El pasado sexenio fuimos testigos de la dilución de la clase política transicional, con una alianza que le permitió al gobierno obradorista armar una narrativa sobre valores y antivalores; sustentada elementalmente en el cambio.
Los partidos tradicionales, entre incapacidad y miedo, sucumbieron a las amenazas de un puñado de empresarios que los destrozaron ideológicamente y los terminaron dejando como un cascarón. Fueron perdiendo territorio tras territorio, junto con identidades y credibilidad.
No supieron leer de lo que trataba el periodo sexenal, que cerraron con la enorme mentira de que estaban a unos cuantos puntos de ganar la Presidencia, con encuestas robotizadas que difundieron por todos los medios y redes. La elección los puso en su lugar y la gente los castigó contundentemente, con lo que concluyó el ciclo de cambio.
Los partidos que habían surgido históricamente como una respuesta al PRI, fueron juzgados por terminar aliados con el PRI; el PRD se extinguió y el PAN se redujo a tan sólo 7 por ciento de preferencias nacionales (de acuerdo a Buendía y Márquez), mientras que las identidades partidistas de PRI y PAN llegan al 8 por ciento de los electores, es decir ni siquiera 1 de cada 10 mexicanos se asume panista o priista. Es el tamaño del juicio histórico al que fueron sometidos electoralmente en 2024.
En la oposición, Movimiento Ciudadano ha tomado el liderazgo electoral, dejando atrás al PRI y al PAN, apostando a la renovación de cuadros y al fortalecimiento institucional en todo el territorio nacional. Con un ascenso paulatino, los naranjas, comienzan posicionados como la segunda fuerza política con 13 por ciento de preferencia efectiva, en una oposición atomizada, pero con tendencia de crecimiento y mayores recursos presupuestales.
A la par, el morenismo que creció hasta convertirse en un partido-Estado, que gozó de teflón frente a cualquier escándalo durante el obradorismo, hoy comienza a recoger sus primeros desgastes entre escándalos, faccionalismo, disputas entre las élites, reordenamiento de prioridades gubernamentales y la presión del gobierno de Trump. Morena tocó su máximo en noviembre de 2024, con 47 por ciento de identificación partidista, tras la toma de protesta de Claudia Sheinbaum, sin embargo, su opinión ha tenido un ligero desgaste de 5 puntos porcentuales en los últimos meses. Cabe decir que el capital político electoral morenista es aún enorme.
Lo que hoy vemos, son algunos excesos derivados de la falta de contrapesos, como el video que circula del diputado Yunes Landa en Veracruz, cuando le apagan el micrófono de su curul en medio de un posicionamiento, y después es ignorado por la presidenta morenista del congreso veracruzano Tanya Viveros en medio pleno. Está de más decir que esos excesos muy probablemente se multiplicarán con el pasar del tiempo.
Estamos a unos meses de que Morena se haga del control del Poder Judicial, con lo que las élites morenistas serán aún más poderosas, pero también tendrán disputas más cruentas al interior de su partido. Hay que recordar que, en los regímenes autoritarios como el mexicano actual, no es que deje de haber disputa política, sino que esa disputa se traslada mayoritariamente al interior del partido-Estado, como ya lo estamos observando, lo que obligará a la Presidenta a negociar más entre su coalición (que también incluye al PVEM y PT).
Así es como comienza el nuevo ciclo electoral, con una nueva configuración opositora, que tiene como punta a Movimiento Ciudadano, que está llamado a demostrar que puede despegarse de los tradicionales, y un partido-Estado que concentra cada vez más poder institucional, pero que vive sus primeros desgastes de gobierno.

