Hace un año, Netanyahu esperaba con ansias un regreso triunfal de Donald Trump a la presidencia. En contubernio con la ultraderecha israelí, el primer ministro confiaba en que Trump le daría carta blanca para actuar en Gaza, además de ofrecerle el impulso político que tanto necesitaba para salir del calvario en el que se encuentra. El día de la victoria de Trump, la derecha israelí celebró como si hubiese llegado un nuevo mesías. Pero el gusto les duró poco.
Trump quedó desencantado de Netanyahu tras su primer mandato. No sólo porque Bibi felicitó a Joe Biden por su victoria electoral —un gesto imperdonable para Trump—, sino porque el presidente llegó a la conclusión de que Netanyahu no tiene palabra.
El primer golpe para Netanyahu fue el golpe de vida que Trump le dio a más de treinta secuestrados en manos de Hamas, cuando prácticamente obligó a Bibi a aceptar un cese al fuego. El segundo, apenas semanas después, ocurrió en Washington. Trump invitó a Netanyahu a la Casa Blanca de un día para otro y, en vez de anunciar concesiones arancelarias —como esperaba el premier—, sorprendió a todos al declarar que Estados Unidos comenzaría negociaciones directas para reactivar un acuerdo nuclear con Irán.

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Netanyahu, quien había ido al mismísimo Congreso a oponerse al pacto de Obama y presionó a Trump para abandonarlo, no pudo hacer más que sonreír frente a las cámaras. Israel quedó fuera de la mesa de negociaciones. Un error estratégico grave.
Los golpes no terminaron ahí. Días después, el New York Times reportó que Trump le negó apoyo militar a Netanyahu para bombardear instalaciones nucleares iraníes, prácticamente deteniendo la operación. Pero las humillaciones más fuertes llegaron esta semana. Primero, Trump anunció un acuerdo de cese al fuego con los hutíes en Yemen para proteger el comercio marítimo internacional. Israel quedó excluido. Su aliado más cercano, simplemente lo dejó de lado. Segundo, medios israelíes reportaron que Trump está a punto de cerrar un pacto de seguridad con Arabia Saudita, que incluye venta de armamento, sin exigir como condición la normalización de relaciones con Israel. La gran esperanza diplomática de Israel—la paz con Arabia Saudita— se desvanece. Más grave aún, el acuerdo permitiría a los saudíes enriquecer uranio con fines civiles, abriendo la puerta a una potencial carrera nuclear en la región, una de las mayores amenazas para Israel.
Si Biden hubiera hecho algo remotamente parecido, Netanyahu habría lanzado una campaña pública feroz. Pero frente a Trump, su supuesto aliado y líder espiritual de la derecha internacional, Bibi guarda silencio. Sabe que es un presidente caprichoso que con cualquier disgusto se puede convertir en rival. Así, atrapado en su propia trampa, Netanyahu pone en riesgo la seguridad y el futuro estratégico de su país.
