Creer que uno puede vivir completamente en el bien, es uno de los orígenes de la culpa que se adjetiva como neurótica. La creencia que tiene alguien de ser sólo bueno, le roba la posibilidad de aceptarse de forma integral.
Una de las historias que mejor ilustran el mecanismo de la culpa neurótica es El hombre de las ratas, seudónimo que Freud utilizó en el caso clínico publicado en 1909, Notas sobre un caso de neurosis obsesiva. El paciente tenía una fantasía obsesiva que le provocaba terror: una tortura con ratas aplicada a su padre y a la pareja de su padre. El caso sirvió para explicar los aspectos inconscientes de las obsesiones y cómo éstas pueden funcionar como castigos autoimpuestos, cuando hay deseos hostiles reprimidos, por ejemplo, hacia el padre. La mezcla de amor y odio genera culpa inconsciente. Freud escribió que el síntoma obsesivo puede ser una forma de castigo: “El síntoma obsesivo es una formación de compromiso entre un deseo y su represión; el deseo se realiza, pero de una manera disfrazada que a la vez lo castiga”.
Sentir culpa es una defensa contra el reconocimiento del deseo, “el neurótico se protege de su deseo mediante la culpa”, escribió Lacan en La ética del psicoanálisis, Sem VII, 1986 y agregó que sólo somos culpables de traicionar a nuestro deseo, de no hacer lo que realmente queremos.
No podemos dejar de lado que también existe la culpa real porque hay cosas que hacemos que dañan a los que queremos. Abandonar una relación produce culpa en quien abandona por seguir su deseo. Muchos pacientes dicen no quiero que sufra cuando quieren alejarse de una relación. Por ejemplo, dos hermanas que fueron muy unidas durante la infancia y la adolescencia, pero que en la vida adulta una de ellas ya no quiere conservar ese vínculo tan cercano porque necesita independencia y autonomía. Alejarse la alivia, pero también la hace sentirse culpable. Poner distancia con un padre o una madre provoca mucha culpa. El deber ser, el superyó —ese juez interno formado por la internalización de las figuras de autoridad— castiga a quien no cumple el mandato de honrar al padre y a la madre.
En el mundo real nunca hay soluciones perfectas. Todos somos culpables de ciertas cosas que van a producir dolor en los otros. La culpa se vive como estar en deuda con el otro, a quien se debe una reparación o una indemnización. A veces se paga con dinero el dolor que hemos causado.
En las parejas, el mecanismo de la proyección es muy común. Culpar al otro es una forma de no asumir la propia responsabilidad. Se encubren las propias faltas al poner la culpa afuera.
Hay quienes se sienten culpables por todo. Esto puede deberse a crianzas muy severas en las que recibir castigos o regaños era la constante. Familias en las que todo está mal, en las que la conciencia moral es muy rígida.
Los adictos al trabajo a veces lo son porque se sienten culpables cuando descansan. Una voz interna les dice: “Está mal no ser productivos”.
Salir de una relación que enferma, aunque produce alivio, también trae culpa, por no haber aguantado más, por romper una familia, por fallarle a los hijos. A veces los ideales de sacrificio y del deber hacen sentir que se hizo algo malo.
No se trata de dejar de sentirse culpable sino de entender de dónde viene la culpa y si oculta algún deseo. Muchas veces la traición es hacia uno mismo por no atreverse a vivir según el propio deseo.
La culpa inconscienteValeria Villa
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