En un rancho en la localidad de Estanzuela, no lejos de Guadalajara, se encontraron tres hornos crematorios con restos humanos. Cerca de ahí, apilados en montones, 400 pares de zapatos que seguramente pertenecieron a las víctimas convertidas en ceniza.
Hay muchas fotografías de las enormes pilas de zapatos que encontraron las tropas de los Aliados cuando liberaron los campos de concentración nazis. Antes de exterminar a los prisioneros de esos campos, los guardias del Tercer Reich les quitaban todos los objetos personales con algún valor: lentes, abrigos y, por supuesto, los zapatos. Luego, los cuerpos desnudos de los sacrificados eran quemados en los gigantescos hornos crematorios que funcionaban sin descanso.
De todas las prendas que usamos, quizá sean los zapatos los que más se amoldan a nuestro cuerpo, a sus movimientos, a sus hábitos. La suela del calzado dice mucho sobre su dueño: su peso, su actividad, su forma de vida. Los zapatos de un muerto quedan como testimonios mudos de su partida. Esa frase mexicana —mitad chistosa, mitad espeluznante— de que cuando alguien muere “cuelga los tenis” nos dice mucho sobre la relación tan estrecha y tan íntima que hay entre un ser humano y sus zapatos.
En el Museo de Auschwitz se resguardan 110,000 zapatos. Esos zapatos se tienen que preservar por respeto a sus dueños. No se pueden desechar porque eso sería como si se repitiera la crueldad con la que los nazis eliminaron a sus propietarios. Por eso mismo, el Museo de Auschwitz ha comenzado un admirable proyecto de restauración y conservación de los 8,000 zapatos de niños que tiene en su resguardo. La carga simbólica, moral y humana de este proyecto es enorme. Aunque ya no sepamos los nombres de los dueños originales de esos zapatitos, en el museo se le rinde honor a su memoria.
Ignoro qué se hará con los 400 pares de zapatos que se encontraron en el rancho de Estanzuela. Seguramente se preservarán durante algún tiempo como evidencia para la investigación policíaca y para el procesamiento de los cargos que se levantarán a las personas que fueron aprehendidas en el sitio. El Colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, que dio a conocer a los medios de comunicación este escalofriante descubrimiento, probablemente buscará pistas en las piezas de calzado para identificar a sus antiguos dueños.
¿Qué pasará con esos zapatos cuando dejen de resultar útiles para los fines arriba mencionados? ¿Acabarán en algún mercadillo de ropa vieja? ¿Terminarán en algún vertedero de basura? Me pregunto si construir un museo como el de Auschwitz aquí en México nos ayudaría a limpiar un poco nuestra consciencia, a exorcizar los demonios detrás de ese holocausto. No lo sé. Lo importante, tengamos o no un museo, es que los mexicanos guardemos en nuestra memoria el recuerdo de aquellos 400 pares de zapatos.