MARCAJE PERSONAL

Mario Vargas Llosa, el presidente que no fue

Julián Andrade*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hay una lección de Mario Vargas Llosa que explica su profundidad intelectual y su defensa de las libertades: no elegir entre los extremos. Es decir, no decantarse por ninguna de las barbaries que acecharon y acechan al mundo: el delirio de la izquierda autoritaria o el acero frío del fascismo que, en democracia, se redefine en populismo.

Aquella certeza que explica su adscripción al liberalismo proviene del desencanto con los regímenes del socialismo real y en particular con Cuba, pero también de las pulsaciones contrarias a la apertura y al fortalecimiento de las democracias, que provenían de las clases políticas tradicionales.

André Malraux sostenía, hace décadas, una reflexión que se acopla al tiempo líquido que ahora nos toca encarar: “Qué extraña época, dirán de la nuestra los historiadores del porvenir, donde la derecha no es la derecha, la izquierda no es la izquierda y el centro no está en el medio”.

Vargas Llosa cometió una temeridad, al intentar ser presidente del Perú en 1990. Tenía, por supuesto, todos los atributos para ser un mandatario destacado y eficiente.

Su derrota es tema de estudio para quienes se dedican a la estrategia política y el marketing electoral, y hay múltiples explicaciones sobre las veleidades de los votantes, los que terminaron por respaldar a un personaje oscuro y desconocido, Alberto Fujimori, que, sin embargo, supo aglutinar el rechazo a la clase política y apropiarse de la idea del cambio.

Vargas Llosa, al encabezar una alianza de los partidos Acción Popular del expresidente Fernando Belaúnde, el Popular Cristiano de Luis Bedoya y el Movimiento Libertad, del propio escritor, conformados en el Frente Democrático, se vio atrapado en un cuadrante que no le pertenecía y en el que tenía poco que ver.

“Es sumamente claro que desde que un candidato independiente como Vargas Llosa se alió con los partidos conservadores tradicionales, perdió buena parte del capital político que podría haberle reportado la victoria”, escribió Enrique Ghersi, quien formó parte del equipo de campaña, y remató: “en política hay, lamentablemente, sumas que restan”.

Conviene recordar que el liderazgo de Vargas Llosa, en el terreno de la política, surgió de las protestas ante la propuesta del presidente Alan García de estatizar la banca y los seguros en 1987.

Álvaro Vargas Llosa acompañó a su padre en la campaña y lo consignó en El diablo en campaña, una crónica puntual de las vicisitudes que culminaron en una derrota, que vale la pena revisar.

Un descalabro sobre todo para Perú, por las atrocidades que cometería Fujimori, quien terminaría en prisión años después.

Pero, en el colofón de este asunto, queda una ganancia, la que provendría de los libros que Vargas Llosa escribiría en el futuro, el que, por cierto, le depararía el Premio Nobel de Literatura en 2010, dos décadas después de atiborrar calles y plazas con el sueño de la libertad.

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