TRIAGE

La debilidad del rey

Montserrat Salomón. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Montserrat Salomón. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Una vez más la administración Trump se apoderó de los titulares al sentarse a la mesa con Putin para negociar la paz en la guerra entre Rusia y Ucrania. Esto, sin considerar a Ucrania ni a Europa en las conversaciones, al tiempo que chantajeaba al presidente Zelenski al exigirle el control de buena parte de sus recursos naturales a cambio de seguirle dando armas para defenderse de la invasión rusa.

Así, el Gobierno estadounidense parece dispuesto a obligar a Ucrania a capitular cediendo territorio invadido y cerrándole la puerta de entrada a la OTAN. Ante esto, Europa ha entrado en crisis y busca una alianza que les permita reinterpretar el tablero geopolítico sabiendo que su principal aliado no sólo parece abandonarla, sino haberse pasado al otro bando.

Si sumamos este evento a la exótica postura estadounidense frente al conflicto en Gaza, surgen muchas dudas sobre la base de la campaña de Trump que buscaba anteponer los problemas domésticos al gasto en conflictos internacionales que poco tenían que ver con ellos en la mente de sus votantes. Pero en el universo de Trump a las promesas se las lleva el viento. ¿Acaso ya no necesita a sus votantes?

En el mes que lleva en la Oficina Oval, el presidente no ha dejado de firmar órdenes ejecutivas de diversa índole. Desde desafíos a la Constitución, al pretender anular la ciudadanía por nacimiento, hasta “importantísimos” decretos que anulan la prohibición de popotes de plástico. Los del primer tipo ya se están estrellando en las cortes y hasta han sido retirados discretamente por la misma administración. Son los segundos los que nos deberían invitar a la reflexión sobre qué está pasando en el Gobierno estadounidense.

Leyendo la transcripción del pódcast de Ezra Klein en el New York Times, concuerdo con Klein en que estas órdenes no son más que un intento de abrumar a los medios en una campaña mercadológica para dar la impresión de autoridad y poder sin límites. Pero el rey está desnudo. Trump sabe que, si trabajara por un cambio a largo plazo, por medio de reformas a la ley, tendría que pasar por el

Congreso. Como se sabe débil, opta por el camino del autoritarismo. Con una avalancha de decretos busca que la oposición no pueda concentrarse y unirse en la lucha contra una hidra de mil cabezas, cortarán alguna y las demás seguirán en pie. Su apuesta es que nos creamos que realmente tiene el poder que ostenta.

Su batalla contra los funcionarios de gobierno, a quienes busca despedir masivamente, es muestra de un cálculo riesgoso para el presidente. Su aprobación no es tan alta y estos golpes a los trabajadores junto con el debilitamiento de los programas sociales ponen en peligro el resultado de las elecciones intermedias. Ése podría ser el Waterloo de Trump.

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