Comprender la psicología del mexicano fue un gran programa de investigación entre los años 30 y 50 del siglo XX. En él se empeñaron pensadores como Samuel Ramos y Octavio Paz, pasando por Leopoldo Zea. A partir de los años 60 fue desacreditado como generalización ridícula.
“¿El mexicano? Los hay de chile, de mole y de manteca, es estúpido inventar un cliché. Los ensayos sobre la supuesta psicología del mexicano no son ciencia social, sino especulaciones literarias, filosóficas o psicoanalíticas”. Así se descartaba el tema. Y durante 60 años se estigmatizó a quien osara proponer tesis fuertes sobre la identidad o el Yo nacionales. Pero, con ello, también se acallaron preocupaciones legítimas, como la exigencia de reconocimiento de creaciones culturales mexicanas, ninguneadas en nombre del cosmopolitismo. Palabras recientes y agresivas, como whitexican, no fueron acuñadas por las ciencias sociales, sino desde una sociología informal que trataba de nombrar una mexicanidad que los intelectuales ya no podían estudiar.
Eso ha cambiado. Con la ciencia de datos, está ocurriendo en estos momentos una revolución en la psicología cultural. Ya no es una especulación decir que los europeos son más individualistas que los chinos o los latinoamericanos, es un hecho científico. Se pregunta a una muestra suficientemente grande de personas acerca de sus hábitos y de sus creencias. Por ejemplo, unos se definirán conforme a sus rasgos propios (“soy ingeniero”), otros conforme a características colectivas (“soy miembro de la familia Huang”). Más aún, se verá que las maneras de razonar cambian con cada cultura. Los occidentales descomponen los problemas analíticamente, otros los abordan orgánicamente. Eso se refleja incluso en el paisaje: grandes campos de trigo (monocultivo) desde los tiempos del Imperio Romano, frente a verdaderos jardines comestibles: ¡la milpa! en Mesoamérica.

Reconocimiento al Ejército
Los resultados preliminares de la psicología cultural apuntan a que los latinoamericanos tenemos algunos rasgos compartidos con Occidente, otros con regiones como Asia del Este. No somos tan individualistas como europeos y estadounidenses, pero somos menos esclavos de las convenciones sociales que los confucianos (japoneses, chinos, coreanos, etcétera).
El Yo del mexicano, en particular, está marcado por su historia política: el trauma de la Conquista inicia nuestra polarización, una dualidad tensa (menos entre izquierda y derecha que entre dos civilizaciones: la mesoamericana y la occidental). Además, la derrota en la guerra con Estados Unidos nos da una personalidad más lírica que épica, nos vuelca a la fiesta y a los íntimos placeres más que a la conquista del mundo. Dada una mejor distribución de la riqueza, el Yo del mexicano está cambiando. Haber entrado en 2025 al selecto grupo de los diez países más felices del mundo es un acontecimiento que la oposición trata de negar (“es que el resto de las naciones se volvió infeliz”, pontifican en el colmo de la mezquindad), pero en el que debemos profundizar. ¿El arte de vivir a la mexicana reposa en la familia, la fiesta, la comida, la actitud ante la muerte y en qué más?

