EL ESPEJO

La oposición ausente

Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Donald Trump habló durante 100 minutos en el discurso ante el Congreso de los Estados Unidos más largo del que se tenga registro. Lo que dijo fue menos relevante que el hecho de que lo dijo con total impunidad. La oposición, mientras tanto, sostenía algunos pequeños carteles que discretamente decían palabras como “falso” o “Musk roba”. Pero no tenía nada que decir.

En su discurso ante el Congreso, Trump hizo lo que mejor sabe hacer: deformar la realidad a su conveniencia. Desde promesas económicas ficticias hasta ataques abiertos contra la prensa, pasando por el descaro de prohibir a la organización periodística Associated Press en la Casa Blanca por negarse a llamarle “Golfo de América” al Golfo de México; su intervención no fue un informe de gobierno, sino una demostración de poder sin límites. La oposición, incapaz de responder con algo más que gestos simbólicos, se quedó congelada en el tiempo, atrapada en la ilusión de que un escándalo o exponer una mentira presidencial será suficiente para detener el avance del autoritarismo.

Los demócratas han pasado años confiando en que los hechos hablarán por sí solos, como si las mentiras se corrigieran solas. Han apelado a la indignación moral, pero han evitado la confrontación política real, siguen pasmados sin entender cómo enfrentar a un gobierno que no tiene empacho en ejercer el poder sin control. Se han refugiado en la idea de que la democracia se defiende con el decoro institucional y que el electorado eventualmente despertará. Pero la historia reciente demuestra lo contrario: el poder desbocado no se enfrenta con buenas maneras ni con protestas simbólicas, sino con estrategia y acción política.

El fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. En distintos países las oposiciones atrapadas en el pasado han sido testigos de cómo la realidad política les pasa por encima. Se aferran a discursos de una normalidad que ya no existe y, en su impotencia, facilitan la consolidación de líderes que entienden la política como un espectáculo donde el control de la narrativa es más importante que los hechos.

Pero si la oposición tradicional está paralizada, ¿dónde están las nuevas voces? En Estados Unidos, cualquier intento de renovación que venga desde el gobierno y lo público se está enfrentando a ser castigado con la exclusión o el abierto despido. El FBI ya ha expulsado a agentes que se negaron a participar en la cacería de críticos del gobierno. También la prensa independiente es asfixiada poco a poco, como se vio con la reciente directiva del billonario Jeff Bezos sobre el periódico del que es dueño, The Washington Post, en donde se dejarán de publicar ciertas opiniones que incomodan al gobierno. Los espacios de resistencia se reducen a quienes están dispuestos a pagar el precio de alzar la voz.

Este patrón es familiar. Hay momentos en los que los sistemas políticos se reconfiguran y la vieja oposición es incapaz de adaptarse. En esos momentos, o surgen nuevos actores o se fortalece el poder sin contrapesos. La historia está llena de ejemplos. Pero también está llena de oposiciones que entendieron que no basta con estar presentes: hay que saber cómo y cuándo dar la batalla. La política no es un ejercicio de indignación pasiva ni de nostalgia institucional. O las oposiciones se reconstruyen con nuevas estrategias o se condenan a la irrelevancia.

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