A los políticos no suele gustarles el periodismo. Ésta es una verdad conocida, pero en pocas ocasiones se había desatado una tormenta de dimensiones de alto impacto, como ahora ocurre.
La gravedad está en los detalles. El dueño de The Washington Post, Jeff Bezos, no quiere que se divulguen e impriman más opiniones que las que sean para defender las libertades personales y económicas.
Así lo ordenó, y el responsable de la sección editorial, David Shipley, prefirió dar un paso al costado, renunciar para no ser cómplice de la cancelación de la pluralidad en uno de los diarios de mayor abolengo.

Magnicharters, de pena
Bezos, uno de los hombres más ricos del planeta, se alinea a las fobias de Donald Trump y a las manías que en la Casa Blanca tienen sobre la libertad de expresión y sus límites.
Hace medio siglo, el 9 de agosto de 1974, la primera plana del Post cabeceó a ocho columnas: “Nixon dimite”. Visto en perspectiva, aquél fue uno de los momentos estelares del control sobre el poder.
Pero lejos de la narración lineal de la historia, entre el robo en el edificio del Watergate en Washing-
ton y la caída de Richard Nixon, se desarrolló un trabajo de 26 meses de los entonces reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, quienes tiraron de la madeja y lograron develar un escándalo político y criminal de altos vuelos.
Pero hay que señalar que eso resultó posible, por la combinación de investigación y el respaldo del director Ben Bradlee y de la propietaria Katharine Graham. Sin esa dupla, el esfuerzo de Woodward y Bernstein se habría cancelado con los primeros amagos y mentiras de Nixon y su esquipo.
El presidente contaba con una aceitada maquinaria para desmentir y desinformar y la utilizó hasta el tope. Pudo salirse con la suya, pero no contaba con la persistencia de los periodistas y, además, cometió el error de grabar sus conversaciones en el Despacho Oval, donde daba instrucciones nada edificantes.
En Historia Personal, Graham escribió que “los gobernantes y los periodistas son quizá, como dije yo entonces, antagonistas naturales, pero la administración entró al cuadrilátero con una saña especial”.
Un periodo solitario y lleno de acechanzas, porque, además, Nixon se reeligió y “la idea de que íbamos a tener que sobrevivir cuatro años más con los mismos que nos atacaban en la Casa Blanca se hacía aterradora”.
En Los chicos de la presa, Juan Carlos Laviana escribió que, con la película Todos los hombre del presidente, dirigida por Alan J. Pakula (1976) y protagonizada por Robert Redford (Woodward) y Dustin Hoffman (Bernstein), “los periodistas recuperaron el prestigio perdido. Volvieron a convertirse en auténticos héroes. Las escuelas de periodismo se llenaron de estudiantes ansiosos de imitar a sus dos nuevos héroes”.
Rememorar aquella proeza, por que eso fue, quizá sirva para aquilatar todo lo que se diluye en el horizonte.

