Pronto tendrá lugar una nueva cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), en Tegucigalpa, Honduras. Hace unos meses, cuando inició la ofensiva antimigrante y arancelaria de Donald Trump, se intentó realizar una reunión extraordinaria que diera respuesta regional, pero la convocatoria fue insuficiente.
En los últimos años, bajo la presidencia pro tempore de Xiomara Castro, la Celac ha estado bastante restringida al radio de acción inmediato de la Alianza Bolivariana. A esta cumbre en Tegucigalpa, sin embargo, asistirán presidentes inscritos en la corriente progresista, como Lula da Silva, Claudia Sheinbaum y Gustavo Petro, quien deberá recibir el nuevo mandato del foro de la presidenta Castro.
En esta cumbre habrá ausencias inevitables como las de Javier Milei, Dina Boluarte y Daniel Noboa, y otras más difíciles de explicar como las de Gabriel Boric, Luis Arce, Nicolás Maduro y Daniel Ortega. Más allá de las complicaciones de las agendas presidenciales, todas esas ausencias tienen algún anclaje en las profundas diferencias ideológicas y políticas que dividen la región.

¿Y si en la propia 4T frenan la electoral?
En los últimos años, con el nuevo estilo antidiplomático que se ha propagado en las presidencias latinoamericanas, esas diferencias se han agudizado, al punto de escenificar verdaderas enemistades o antipatías en las redes sociales. Ese trato irrespetuoso y polarizante conspira contra la convocatoria de un foro que, para funcionar con un mínimo de eficacia, como se vio en sus primeros años, debería partir de la necesaria convivencia entre izquierdas y derechas.
A pesar de tanta evidencia en contra, escucharemos en estos días muchos llamados a la “unidad” de América Latina y el Caribe. La palabra “unidad” se usa en muy diversos sentidos en esas cumbres, incluido el sentido de unidad de unos pocos contra la mayoría. Por ejemplo, cuando algún líder bolivariano, como Nicolás Maduro o Daniel Ortega, usa el término, lo hace para exhortar a los demás gobiernos a que respalden sus perpetuaciones en el poder y no cuestionen la criminalización de opositores o la violación de derechos humanos.
Pero también hablan de unidad las otras izquierdas, como hemos visto en las declaraciones recientes de la Presidenta Sheinbaum, el presidente Petro o el presidente Lula. Es difícil de entender a qué unidad se refieren, especialmente en un momento como éste, ya que si algo ha dejado claro la cancillería mexicana es que enfrentará la amenaza de Trump de manera cuidadosamente bilateral y sin poner en riesgo el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos.
Petro y Lula, por su parte, han reaccionado de manera distinta al reto trumpista. Colombia, afectada por aranceles a pesar de su comercio deficitario con Estados Unidos, no ha descartado aplicar tarifas proporcionales. Lula, en cambio, ha propuesto reforzar sus redes globales a través de los BRICS. La unidad no es práctica: es estrictamente retórica.

