TEATRO DE SOMBRAS

Gatsby

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Hace 100 años se publicó la novela de Scott Fitzgerald The Great Gatsby. La fama de esta obra no ha declinado, a pesar de que describe un mundo que ya no existe y que cuando existió lo hizo por un lapso muy breve.

Los llamados roaring twenties, que en español se les conoce como “los fabulosos” o “los dorados” o “los felices años 20”, fueron un momento de la historia de ciertos sectores de los Estados Unidos en los que se combinó una extraordinaria abundancia económica con una concepción desenfadada de la vida. En México no tuvimos esos “fabulosos años 20”, pero los vimos de no muy lejos. Por eso mismo, la lectura que podemos hacer los mexicanos de The Great Gatsby tiene un sello particular que quizá se distingue de las apreciaciones que podrían hacerse de la novela desde otros lados del mundo.

Todos conocemos la historia. Jay Gatsby es un millonario enigmático que organiza fiestas opulentas en su residencia de Long Island. Le tout New York asiste a esas fiestas, pero el anfitrión no se aparece. Desde una ventana, detrás de las cortinas, revisa a los invitados con la esperanza de encontrar a la única persona que le interesaría encontrar, su antigua enamorada Daisy Buchanan, hija de una familia aristocrática del sur de los Estados Unidos. Gatsby conoció a Daisy cuando él era un pobretón, pero después de la Guerra Mundial, logra amasar una fortuna sospechosa por sus ligas con el crimen organizado. Gatsby está convencido de que como ya es millonario, puede volver a conquistar a Daisy, aunque ella esté casada. La novela mezcla el dinero —el mucho dinero— con el romance —el romance más intenso— de una manera que pinta con una sorprendente profundidad el clima mental de su época y, quizá, más allá de ello, la concepción del mundo de los estadounidenses. La novela habla del amor, del dinero y, como no podía faltar, de la muerte. Al final del libro, cuando Gatsby está convencido de haber logrado reconquistar el corazón de Daisy, muere asesinado de una manera absurda. El personaje vive un sueño efímero. El tantísimo dinero que logró amasar no le permitió disfrutar del amor de Daisy más que por unos días.

La conclusión del libro no es, sin embargo, que todo sea vanidad y, en particular, que el dinero no pueda comprar el amor. Gatsby logra recuperar a Daisy gracias a su inmensa fortuna. Ella jamás lo hubiera volteado a ver si no hubiera sido tan rico. El dinero sí compra la felicidad. La desgracia es que el dinero no puede derrotar a la muerte, no puede evitar que las desgracias ocurran. Cuando nosotros vemos a los estadounidenses vivir con mágica intensidad esos momentos en los que logran combinar el dinero y el amor, sabemos que su experiencia es efímera e incluso vana, y, sin embargo, la envidiamos y la deseamos.

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